La Orquesta Nacional de Música Argentina Juan de Dios Filiberto, el Coro Nacional de Jóvenes, solistas, medios electroacústicos y una directora invitada. Un gran despliegue de fuerzas e ingenio para trazar un programa que incluirá tres obras de compositores argentinos actuales. El aquí y ahora de un fogonazo dentro del amplio espectro de la música argentina reflejado en un concierto. Este miércoles a las 20, en el Auditorio Nacional del Centro Cultural Kirchner, Natalia Salinas, directora de gran actividad en el repertorio clásico y contemporáneo, estará al frente de la interpretación de obras de Pablo Mainetti, Andrés Gerszenzon y María Laura Antonelli.
El orden del programa anuncia en primer término La música que nos llega, de Mainetti, para coro mixto y orquesta. Compuesta sobre textos de Evaristo Carriego, la obra del notable bandoneonista contará con la participación del Coro Nacional de Jóvenes. Enseguida se podrá escuchar Cinco poemas de Oliverio Girondo, de Gerszenzon, con la participación de las sopranos Mercedes García Blesa y Patricia Andrada, junto a la mezzosoprano Mattea Musso. En el cierre del programa tendrá lugar el estreno de Infernadero, seis piezas para orquesta con piano y gritos olvidados, de Antonelli, con empleo de medios electroacústicos y la compositora como solista de piano.
El año pasado Antonelli sorprendió con Argentígena, su primer disco, un trabajo en el que tensó las coordenadas del tango como idea y género, a partir de un lenguaje pianístico sofisticado y el empleo sutil de medios electroacústicos. Sobre esos horizontes, Infernadero podría ser la amplificación de esa idea en la que el tango es un gesto maleable con materiales extraños, al servicio de una expresividad torrencial. “De alguna manera hay una relación entre el disco y esta obra. De hecho cuando me la encargaron, me remarcaron la idea de que yo estuviera como solista en el piano y que fuese con electroacústica”, explica Antonelli a Página/12. “Sin embargo, si bien yo toco el piano y manejo la electrónica en la ejecución en vivo, no pensé en un concierto para piano y orquesta ni mucho menos. No me interesó esa retórica de las jerarquías, de un discurso pianístico con una orquesta detrás. Hay solos de piano, claro, del mismo modo que hay solos de otros instrumentos”, agrega.
Para esta idea, una formación con las características instrumentales de la Filiberto resulta particularmente interesante. “Me entusiasmó mucho la idea de pensar la orquesta como una usina de colores. Escribir para una formación que tiene cuerdas, maderas y bronces, pero además tiene tres bandoneones, charango y guitarra eléctrica, me permite jugar con la contradicción tímbrica, con lo fuera de lugar, generar esa molestia que establece una relación particular entre la obra y el oyente. Si además es posible sumar procedimientos electroacústicos, es decir, más colores, sonidos que llegan desde afuera que tengan que ver incluso con lo documental, el horizonte se amplía y eso me estimula, siento que de alguna manera se evoluciona hacia un sonido original. Es importante que la música popular incluya en su discurso herramientas de las músicas actuales, se las apropie, las resignifique”.
La formación académica desde muy chica, el tango más tarde y luego el Taller de Composición con Ricardo Capellano en el Conservatorio Manuel de Falla. A grandes rasgos estos fueron los ciclos que contribuyeron al desarrollo del pensamiento musical de Antonelli, que aun en sus más audaces aperturas estilísticas no deja de merodear por los alrededores del tango. “Mi relación con el tango viene de la adolescencia. Piazzolla primero y después remontando ese mundo hacia atrás llegué a Gardel. En ese camino me fascinaronTroilo, Pugliese, Salgán. Cada descubrimiento fue como una fiebre de escuchar y transcribir todo. Una fiebre que sólo se curaba con otra fiebre mayor”, recuerda y agrega: “En el proceso de componer esta obra por supuesto apareció la necesidad de definir los lazos entre lo que podríamos encuadrar como expresiones contemporáneas y los permanentes gestos urbanos que uno inevitablemente lleva encima”.
Más allá de los materiales y los estilos, para Antonelli el tránsito de la composición reclama una definición contundente del presente. “Desde ahí surgió la necesidad de incorporar lo disruptivo de sonidos que aun queriendo olvidar identifican la actualidad en la que vivimos. En este sentido la herramienta electroacústica me permitió incorporar los sonidos naturales de la calle, las voces de las multitudes, incluir capturas documentales de cuestiones sociales a las que soy sensible, además de otros sonidos diseñados y procesados que contribuyen a crear ese fantasma que yo quiero”, asegura la pianista y concluye: “Infernadero es eso, la idea de que una orquesta tan nuestra como la Filiberto pueda hacer sonar como música propia los gritos que a veces parece que queremos olvidar”.