Cuando las calles se agitan al mismo tiempo, unxs mirarán el cielo buscando la posición de los astros, otrxs hablarán de coincidencias. Algunxs nos inclinamos por pensar que hay estructuras que se tambalean. Y aunque el movimiento viene desde abajo, no es precisamente un terremoto. No son fuerzas naturales ni divinas. Son los pies sobre el asfalto. Es el baile de los que sobran que repiquetea al ritmo de consignas que hacen diagnóstico colectivo.
En pocos días, lo que inició como una protesta por el alza del precio del subte, se convirtió en un balance profundo, democrático y masivo sobre las consecuencias del modelo que quiso venderse como el paraíso latinoamericano. Y de esas lecturas brotaron consignas que las balas, el toque de queda y el Estado de Emergencia no están pudiendo borrar.
Detrás del lema “no son treinta pesos, son treinta años”, hay una serie de reivindicaciones que el gobierno de Piñera sigue sin oír, ampliando aún más las ya enormes distancias entre la casta política y quienes salieron a las calles. La construcción de un análisis que se teje en las calles, claro y preciso, les arrebató a los saberes expertos la narración sobre el estallido social.
Desde arriba, las derechas en el poder descargan toda la artillería para sostener privilegios, pilares fundamentales del modelo neoliberal que llegó a nuestra región en los años setenta y que necesitó la tortura, la desaparición forzada de personas y el terrorismo de Estado para instalarse. Hoy, a dos semanas del inicio de las protestas, algunos de estos métodos se repiten frente a los celulares que captan la constante violación de derechos humanos, la violencia sexual y el asesinato en las calles de todo Chile. La prensa internacional se mantiene en silencio, al igual que organismos internacionales como la OEA, la Unión Europea y líderes mundiales como Trump y Bolsonaro, más preocupados por desconocer las elecciones en Bolivia que por las más de veinte personas asesinadas por las fuerzas represivas bajo dirección de su aliado, Sebastián Piñera.
No es la primera vez que un gobierno neoliberal deja a la vista su fracaso rotundo. Pero la marcha más grande de la historia de Chile y la resistencia que continúa a pesar de la represión que no para, permite soñar con que este sistema para unos pocxs sea enterrado, por fin, allí donde nació.
Gobernar a sangre fría
El golpe al gobierno de Salvador Allende en 1973 impuso el inicio del neoliberalismo en América Latina. A diferencia de los países del norte, donde por medio del voto consagraron a Margaret Thatcher y más tarde a Ronald Regan como máximos exponentes, tanto en Argentina como en Chile, sólo fue posible tal cambio en el modo de acumulación y la organización de la vida social a partir de brutales dictaduras que se propusieron desarmar la movilización popular y la fuerza sindical que luchaba por mejorar sus condiciones de vida.
La Escuela de Chicago, liderada por Milton Friedman, desembarcó en Chile para ensayar por primera vez el modelo que hacía ya algunos años diseñaban en la Universidad estadounidense. Bajo la premisa de crear una sociedad de mercado, proponían reformas en cada uno de los ámbitos de la vida con el objetivo de estimular el individualismo competitivo. No se trataba de un Estado ausente. Las recetas neoliberales, lejos del viejo liberalismo, se basaron siempre en intervenciones concretas para reinventar el capitalismo.
“La democracia es un medio, no un fin; un método para una acción colectiva. El fin debe ser la libertad personal (…) La democracia ilimitada es una de las peores formas de gobierno”. Con estas palabras, Friedrich Hayek, hijo pródigo de la escuela austríaca y también parte de los Chicago Boys (con la que se identifica el actual mediático economista Milei), dejaba en claro sus ideas sobre la libertad y la democracia.
Tras haber torturado, asesinado, desaparecido y forzado al exilio a miles de personas, la dictadura de Pinochet, en nombre de la libertad, aplicó un programa neoliberal ejemplar que se conoció como la doctrina del shock. Friedman prometía que tendría un costo social alto al principio y que después el país crecería. Se privatizaron los servicios y todas las empresas que habían sido nacionalizadas, se ensayaron las primeras políticas sociales de transferencias de ingreso a los sectores más pobres, se redujo el gasto público y la distribución del ingreso se modificó drásticamente. En 1972, durante el gobierno de la Unidad Popular, lxs trabajadroxs recibían el 62,9 por ciento del total del producto; 37,1por ciento correspondía al sector propietario. En 1974, la participación del salario se redujo a 38,2 por ciento, mientras que la participación de lxs propietarixs creció al 61,8 por ciento.
Entre 1973 y 1990 lxs chilenxs no pudieron elegir representantes. La “libertad de elección” de la que hablaban militares y economistas neoliberales era únicamente libertad de mercado. Poder elegir entre competidores privados, oferentes de educación, salud y servicios sociales privatizados. Paradojas: muchas de esas empresas son aún hoy monopolios en manos de las familias ricas del país.
En una carta al diario The times donde defendía el golpe de Estado, Hayek insistía con una realidad paralela: “No fui capaz de encontrar a una sola persona incluso en el tan difamado Chile, que no coincidiera en que la libertad personal fue mucho más grande con Pinochet que con Allende”.
Con el regreso de la democracia, las reformas no se revirtieron. Chile todavía tiene la constitución firmada durante la dictadura. Uno de los reclamos más importantes en estos días es el llamado a una Asamblea Constituyente que por fin la modifique.
La gerencia técnica de la economía que quiere presentarla como una ciencia exacta y objetiva se dedicó a difundir los números del crecimiento del producto chileno desde el regreso de la democracia en 1990 hasta hoy. Lo que no midieron fue el hastío de una sociedad cada vez más desigual que, a pesar de reducir los índices de pobreza, se encontró viviendo cada segundo para garantizar ganancias ajenas.
La retórica del modelo chileno como ejemplo a seguir se repitió durante todo el gobierno de Macri. "Chile es una referencia, tiene tratados de libre comercio con el 90 por ciento de los países y nosotros sólo con el 10 por ciento", decía hace pocos meses. El paraíso neoliberal incluía también ser el paradigma de la “economía abierta, integrada al mundo”.
La hora sonó
Con la crisis de 2008 que terminó en la quiebra y el rescate de bancos estadounidenses y miles de familias desalojadas por sus hipotecas, la hegemonía neoliberal que parecía anunciar el fin de la historia trastabilló. El endeudamiento ya no sólo de los países sino también de los hogares y en particular de ámbitos de reproducción de la vida como nuevos terrenos de acumulación privilegiada, fue una innovación del neoliberalismo a partir de los años 2000 y se diseminó por el mundo a distintas velocidades. Las mediaciones para la explotación capitalista se ampliaron y agudizaron: tener un trabajo puede ser secundario si antes de disponerse a trabajar, ya se está endeudado.
Chile avanzó rápido con estas políticas, habilitado por la ola privatizadora que alcanzó todos los ámbitos de la vida. No sería exagerado decir que se trata del país más neoliberal del mundo.
Entre los hogares con ingresos más altos, el 83 por ciento está endeudado, contra un 64 por ciento en los más bajos. En algún punto la deuda funciona como un nuevo homogeneizador: mientras la precarización fragmenta según ingresos y derechos laborales, el endeudamiento rearma un nuevo colectivo. Prácticamente todxs lxs trabajadorxs, de ingresos altos o bajos, están endeudadxs para cubrir sus necesidades básicas.
El hartazgo se cocinó sobre todo entre lxs más jóvenes, muchxs de ellxs endeudadxs de por vida para poder estudiar. Entre lxs univertarixs, el ratio deuda/ingresos asciende a 174 por ciento. Las cuotas de las universidades están entre las más caras del mundo, con valores similares a lo cuestan en Estados Unidos. Días antes de las primeras protestas, el Banco Central publicó un informe mostrando un récord: en promedio, los hogares están endeudados por el 74,5 por ciento de su ingreso disponible. “Expertos explican que, si la deuda es responsable, puede apalancar crecimiento económico”, se leía en muchos diarios oficialistas. Una vez más la voz de expertos apelando a la responsabilidad individual e incapaces de dar cuenta de los efectos en la vida cotidiana de las personas. Pero otro diagnóstico se hizo audible y fue compartido por millones de personas que salieron a la calle, que organizan encuentros, jornadas, asambleas: no+, somos+.
El otro gran fastidio son las Administradoras de Fondos de Pensiones, privatizadas en 1981, que especulan con la plata de quienes trabajaron una vida entera para poder jubilarse y hoy son también sujetxs de crédito, endeudadxs para acceder a la salud y la comida, producto de una jubilación que no alcanza.
Mirar la economía chilena es como haber tenido un adelanto de lo que significaba la frase “lo mismo, pero más rápido”. En Argentina todavía había mucho por perder. Los recortes en la educación y la salud públicas durante la gestión Cambiemos pueden releerse hoy como la antesala de las privatizaciones que en un segundo mandato sin duda habrían propuesto. También les quedaba aún mucho margen para endeudar a los hogares, proceso que se intentó iniciar con los créditos UVA (modelo copiado de Chile) y los créditos ANSES para lxs sectores más vulnerables.
Lo que estalló en Chile fue el hastío de vidas arrinconadas por el mercado. El miedo a enfermarse y no poder pagar. “Nos deben una vida y se la vamos a cobrar”, dicen las paredes. Es lo que se discute en las asambleas populares que empezaron a gestarse estas semanas: cómo recuperar lo perdido. Hay más de veinte muertos que ya no volverán, pero parece haber un pueblo decidido a dar vuelta una página en la historia. Todavía hay fiesta en las manifestaciones, aunque lleven una cinta negra de luto. Con el correr de los días, cada vez flamean más banderas mapuche y también lgbt, porque las luchas contra el despojo y los abusos no pueden no ir de la mano. Y ahí están las vidas que quisieron prohibir, todas juntas dando batalla.
Es una página pesada, que no se dejará tornar así nomás. La represión continúa. Hay más de 3.100 detenidxs, el equivalente a que en Argentina tuviésemos 7.000 presxs políticxs. Si la extrema derecha intentaba, tanto aquí como allá, negar la violación de derechos humanos durante las dictaduras, esta nueva ofensiva y la violencia desplegada muestran quienes son aún las fuerzas armadas que violaron, torturaron y mataron.
¿Neoliberalismo nunca más? Democratizar la economía
A pesar del masivo #RenunciePiñera, el mandatario cuenta aún con apoyo internacional incondicional. Después de la histórica marcha de la semana pasada, cambió el gabinete y nadie dudó de que fuese algo más que maquillaje. Los reclamos son por la reproducción de la vida. Se trata de lucha de clases extendida y el problema es el modelo, no lxs que lo ejecutan. Mientras se escribían estas líneas, el presidente anunció que se suspenden las cumbres que reunirían a líderes mundiales en Chile en las próximas semanas: la APEC y (Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico) la COP25 (Convención Marco de Naciones Unidas para el Cambio Climático). Todo indica que el retorno a la normalidad deseado por la dirigencia se hará esperar.
El escenario que se abre después de las elecciones en Argentina no puede pensarse fuera del contexto latinoamericano. Chile, Ecuador, Haití: todos gritan contra el ajuste neoliberal y contra las recetas del Fondo Monetario Internacional. Es probable que el mundo entero asista a cambios que no veíamos desde los años setenta: crisis migratoria, crisis ecológica, crisis del sistema político y una fuerte y manifiesta derechización social. La esposa de Piñera lo dijo muy claro “vamos a tener que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás”. Algo así como tirar un huesito ¿serán carnívorxs lxs alienígenas? Está por verse. Todo indica que no alcanzará para frenar lo que describió como una invasión. Como diría Lemebel, "a otro perro con ese hueso".
Son momentos de quiebre y las respuestas no pueden ahorrar en imaginación política. Si el neoliberalismo se encargó de que la economía fuese un reducto para pocxs, sobre todo para varones formados en universidades extranjeras y repetidores de manuales, cualquier alternativa que se plantee tendrá que desarmar este aspecto.
En el primer discurso como futuros presidente y vice, Alberto Fernández volvió a hablar de encender la economía y CFK sumó dos consignas: neoliberalismo nunca más y democratizar la economía, aunque aún sin definiciones sobre su contenido. La democratización de la economía podría ser sin dudas el fin del neoliberalismo si la pensamos en al menos tres planos: ¿quién diagnostica? ¿quién produce, consume y distribuye? y por último ¿quién decide? Para todos ellos, el feminismo ha elaborado aportes valiosísimos que convendría rescatar.
El panel de expertos en quien el Congreso chileno delegó la potestad de fijar la tarifa del subte que se convirtió en la gota que rebalsó el vaso estaba compuesto por tres ingenierOs, con títulos de universidades de Estados Unidos e Inglaterra. Es el ejemplo claro de la caducidad de esta forma de diagnosticar y decidir. Los cálculos que hicieron evidentemente no tuvieron en cuenta la relación entre la tarifa y las vidas de lxs usuarixs. El saber es poder y en Chile se demostró que los expertos perdieron autoridad.
La consigna evade, no sólo es una forma de protesta pacífica en los medios de transporte, sino que también hace referencia a la evasión de impuestos de las grandes empresas y la evasión en la responsabilidad en la corrupción. Rediscutir el lucro privado en la provisión de servicios básicos, como el agua o la energía, sin los cuales es imposible la vida, no sólo es crucial sino también urgente. Es parte de la lectura feminista y del Programa Feminista que impulsa la Coordinadora 8M.
Para decir neoliberalismo nunca más y evitar los caminos más dolorosos de nuestros países vecinos, no sólo deberían revisarse los restos de las reformas no revertidas de los años noventa como propone el pueblo chileno, sino también plantear lo problemático de la toma de decisiones a espaldas del pueblo. Una salida antineoliberal deberá examinar lo básico: el endeudamiento que nadie aprobó. En esto el feminismo en Argentina tiene mucho por aportar. No sólo para la consigna que ya es mundial “Vivas, Libres y Desendeudadas nos queremos”, sino por los espacios y cuestionamientos que habilitó la enorme lucha por el aborto legal seguro y gratuito. Sería triste que, de todo ese proceso de participación masiva, de democracia radical en las calles, de cuestionamiento de las anchas paredes de un poder legislativo sordo, sólo nos quede el empuje por un proyecto de ley.
Queremos soñar y construir esa democracia ilimitada, la pesadilla de los neoliberales y la única forma de caminar hacia la libertad individual, que será también colectiva. Mientras tanto, hay un balance hecho: a lxs endeudadxs, se nos debe mucha vida.