Las recientes elecciones nacionales expresaron no sólo la opción por uno u otro candidato, sino la disputa entre dos modelos que se oponen: neoliberalismo o democracia nacional y popular. El triunfo de la fórmula Alberto Fernández-Cristina Kirchner significará un cambio de gobierno, de modelo, y también una manera distinta, igualitaria e inclusiva, de concebir la democracia, otro rol del Estado y formas ideológicas diferentes de construir subjetividad.
Más allá del evidente desmantelamiento de la economía del país que generó la gestión neoliberal, el mayor daño producido fue el volumen de odio inoculado a la sociedad, a través de la grieta y de un dispositivo de segregación estimulado diariamente por los medios de comunicación concentrados. El odio, expresión de la pulsión de muerte, enfermó la cultura, dividió lo social y condujo a los racismos, la xenofobia y al hombre como lobo del hombre.
Una parte de lo social consumió el veneno del odio y adhirió al modelo neoliberal mientras que otra parte, también afectada por el virus neoliberal, resistió y no se transformó --como esperaban los disciplinadores del poder-- en un cuerpo victimizado o despolitizado, pasivo y miedoso. Contrariando el programa de los expertos se puso en juego una cultura militante que fue logrando la movilización de afectos políticos, como la alegría y el entusiasmo, en una dirección democrática. Con una fuerte apuesta en los vínculos, la militancia tomó un sesgo colectivo pocas veces visto, con múltiples expresiones y formas estéticas. Se fue gestando una cultura solidaria atravesada por Eros --lazos amistosos y compañeros-- que enlazó cuerpos y relatos poniendo en juego una ética antineoliberal que alojó el sufrimiento y abrazó. La libertad no se basó en el individualismo neoliberal, sino en la creatividad con otrxs y en la posibilidad de hacer con lo que no había, consiguiendo una sublimación colectiva sostenida con el cuerpo, la inteligencia y el entusiasmo del pueblo.
Una unidad social construida desde abajo, a pulmón, produjo un cuerpo político palpitante y activo, capaz de desafiar el despojo y la muerte cotidiana que proponía en los hechos el gobierno de Cambiemos. Este sector comprendió y experimentó que la política de Eros, la unidad, es el mejor antídoto contra la grieta del odio antipolítico que destruye el tejido social y constituye la principal estrategia del poder para perpetuarse. Sin desconocer la institucionalidad, aporta una democracia plebeya de cuerpos y afectos en la calle, que concibe a la militancia como una forma de vida. Este modelo rechaza la postura neoliberal de basarse sólo en individuos representados sin activismo político, pensando en contrapartida a la ciudadanía como un involucramiento activo en la comunidad política, que pretende construir un “nosotros” conforme a la voluntad popular.
El resultado de la contienda electoral expuso problemas que, para hacer posible la gobernanza y la convivencia democrática, habrá que resolver políticamente. Un sector importante de lo social suscribe los valores neoliberales, defiende la propiedad privada sin considerar otros derechos, pide mano dura, afirma que paga sus impuestos no para mantener vagos que viven a costa del Estado, no adhiere a la igualdad y entiende al ciudadano como un consumidor y un individuo poseedor de derechos, cuya actividad política se limita a ejercer el voto. Este sector se opone el ideario del Frente para Tod@s, que concibe una democracia inclusiva y un Estado protector y solidario con los sectores sociales necesitados. El Frente ganador promueve un pacto social que incluye a todos los agentes productivos para poner en marcha la economía, llama a un compromiso activo de la ciudadanía, proponiendo una recuperación ética para terminar con la grieta y la instalada lógica de la venganza.
Hay dos modelos que se oponen, dos maneras contrarias de concebir lo común que serán disputadas y se dirimirán en la batalla cultural que habrá que dar.
El Frente de Tod@s derrotó en las elecciones no solo a un partido o coalición política, sino al aparato de poder concentrado de los medios de comunicación, a las operaciones judiciales, al FMI y a la CIA. Sin embargo, el triunfo electoral y el cambio del gobierno no implican que ese poder esté desactivado; por el contrario, sigue operando a través del odio y el miedo con el objetivo de desestabilizar al nuevo gobierno. Dar la batalla cultural y vencer políticamente la concepción neoliberal constituye un elemento clave para reconstruir la democracia.
Para el tratamiento del odio y la guerra, Freud propone dos estrategias: la sublimación, que implica un cambio de fin de las pulsiones sexuales y hostiles, y apelar a Eros, pues todo aquello que establezca vínculos afectivos actúa contra la guerra. Estas estrategias aplicadas a la política se traducen en lograr desinvestir las sedimentaciones sociales de odio que se han naturalizado, reconvertir la grieta en conflicto político entre adversarios y denunciar judicialmente las operaciones. Esta sublimación supone elevar la dignidad de la política a la centralidad de lo social, en lugar de la economía fría y dura donde las deudas se pagan pero la gente queda afuera.
La recomendación de Freud de apelar a Eros podemos traducirla en dar lugar a un amor político o sostener una política del amor. En este punto vale destacar que Lacan, en el Seminario Aún, da al amor un nuevo enfoque: ya no es cuestión de lo ilusorio, mentiroso o narcisista que disimula el amor propio con la máscara del amor al otro, sino que se trata de una sensibilidad, una afinidad que no implica identidad. El amor es signo, un afecto de lo inconsciente entre dos hablanteseres, que reconoce al otro. Si el síntoma designa la relación de un sujeto con su goce, relación que no hace lazo, el amor es el síntoma que consigue anudar y es capaz de construir lo común con el otro con el que no tengo nada en común. Un amor político.
Nora Merlin es psicoanalista y magister en Ciencias Políticas. Autora de Mentir y colonizar. Obediencia inconsciente y neoliberalismo.