Desde Río de Janeiro
Son conocidos desde hace mucho los vínculos de uno de los hijos de Jair Bolsonaro, el hoy senador Flavio, con las “milicias”, como son conocidos los bandos integrados por policías, militares retirados y hasta bomberos, y que dominan, a base de la violencia extrema, vastas áreas de Rio de Janeiro y municipios vecinos.
Son frecuentes y extremamente violentas las disputas con narcotraficantes por el control de territorio, frente a la visible ineficacia, cuando no complicidad, de las fuerzas policiales.
Es igualmente conocida la admiración del actual presidente por esas bandas criminales. Buen ejemplo de eso se registró en sus tiempos de diputado nacional: Bolsonaro llegó a ofrecerse, en una frase de humor más que dudoso, para despachar algunos milicianos a Bahia, cuando la provincia vivía un brote de asaltos.
El ex policía militar de Rio Fabricio Queiroz, mano derecha de Bolsonaro a lo largo de décadas y estrechamente vinculado a su hijo Flavio, facilitó siempre el acceso del hoy senador y hasta el año pasado diputado provincial en Rio a milicianos y vice-versa. Flavio distribuyó varios cargos de asesor de su despacho de diputado a familiares de notorios milicianos. Queiroz retenía la mayor parte de los sueldos de esos supuestos asesores, la mayoría de los cuales jamás aparecieron en el trabajo, y se sospecha que ese dinero era reenviado al hoy senador.
Como para subrayar esa cercanía, en el condominio de Barra da Tijuca, un barrio de nuevos ricos de Rio donde está la casa de Bolsonaro, vivía, a metros de distancia, el ex policía militar Ronnie Lessa, preso por sospechoso de ser el autor de los disparos que asesinaron a la entonces concejala de Rio Marielle Franco y su asistente y chofer, Anderson Gomes.
Hay fotos de los dos vecinos, Bolsonaro y Lessa, imágenes que, más que sugerir, indican fuerte cordialidad entre ambos.
Nunca antes, sin embargo, había surgido – siquiera en insinuaciones vagas – alguna cercanía entre Bolsonaro y el crimen que sacudió a la opinión pública brasileña y cuyos mandantes nunca fueron identificados.
En la noche del pasado martes el programa Jornal Nacional, de la red Globo de Televisión, el de mayor audiencia en Brasil, contó en un reportaje que el portero del condominio donde Bolsonaro y Lessa tienen casas había declarado que alrededor de las cinco y diez de la tarde del 14 de marzo del año pasado un Renault Logan se acercó a la portería diciendo que iba a la casa de número 58, del entonces diputado y actual presidente.
Luego de llamar pidiendo que se autorizara la entrada del visitante, el ex policial militar Elcio Queiroz, se le permitió al conductor ingresar al condominio. Acorde a lo que el portero declaró en dos testimonios prestados a la policía, la voz que autorizó era la de “don Jair”. Por las cámaras internas de vigilancia, el portero vio que el visitante se dirigía a la casa de número 65, donde vivía el ex policía militar Ronnie Lessa. Volvió a llamar a “don Jair”, que lo tranquilizó diciendo saber a qué casa iba el visitante.
Horas después, Lessa y Queiroz salieron del condominio y fueron a cumplir su misión, asesinar a Marielle Franco.
El Jornal Nacional destacó que había una evidente e innegable contradicción entre el testimonio del portero y Jair Bolsonaro: el entonces diputado estaba en la Cámara, en Brasilia, y además de firmar el libro de presencia sacó varias fotos con admiradores.
No se informó si el portero llamó a la casa de Bolsonaro o solamente a “don Jair”. La pregunta es justificada, porque podría haber sido una llamada al celular de Bolsonaro.
La reacción del actual presidente superó todos sus anteriores brotes de furia y agresividad. En una transmisión por Facebook de 23 minutos y 47 segundos realizada desde la alta madrugada de Arabia Saudita (diez de la noche en Brasil) un Bolsonaro transpirado y ruborizado de furia atacó a la Globo, amenazando con no renovar su concesión que vence en 2022, al actual gobernador de Rio Wilson Witzel y rehusó, entre palabrotas y menciones a las “canalladas” de la Globo, cualquier vínculo con el asesinato de Marielle Franco y su motorista.
Concretamente, no hay, al menos por ahora, ninguna base justificable para que se sospeche de la existencia de ningún vínculo. Llama la atención, en todo caso, la desproporcionada reacción del presidente. Por más que sean harto conocidas tanto su desequilibrio emocional como su agresividad sin límites, nunca antes Bolsonaro había ofrecido espectáculo tan furioso, al borde del descontrol.
Por involucrar el nombre del presidente de la República, será necesaria una autorización del Supremo Tribunal Federal para que sean iniciadas investigaciones. Pero ayer mismo el Ministerio Público ya se pronunció, defendiendo el archivo del caso por inconsistencias en las declaraciones del portero, cuya identidad no fue revelada, a la policía.
Bolsonaro, a su vez, oredenó al ministro de Justicia, el ex juez Sergio Moro, que la policía federal se encargue del tema. Se olvidó, el señor presidente, que tal decisión no depende de él. Ni de su ministro. Hay que esperar qué decide la corte suprema.