La distancia que separa el 1º de febrero de 2018 y el 30 de octubre de 2019 es, en términos de calendario, 1 año y 9 meses. Pero esa medida calendario no dice todo, no alcanza para describir la enorme distancia que existe entre las imágenes que fijan ambos extremos y que tienen como protagonistas a dos presidentes electos.
La primera imagen muestra a Macri en la Casa Rosada, estrechando la mano del policía Luis Chocobar, procesado por la justicia por el homicidio de Pablo Kukoc, un adolescente de 17 años que había asaltado con otro joven a un turista.
La segunda muestra a Alberto Fernández abrazado a Braian Gallo, el joven de Moreno que el domingo de elecciones cumplió orgulloso la función para la que había sido convocado como autoridad de mesa en una escuela de Moreno.
Ambas imágenes, como todas, llevan una carga de sentido. Ambos presidentes, el saliente y el entrante, lo saben perfectamente. Saben no solo del impacto emocional que redunda en megusteos emocionales de sus partidarios, sino que además entienden que se trata de discursos y paradigmas. Y saben el enorme peso simbólico que cargan ambas imágenes cuando son expresadas por la figura presidencial.
Y es ahí donde se marca la tremenda distancia entre un paradigma –el que llegó al gobierno para estrechar la mano a la violencia institucional, policial, de supuesta seguridad–, y el otro, el paradigma que llega, el que vuelve, que necesita de un abrazo para expresarse completamente.
Ambas imágenes son, como dicen los especialistas, polisémicas, cargan más de un significado. Macri no sólo dice que la vida no vale nada, que matar por la espalda es un criterio aplicable como protocolo –de hecho Patricia Bullrich luego dispuso la resolución que ampara la práctica como doctrina Chocobar–. Al estrechar la mano dice a sus policías que serán protegidos de cualquier investigación que disponga la justicia. Se puede matar sin miedo a ser juzgado (ayer vimos como ese protocolo golpeó en las propias fuerzas policiales, cuando un policía santafesino mató por la espalda al hijo de un colega al descubrirlo, supuestamente, en un asalto). Amenaza a los jueces. Toma de rehenes a las fuerzas de seguridad. Y da otra estocada al sentido de la solidaridad. En el vox populi, Macri se puso la gorra, con el sentido represivo que la calle le da al término.
Del otro lado, Fernández se vuelve Alberto y abraza, cobija a Braian, y se pone su gorrita con la visera a lo pibe. Braian había sido herido por el paradigma desamarrado que vino a proponer Macri. Alberto lo recibió, lo acogió para cobijarlo, para decirle que él, su familia, los Braians y los otros, las otras, les otres, golpeados, perseguidos, esquilmados, y estigmatizados incluso al cumplir su obligación democrática, serán protegidos en su gestión por el paradigma que llega. Es un abrazo de visera dada vuelta, a lo pibe. No es que Alberto Fernández vaya a usarla de ese modo –¿y por qué no?–, sino que al colocarse la gorra, abre la enorme puerta para acortar distancias. Alberto también se puso una gorra pero otra, la compartida, la de los pibes.
Cuando se tomaron las fotos, ambos presidentes dijeron algo. Macri dijo: "Estoy orgulloso de que haya un policía como vos, al servicio de los ciudadanos". ¿Qué ciudadanos?, porque de hecho, no son todos. Los Braian no cuentan de seguro.
Fernández dijo: "Para que todos entiendan cómo es la historia. La gorra no cambia nada". Todos, en este mensaje, son todos, todas, todes.
Un paradigma arrasó el país. El otro, viene a recomponerlo. Va a ser duro. Pero se empieza por donde hace falta: por el abrazo.