El que hizo punta fue Luis Majul en la misma noche del domingo
, cuando consideró que los resultados de la elección mostraban “un empate técnico”.
En la misma línea, aunque haciendo un esfuerzo para evitar el ridículo, siguieron la mayoría de los periodistas que sostuvieron con su militancia los cuatro años de Cambiemos. “Ni triunfazo de Alberto ni catástrofe de Macri”, titulaba Clarín su editorial del martes.
Tanto Majul como Clarín, estaban describiendo una victoria categórica en primera vuelta, con ocho puntos de diferencia que podrían estirarse aún más en el escrutinio definitivo.
El lente utilizado no parece el mismo que saludó el triunfo de Mauricio Macri en el ballottage de 2015 por apenas 2,68 por ciento de los votos, después de una derrota por casi tres puntos en la primera vuelta. El diario puso entonces en su tapa “El balotaje marca el fin del ciclo kirchnerista”.
Tanta insistencia en resaltar el cuarenta por ciento obtenido por los perdedores por encima del casi 50 de los ganadores sería risible si no hubiera impactado en muchos seguidores del Frente de Todos, que vieron empañados sus festejos por la nube con que les presentaban los resultados.
El razonamiento previo al 27 de octubre, que remarcaba la importancia de establecer la mayor distancia posible en la primera vuelta, cuando la elección parecía prácticamente ganada, tenía un objetivo comprensible: evitar que el exitismo relaje a la militancia en la búsqueda del voto.
Cumplido ese objetivo, nadie debería sobreestimar la importancia que tendrá la distancia obtenida en las posibilidades de éxito del gobierno que se inicia. Bastaría recordar todo lo que destruyó el macrismo basado en su mínima diferencia. O, por el contrario, todo lo construido por Néstor Kirchner que, con su módico 22 por ciento, ni siquiera superó en la primera vuelta a Carlos Menem.
Votos propios y votos prestados
Más importante para analizar la gobernabilidad que puede mantener el nuevo gobierno, resulta discriminar qué porcentaje de sus votantes son “propios” y cuántos “prestados”. Un detalle que pasó desapercibido para la mayoría de los que se desviven por celebrar el “avance” de Cambiemos.
En la elección de 2015, Mauricio Macri alcanzó el 24,48 por ciento en las PASO y el 34,15 en la primera vuelta, donde se le sumó el aporte de los radicales y de la Coalición Cívica. Recién en el ballotage superó el 50 por ciento. En otras palabras, la mitad de los votos que lo llevaron a la presidencia fueron “prestados”. Quizás ése sea uno de los motivos que explican por qué es el único mandatario democrático que fracasó en la búsqueda de su reelección.
En 2019, Alberto Fernández obtuvo alrededor del 49 por ciento tanto en las PASO como en la primera vuelta, lo que muestra la solidez de sus apoyos. Por supuesto, eso tampoco otorga una garantía de gobernabilidad. Para mantenerla, tendrá que acertar en las políticas que elija y resistir los ataques y presiones que le preparan la mayoría de los poderes fácticos.
El efecto ballottage
A la hora de explicar por qué no se repitieron el domingo pasado los resultados de las PASO, para calmar un poco a los más desilusionados, hay que agregar un elemento que surge del sistema electoral de tres pasos que prevé la legislación actual.
Descartado por todas las fuerzas principales el uso de las Primarias para elegir sus candidatos, las PASO se transforman en una virtual primera vuelta. La amplia ventaja obtenida por los Fernández produjo un efecto paradojal: los votantes que pensaban inclinarse por Macri en una segunda vuelta tuvieron que adelantar su decisión porque todo indicaba que esa segunda vuelta no existiría. Eso los diferenció de los votantes dispuestos a elegir en última instancia al Frente de Todos, que se vieron liberados de esa presión porque todo indicaba que Alberto y Cristina ya tenían ganada la elección. En pocas palabras, siguieron votando como en una primera vuelta y no como en un ballotage como hicieron los de Juntos para el Cambio.
Aún así, los resultados fueron contundentes. Tanto que sacaron de quicio a otros periodistas militantes como Jorge Fernández Díaz que, sin poder encontrar argumentos suficientes para explicar la debacle macrista prefirió recurrir a la estigmatización de los votantes culpables de semejante estropicio. “El masoquismo y la amnesia --aseguró-- también son derechos humanos.”