Recordás la mañana en la que se anunció la fórmula porque había venido justo con una promesa insólita. Iba a ser un fin de semana sin teléfono ni noticias. La promesa del spa donde salir del mundo. La promesa que le habías hecho a la chica a la que le suspendiste mil veces las citas largas porque los encuentros estaban atravesados por la ansiedad de los trabajos que no se entregaban, del macrismo que avanzaba cruelmente. Promesa de horas tranquilas con ella y librito, los mimos, algún masaje, el calor del sauna. Un retiro dentro de la ciudad, un hueco entre los 3 trabajos de ambas ya que la creatividad puesta al servicio de la supervivencia y las corridas al fin de mes no permitían otra cosa. 

El viernes tocó el timbre, y a partir de allí: el vino sobrio y la cucharita tierna para dormir esperando la salida tempranera de el sábado. El despertador, los besos, el por fin, y al agarrar el celular los diez mensajes con el mismo video: Cristina anunciaba que iba de vicedenta de Alberto Presidenta. La boca al piso, y mientras prendían la tele para leer los sócalos más creativos, poner el agua y pensar que lo prometido de la escapada iba a estar atravesado por la rosca interpretativa en la nos ponía la jugada (ganadora). El finde se cumplió, hubo ternura y hubo candombe, hubo charla y hubo complicidad. Hubo realidad y hubo mística, porque la chica te llevó a almorzar al Museo Evita. Tal vez entendió que algo de esa si evita viviera sería tortillera nos acompañaría ese fin de semana. 

Un fin de semana que duró lo que duró el asombro de la estocada política porque el lunes, con el comienzo de la campaña y la semana, la chica, esa tierra prometida de política amorosa positiva, se escapó al valle de las sombras sin ghostearte, con gestos sútiles y casi amables, como dirigente que se corre para dejar que otros compañeros avancen. Así, poco a poco y con el run run de la campaña dejaste de verla y fueron muchas las veces - en el llanto de las paso, en el grito lloroso al ver ya pasadas las 22 el resultado más sorprendente - que pensaste en ella, en llamarla, en reactivar la alegría calma de ese fin de semana, la bruma del abrazo en la madrugada, el olor de su cuello y la dulzura de sus labios. Habías pensado en llamarla antes, en la primera aparición en La Matanza de la fórmula nacida esa mañana que las vio juntas y abrazadas pero tampoco lo hiciste. 

EL BESO: LA FORMULA MAGICA
Hubo que esperar, como esperamos todes, como todes aguantamos estos meses desde el 11 de agosto hasta este 27 de octubre. No sé sabe bien quién o qué cosa aguantaron, vos o ella, pero a veces hay una zona de la política oscura e indecible en la que aparece lo inesperado. La parte oscura fue ese receso en el que no hubo nada después de encender la llama de todo. Lo inesperado pero pactado, lo positivamente claro y militado era que la volverías a ver: esa noche no otra, a esa hora y no antes. Salir a la calle, pasar de la euforia expectante del 20 por ciento de diferencia a la serenidad ganadora del 8. Mensajearte con amigas, agarrar la botella de whisky que compraste en 12 cuotas (jueves y viernes con alguna tarjeta) y mirar al cielo que promete estrellas mejores para los años que vienen. Llegar a las cercanías del bunker, peregrinando junto a grupitos que alzan las birras y marchan cantando: porque la alegría es nuestra, porque fueron nuestras militancias, las mismas del próximo 2 de noviembre, las que contaminaron las prácticas de políticas callejeras del campo nacional y popular. Porque fueron nuestros besazos también y el activismo torta que prendió algo de la llama popular que hoy bailamos. Entonces, entre un grupo, entre pañuelos verdes y FF de glitter azul, la viste, te vio, se vieron. Caminaste tirando la birra a medio terminar, se llevó las manos a la cara en un gesto de asombro y alegría, y cuando bajaron, la remera del beso de Evita y Cristina fue un anticipo exacto: metió la mano entre tu pelo suelto y tu nuca y vos le apoyaste el abrazo apenas sobre el hombro. Se dieron el beso más hermoso y esperado, el que salió del silencio, el que volvió a encontrar su ritmo después de un tiempo demasiado largo.