UNO

Hay quienes dicen que en el mapa imposible se perciben, también, las huellas de otra ciudad que se expande bajo nuestros pies. Que si uno se adentra a cierta hora de la noche en alguno de esos túneles o pasadizos que sobreviven en el trazado urbano, y sabe cómo y dónde buscar, encuentra el camino hacia Oirasor, la ciudad subterránea y especular que se alza -o desciende- hacia el centro de la tierra. Una ciudad como un reflejo distorsionado que, a medida que se aleja de la ciudad original, comienza a olvidarla y a adquirir su propia forma. La ciudad de los proyectos truncos, de los deseos frustrados, de los anhelos sin concretar. La ciudad que pudo ser y la que se perdió.

DOS

Donde nace la calle Sarmiento se encuentra la ancha boca del túnel del Parque España, que antes de abrirse al tránsito vehicular se utilizaba para los trenes de carga y llegaba hasta la antigua Estación Rosario Central. No hace falta prestar demasiada atención para notar los guarda hombres, esas cavidades que se abren a los costados, como ventanas ciegas o pequeñas puertas tapialadas, que servían como protección para los que transitaban el túnel cuando pasaba algún tren. Pero sí hay que prestar atención para descubrir que una de ellas es distinta a las demás. Si accedemos por ahí a la ciudad de Oirasor debemos atravesar la multitud que salta y baila en una rave descontrolada que tiene lugar en el túnel, donde los láseres rebotan y se multiplican contra las paredes, como si las viejas épocas del boliche Tunelmanía hubieran sido el preludio de un porvenir desenfrenado que, allá abajo, nunca se detuvo. A primera vista, en ese contraste fatal del túnel vacío y su contracara de fiesta interminable, Oirasor nos parecerá siempre un espejismo a punto de esfumarse, como un castillo dorado en una planicie interminable que no sobrevivirá al próximo pestañeo. Pero esa ciudad especular también es. Un reflejo que se expande lejos, o a espaldas, de su objeto espejado.

Y, por supuesto, lo olvida.

De modo que, según dicen, se le parece un poco y al mismo tiempo no tanto.

TRES

La ciudad duplicada también es doble: una ciudad de centro y otra de periferias. Pero si arriba la antena del estado siempre pierde señal a medida que uno se aleja del Palacio de los Leones y su zona de influencia, abajo ocurrió a la inversa y fue la ciudad extramuros la que siempre ha crecido pujante, se ha expandido, se ha urbanizado. La red de tranvías y trenes de cercanías que dinamiza la región funciona sólo más allá de los bulevares; el comercio, la oferta educativa, sanitaria y cultural encuentran sus mejores oportunidades o despliegan su cobertura en los suburbios mientras el centro queda librado a su suerte; el sostenido crecimiento inmobiliario tiene lugar en los barrios y no en las márgenes del río -y tiene destino habitacional antes que especulativo-.

Hay un estupendo cuento de Federico Ferroggiaro donde el ISIS, con anuencia del gobierno municipal, se instala en la cortada Barón de Mauá. "Una calle céntrica, sí, pero que no alcanza los cien metros, con escasa circulación de coches y de vecinos, pródiga en mendigos y borrachos; sucia, anacrónica, deslucida", escribe. "Una calle que bien podría trasplantarse a un barrio, a Saladillo o La Tablada, sin que eso fuera en detrimento del coqueto paisaje del centro. Además, reflexionaron los miembros de la gestión, cuántos militantes podrían acomodarse en un traza tan estrecha y, encima, con pocos negocios: unos tres hoteles, otros tantos bares de higiene dudosa y el boliche donde se ven las carreras de burritos, que constituyen un bastión de la identidad local y sus clientes, estimaron, bien sabrán defender la cuadra de cualquier transformación abrupta o desatinada."

Pero si en el cuento de Ferroggiaro el asunto se resuelve con crudo sarcasmo -cuando la invasión árabe empieza a generar problemas a los vecinos del centro el gobierno municipal ofrece reubicarlos en Uriburu al fondo, "bien en la periferia donde los problemas pueden reproducirse sin generar tanto alboroto"-, dicen que en Oirasor el centro se parece más a lo que pudo ser en las ficciones.

El centro, allá abajo, es tierra de nadie.

CUATRO

A esa ciudad especular que es reflejo distorsionado, que se parece y no, que contiene proyectos que no fueron, deseos frustrados, anhelos que no llegaron a ser, ¿la habitarán otros que pudimos haber sido? ¿La habitarán, a su vez, nuestras figuras especulares?

¿Qué sueños, qué proyectos -o qué turbias inclinaciones- se habrán hecho realidad allá abajo? ¿Quiénes seremos al otro lado del espejo?

CINCO

Pero se me ocurre, también, que la ciudad empezó vacía. Que siempre hay quienes, agobiados o vencidos, un día dejan atrás su casa, su familia, su trabajo, su calle, las cuentas en rojo y los arrojos en cuenta, los tedios o los desconsuelos, y abandonan la superficie para bajar a los túneles de Oirasor. Y que la ciudad que una vez estuvo vacía está ahí, parecida y diferente, esperándolos. Y uno tras otro van empezando de nuevo: con otro trabajo, otra mujer, otro patio donde tomar unos mates a última hora de la tarde, otra esquina donde tomar un colectivo diferente. Supongo que uno tras otro los ex habitantes de la superficie irán encontrando nuevas aspiraciones, formas de perder el tiempo y se harán de nuevas amistades, amores, rencores y tedios. Creo que sus vidas se renuevan durante algún tiempo hasta que arman, sin darse cuenta, vidas que se parecen un poco a las que tenían en la superficie.

Tal vez, al fin y al cabo, se la pasen desplazándose de una ciudad a la otra, yendo de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba, repitiéndose a sí mismos en lugares distintos pero que se parecen más de lo que parece.

Quizás, después de todo, sólo se trata de eso.

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