El tiempo se detiene 8 puntos
De Facundo Zilberberg.
Elenco: Alejandra Flores, Julián Marcove, Fernando De Rosa y Mariana Estensoro.
Producción y asistencia artística: Mariana Barceló.
Iluminación: Luciana Giacobbe.
Diseño de vestuario: Analía Morales.
Diseño de escenografía: Miguel Nigro.
Diseño sonoro: Damián Ferraro.
Puesta en escena: Mariana Barceló y Facundo Zilberberg.
Dirección: Facundo Zilberberg.
Funciones: viernes a las 21, en Beckett Teatro (Guardia Vieja 3556).
¿Cómo se transita la ausencia de un padre? Desde esa inquietud implícita es que avanza y se desarrolla la trama que construye Facundo Zilberberg en El tiempo se detiene, obra donde los conflictos existenciales como la muerte y el paso del tiempo conviven con lo cotidiano.
Angela (Alejandra Flores) acaba de enterrar a su padre, y esa pérdida agrava el cuadro de depresión que padece. Preocupados por su salud, sus hijos Federico (Julián Marcove) y Gonzalo (Fernando De Rosa) deciden acompañarla e instalarse de forma transitoria en la casa materna. Pero lo que comienza siendo una decisión casi improvisada pasa a convertirse en una experiencia que reflota vivencias, trae recuerdos y revive emociones.
Mientras la madre recibe la visita de una mujer (Mariana Estensoro), una suerte de alter ego que la conecta con su historia y a la que nadie más que ella puede ver, los hijos se reencuentran con los espacios y los juegos de infancia. Los hermanos vuelven a ser chicos otra vez. Juegan su juego de mesa favorito y se zambullen en la pelopincho para ver quién resiste más tiempo sin respirar debajo del agua. Todo bajo la mirada atenta y cómplice de Angela, que vuelve también a su rol primario de madre protectora. De esa manera, el deseo de cada personaje confluye en una mirada retrospectiva y nostálgica de un tiempo ya vivido. Como si el presente sólo pudiera soportarse a través del pasado.
Ese sentimiento de añoranza que pareciera reivindicar el viejo refrán popular “todo tiempo pasado fue mejor”, atraviesa toda la pieza. De forma inteligente, el trabajo de dirección de Zilberberg pone a dialogar cada elemento para no sólo producir ese efecto de sentido melancólico, sino también para, como reza el título, detener el tiempo.
Ahí, en esa temporalidad subjetiva que construye la ficción radica la fuerza del relato. El fluir lento de los diálogos y de los cuerpos provoca una suspensión de la dimensión temporal real en todos los órdenes, incluso en lo que respecta a la experiencia del espectador que se apropia de esa sensación.
En este punto, las interpretaciones son centrales, con un trabajo destacado de Alejandra Flores que se revela en todo momento como una mujer profundamente conmovida y desgarrada por un dolor que es capaz de transmitir hasta con el gesto más sutil. Por su parte, Marcove, De Rosa y Estensoro resuelven de forma acertada las personalidades de seres que oscilan entre la fragilidad y la fortaleza a partir de su vínculo con la protagonista.
Una mujer que añora a su padre y que no concibe su falta, hijos que resignifican el vínculo materno. Así, el conflicto edípico sobrevuela la puesta, pero como un matiz más que se incorpora a una historia donde la clave es la forma de procesar lo efímero de la existencia.