Como una boxeadora que escupe sangre, se limpia la boca con el guante y sigue, Kim Gordon no es alguien que se deje arrastrar fácilmente por el desencanto. Artista visual, bajista, guitarrista, compositora y cantante que a lo largo de cuarenta años se convirtió sin buscarlo en influencia esencial para el rock contemporáneo, a partir del inesperado final de Sonic Youth en 2011 supo renovarse con una naturalidad avasallante, desarrollando facetas de su obra que durante sus años en la banda había relegado a un segundo plano. Claro que en aquellos días los horizontes en su carrera no se veían igual de claros.
En noviembre de ese año los integrantes de Sonic Youth llegaron a Buenos Aires en vuelos separados. Tras veintisiete años de casados, Kim Gordon y Thurston Moore, fundadores de Sonic Youth a comienzos de los ochenta, habían dado por terminado su matrimonio tres meses antes, luego de que Thurston –según cuenta Kim en su autobiografía La chica del grupo (2015)– rompiera repetidamente la promesa de dejar de verse con una poeta, artista plástica y editora con la que mantenía un romance secreto desde hacía un año (y con quien continuó en pareja tras la separación). Para contener la andanada de rumores que comenzaba a volverse insostenible, la discográfica del grupo anunció que a pesar del divorcio Sonic Youth cumpliría con un tour de cinco conciertos por Latinoamérica cuya primera fecha sería en Buenos Aires. “Los planes de la banda más allá de ese tour son inciertos”, concluía el comunicado.
Llegados a nuestro país, las rutinas de giras compartidas entre ambos durante décadas de pronto se limitaron a caminatas por separado para tomar fotos de la ciudad y comidas incómodas junto a su staff con sobremesas con gusto a despedida: “La pareja que todos creían dorada y normal y eternamente intacta, que había dado a los músicos jóvenes la esperanza de sobrevivir a un mundo enloquecido de rock and roll, ahora era apenas otro cliché de fracaso de mediana edad: crisis masculina, otra mujer, una doble vida”, resumía Kim en su biografía. Y sentenciaba: “Alguien dijo alguna vez que el matrimonio es una larga conversación, y quizás también lo sea la vida de una banda de rock. Luego del último concierto de esa gira, ambos habían terminado”.
Al teléfono desde su casa en Los Ángeles, ciudad en la que se crió y a la que volvió hace dos años, Kim no esconde el sabor amargo de aquellos momentos en nuestro país: “Fue triste”, recuerda. “Buenos Aires es una ciudad hermosa, la gente estuvo estupenda durante el show, pero la verdad es que esa tristeza es todo lo que recuerdo de aquellos días”. Ese final, sin embargo, marcaría el punto de partida de una nueva manera de encarar su obra. “Muchos de mis sueños últimamente vienen de una especie de ansiedad relacionada con llegar tarde a lugares, es como un tema recurrente en mi mente", ríe durante un momento de la charla. Y considerando todas las actividades que llevó adelante en los últimos años, esa ansiedad es más que comprensible: además de la autobiografía (donde contó sin dobleces desde sus comienzos en departamentos plagados de cucarachas en Nueva York hasta los días finales de su matrimonio), un año antes ya había editado otro libro, Is it my body?, en el que compiló artículos de crítica de arte que había escrito para la revista Artforum durante los ochenta. También reflotó su estudio Design Office (nombre bajo el cual había curado intervenciones en departamentos de amigos durante sus inicios en Nueva York), montó muestras propias en museos y galerías de Europa y Estados Unidos, grabó tres discos de improvisación noise con el guitarrista Bill Nace en un dúo que llamaron Body/Head , interpretó a una alcohólica de clase alta en recuperación en el largometraje de Gus van Sant No te preocupes, no llegarás lejos a pie , editó una banda de sonido improvisada en vivo junto a tres guitarristas para las trece escenas de besos de la película Kiss de Andy Warhol y diseñó junto a su hija Coco Gordon Moore una línea de prendas de vestir para la marca X-Girl, firma que ella misma había creado en los años noventa y que luego vendió a una empresa japonesa que conservó el nombre. Y ahora, resumiendo de alguna manera todas sus inquietudes en una sola obra, Kim acaba de lanzar No Home Record, su esperado primer álbum en solitario, un trabajo con el que logró lo que pocos pueden: desprenderse de su pasado para expandir las posibilidades de su arte y reposicionarse como solista a los 66 años de edad. Claro que ella –siempre atenta a esquivar como balas cualquier palabra que pretenda grabar su nombre en el mármol de la historia del rock– simplemente lo toma como algo más: “No hubo una gran razón por la que me decidí a lanzar el disco solista ahora”, asegura. “Más bien fue algo así como la consecuencia de preguntarme: ‘¿Por qué no?’”.
CUADROS DE RUIDO
No Home Record encuentra a Kim Gordon en estupenda forma, golpeando con una ferocidad y lucidez a la altura de sus mejores momentos. Pero también es el punto de partida para una nueva manera de abordar su obra, una intervención que linkea como nunca antes música y artes visuales y que hace de las vías de promoción un soporte que expande sus conceptos en tanto interpela desde el nombre su cualidad virtual: ¿cuál es hoy el hogar de un disco? Ya desde las fotos de prensa atiende con ironía al esplendor de la privacidad 2.0 a partir de una puesta en escena entre muebles de diseño y cuadros con frases vacías, concepto que completa en temas del disco como “Get Your Life Back” –nombre tomado de un cartel al costado de una ruta que rezaba “Get your life back Yoga” (Recuperá tu vida Yoga)– y que desarrolló también en muestras recientes con una serie de trabajos que llamó “noise paintings” (pinturas de ruido), donde a partir de una técnica inspirada por los expresionistas abstractos de los años ’50 pintó en negro sobre blanco frases como como “Product Owner” (Dueño de producto), “Dead Machines” (Máquinas muertas) o “The Promise of Originality” (La promesa de originalidad). "Me interesan mucho esos slogans tipo ‘Explora el mundo’”, apunta. “Esas frases que proponen una pequeña utopía vacía para escapar de la realidad y que son parte cada vez más grande de los paisajes urbanos modernos”.
Esas conexiones entre su música y su trabajo en artes visuales son una constante en su obra actual: su última presentación tuvo lugar hace dos semanas en una sala del Louvre, donde entre óleos del Siglo XVII improvisó disonancias en guitarra eléctrica mientras un bailarín en jeans y camisa caía y se levantaba alrededor de la sala, una performance que a su vez remite al video de “Sketch Artist”, primer corte del disco, donde Kim interpreta a una conductora de Uber que lleva por la ciudad a una mujer y su hijo mientras los peatones a su alrededor colapsan de manera espástica en coreografías de danza contemporánea. En otra muestra reciente en Irlanda aprovechó una sala con hogar de leños para ubicar sus cuadros y esculturas en un espacio ambientado como el living de una casa, una crítica a la idea del artista como proveedor de mercancías decorativas que también aborda en el segundo corte del disco, “Air Bnb” , con una letra en la que susurra: “TV pantalla plana/ 47 pulgadas/ toallas nuevas/ burbujas/ envuélvanme/ derechos de autor/ ¿dónde puedo negociar?”. “Tengo algo así como una fascinación por esas fotos online de interiores de departamentos donde el arte es apropiado para que todo combine, esos ambientes que proveen la ilusión de una nueva vida con slogans orientados al placer”, cuenta Kim al respecto.
Estos conceptos entran en comunión en No Home Record con el sonido del disco: beats industriales, guitarras como sierras eléctricas y programaciones con notificaciones de apps en loop convergen en una producción que fue en buena parte consecuencia del azar. La idea comenzó a gestarse de manera imprevista durante una cena en un restaurante en Los Ángeles con mesas muy cercanas entre sí: un hombre y una mujer ubicados cerca de Kim entablaron conversación con ella y resultó que él era hermano de Justin Raisen, productor que había trabajado junto a Kylie Minogue, Charli XCX, Angel Olsen o Ariel Pink. Poco tiempo después, luego de ser presentados, Raisen la invitó a participar en un single del cantante Lawrence Rothman, “Designer Babies” , y una vez terminada la grabación el productor estuvo atento a la oportunidad y no la dejó pasar: unió en loop los fragmentos vocales que no quedaron en el track, les agregó una base de bajo y beats saturados y se los envió. A ella le gustó tanto el resultado que grabó más material y así terminaron dando forma a “Murdered Out” , tema que editó en 2016 y hoy forma parte del disco que nació a partir de entonces: “Fue una dinámica totalmente nueva para mí, le enviaba algunas cosas en guitarra a manera de desafío, cosas imposibles de convertir en canción’”, ríe. “A partir de ahí, él proponía bases y después me acercaba a su estudio y lo terminábamos de construir juntos. Fue una buena experiencia, y en un punto me recordó mucho a la primera canción que escribí, cuando junto a dos amigas tocaba guitarras sobre una caja de ritmos y cantaba letras que recortaba de publicidades de la Cosmopolitan”.
CHICA PROBLEMA
Más allá de su comprensible antipatía por slogans del tipo “ícono”, “leyenda”, “madre del indie” o “reina del rock alternativo”, es difícil no caer en superlativos a la hora de observar el recorrido de Kim Gordon desde sus comienzos. Veinticinco discos junto a Sonic Youth, cuatro con su banda paralela Free Kitten , madrina y promotora del movimiento punk femenino Riot Grrl (Nadya Tolokonnikova de Pussy Riot le pidió que prologara su biografía, Kathleen Hanna de Bikini Kill no se cansa de declararse devota suya), suerte de madre adoptiva de Cobain que supo cobijarlo bajo su ala durante los primeros pasos de Nirvana en el mainstream (el documental The Year Punk Broke da buena cuenta de ello) y especie de “it girl” hermética y sensual, Kim se convirtió sin buscarlo en clave de acceso para más de una generación de jóvenes inspiradas por su visceralidad en escena y su determinación natural a la hora de subvertir cualquier expectativa con respecto al rol de una mujer dentro de una banda de rock. “Cuando firmamos con Geffen”, cuenta en su biografía, “tomé noción de que para las grandes discográficas mucho se resume en cómo se ve la mujer. La mujer ancla el escenario, absorbe las miradas masculinas y, dependiendo de quién sea, devuelve su propia mirada a la audiencia. Como nuestra música era rara, disonante, el hecho de que yo estuviera en el centro del escenario hacía que resultara más fácil vender la banda: ‘Miren, es una chica, lleva un vestido, está con esos tipos, debe estar todo bien’. Desde entonces traté de no estar mucho en el centro”. En otro fragmento concluye: “Siempre creí que lo radical resulta mucho más interesante cuando luce ordinario desde un lugar marginal”.
Nacida en 1953 en Rochester, Nueva York, y criada en Los Ángeles (aunque durante períodos de su juventud viviría también en Hong Kong y Malibú debido a la actividad académica de su padre sociólogo), Kim encontró desde muy chica refugio en el arte, guardándose en su mundo interior para protegerse de los repentinos abusos verbales que sufría por parte de su hermano mayor, diagnosticado con esquizofrenia. Al finalizar la secundaria comenzó a estudiar artes visuales y ya desde entonces se interesó por la cultura pop y las tensiones entre arte y comercio. En una entrevista reciente contó que en una ocasión durante aquellos años fue llevada a una especie de calabozo en Disneylandia por fumar marihuana: “Habíamos ido junto a una amiga para hacer un estudio del fascismo en Disney y terminamos en este lugar subterráneo, con Mickeys que hablaban por walkie-talkies y guardias de seguridad que me preguntaban si mi madre estaba de acuerdo en que anduviera sin corpiño”.
A los veinticinco años, luego de graduarse en artes visuales, se mudó a Nueva York, donde sobrevivió trabajando como moza o en casas de fotocopias mientras se hospedaba en departamentos de gente conocida hasta que logró alquilar uno propio en un barrio marginal de la ciudad, a la que había llegado imantada por esa escena bohemia en cuyas calles se cruzaban artistas como Patti Smith, Debbie Harry, Basquiat, Lydia Lunch o Andy Warhol: “Conocí a Warhol una vez que firmó mis botas”, ríe. “Con una amiga fuimos a una firma de trabajos suyos y llevé puestas unas botas cortas acordonadas muy similares a sus primeros dibujos comerciales de zapatos. Recuerdo que reía mientras las firmaba, ahora están expuestas en el Warhol Museum en Pittsburgh. Esa especie de glamour lo-fi que había en la Factory y en sus películas fueron una influencia muy grande para mí”.
El espíritu amateur de un rock donde todo parecía comenzar de nuevo –desde la escena del CBGB con bandas como los Ramones o Television hasta la No Wave de grupos como Teenage Jesus & The Jerks o DNA – hizo que en algunas cuevas de la ciudad se creara una idea de comunidad entre artistas visuales que con frecuencia incursionaban en la música: más allá de la conexión fundacional entre Warhol y la Velvet Underground durante los años sesenta, a comienzos de los ochenta era común encontrar en esa ciudad artistas plásticos en bandas de rock. Hasta Basquiat formó la suya, bautizada Gray , junto al actor Vincent Gallo: la película Downtown 81 , una especie de ficción-documental protagonizada por el influyente artista plástico (googleando se la encuentra online con subtítulos en español), es un excelente retrato de la manera en que música y arte convivían en esa ciudad durante aquellos días.
DESEO ESPÍRITU
Fue en esa misma época en Nueva York cuando Kim conoció a Thurston, un fanático del punk de 20 años de edad que había viajado desde su Florida natal con la fantasía de tocar con Sid Vicious. Él era muy bromista, ella más bien tímida. Ella venía del arte, él del rock, pero los unía su amor por la cultura autogestiva y el desprecio por la desesperación tras los dólares que danzaban en cantidades cada vez mayores alrededor del arte, algo que ella había avistado en primera persona a través de algunos trabajos como asistente en galerías. En esa escena bohemia que a la vez guardaba un aura sofisticada e intelectual en la que ninguno de los dos terminaba de encontrarse, ella significó para él una puerta al mundo del arte y él para ella una puerta al rock.
A poco de conocerse se mudaron juntos. Thurston tocaba en una llamada The Coachmen mientras ganaba algunos dólares como lavaplatos, pero al mismo tiempo armó junto a Kim, la tecladista Anne Demarinis y el baterista Dave Keay otra banda que primero llamaron Male Bonding, luego Red Milk y más tarde the Arcadians, nombres que cambiaban a medida que las presentaciones en vivo naufragaban, una manera de dejar lo anterior detrás y comenzar de nuevo. El definitivo lo propuso Thurston a partir de una cruza entre el guitarrista de MC5 (y marido de Patti Smith) Fred “Sonic” Smith y el DJ jamaiquino de dub Big Youth.
Un día Thurston escuchó al dueño de uno de los restaurantes donde trabajaba decir: “Ya no hay buenas bandas, las de ahora son solamente ruido”. De esa frase tomó el nombre para un festival autogestivo de nueve días de duración que llamó Noise Fest y que tuvo lugar en una galería cuya dueña era conocida de Kim. La performance de Sonic Youth durante el festival no estuvo a la altura de sus propias expectativas, y tanto de Demarinis como Keay dejaron la banda. Pero allí conocieron a Lee Ranaldo, un joven guitarrista a quien habían visto tocar en el ensamble de guitarras eléctricas del músico de vanguardia Glenn Branca, y tras una sucesión de bateristas hasta que llegó Steve Shelley (quien venía de la escena hardcore con la banda The Crucifucks ), todo comenzó a cerrar: la cruza entre hardcore, punk, música de vanguardia y cierto sentido de apropiación tomado del arte pop dio forma al inclasificable sonido de Sonic Youth: “El futuro es caos, y después viene la confusión”, cantaban en “Confusion is Next” , de su disco Confusion is sex (1983). El crítico y escritor Greil Marcus, testigo de los primeros shows de la banda, por entonces escribió: “Hubo un momento en que la música explotó. A partir de una estructura de canción-rock convencional, Moore se arrodillaba golpeando la guitarra con un palillo, Gordon estaba encorvada. Era cursi, y de pronto dejó de serlo. Era shockeante, y puramente musical: te olvidabas de las contorsiones de los artistas y sentías volar la sala por el aire. Fragmentos de sonido se transformaban en objetos contundentes; hubo una gran explosión, y miles de pequeñas explosiones en su interior. Así es como debe haber sido el Big Bang”. “Siempre sentí que el ruido es sanador”, afirma hoy Kim, al recordar aquellos primeros días de la banda. “Al principio estaba muy consciente de mis limitaciones con el bajo y la guitarra. Mis maneras de tocar eran poco convencionales, pero encajaban muy bien con el aporte de los demás. Esa mezcla de diferentes visiones y vocabularios terminó siendo uno de las grandes cosas de la banda”.
A partir de los noventa firmaron con la multinacional Geffen y desde entonces explicitaron en las letras sus posturas políticas: “El presidente apesta/ es un puto cerdo de guerra”, cantaban en “Youth Against Fascism ” del disco Dirty (1992), disparando de manera directa contra Bush padre. También se propusieron llevar consigo a otras bandas, y lo primero que sugirieron a la discográfica fue que ficharan a un grupo por entonces desconocido para el gran público: Nirvana. Un par de años más tarde, luego de la revolución generada por Nevermind, era de esperar que Sonic Youth trascendiera hacia un público masivo: en plena explosión de una escena alternativa que los consideraba una de sus mayores influencias, era entonces o nunca. Butch Vig, productor de Nevermind, tuvo la misión de pulir el sonido de Sonic Youth durante tres discos para dar con el hit que los infiltrara en el mainstream, y más allá de la tensión en cuanto a lo que se esperaba de ellos y lo que ellos estaban dispuestos dar, algunos temas como “Kool Thing”, “Bull in the Heather” o “Sugar Kane” tranquilamente podrían haber generado el chispazo que trajera consigo todo lo que finalmente nunca llegó. A partir de Washing machine (1995) comenzaron a navegar sobre melodías levemente disonantes con menos filos punk, un sonido que marcaría el rumbo de sus trabajos posteriores, y a pesar de que muchas veces parecieron al borde de trascender a un público masivo, nunca sucedió: “Arriba de nuestro estudio en Murray Street había un local llamado ‘Off Wall Street Jam’ o algo así, donde los empleados de oficinas de Wall Street se juntaban al final del día a tocar. Era divertido, los escuchábamos tocar covers desde Nirvana hasta Slayer”, ríe Kim, quitándole hierro a esa masividad que nunca le quitó el sueño.
La última presentación de Sonic Youth tuvo lugar en São Paulo durante aquella gira final que arrancó en nuestro país. “Deseo espíritu/ vamos a caer”, las emblemáticas palabras de su clásico “Teen Age Riot”, fueron las últimas que Kim cantó con la banda. El momento puede verse en YouTube : la intensidad de esos segundos tras treinta años de un romance idílico eriza la piel. Sobre el final de esa presentación, mientras Thurston y Lee cruzaban en alto los mástiles de sus guitarras a la manera de espadas, ella simplemente dejó su bajo apoyado sobre la batería y se fue sin saludar. Hoy, ocho años después, alejada ya del intenso ritmo de giras que llevaba adelante para promocionar cada nuevo disco de Sonic Youth y enfocada en partes iguales en sus trabajos en música y artes visuales, asegura que todavía no planeó nada puntual con respecto a las presentaciones en vivo de su nuevo álbum: “En marzo del año que viene comenzaré a armar la banda y ahí iremos viendo”, precisa. “Ahora estoy trabajando en una muestra en febrero en la Galería 303 de Nueva York que quizás ayude para promocionarlo. Música y artes visuales eran cosas que mantenía más separadas: me gusta la manera en que se están mezclando ahora”, celebra Kim, casi como cierre de una entrevista de la que se despide haciendo una última referencia sobre los tiempos que corren: “El movimiento Me Too es un síntoma inevitable que se desprende de los típicos círculos de sumisión, violencia y represión”, reflexiona. “Quizás en las redes muchas veces se lo aborda como si todo fuera blanco o negro. Espero que en el futuro renazca la intención de discutir las sutilezas que hay entremedio”.