Los que lo conocieron de cerca dicen que Sandro era un tipo profundamente místico y que creía en las energías y la trascendencia. Cuando una noche el popular músico y actor se topó con la casona del barrio de Boedo supo inmediatamente que ese lugar era para él. Tal vez el destino, una señal divina o designio de los astros. Quién sabe. La cosa es que en 1980 compró la propiedad -una “casa chorizo"- y la convirtió en su oficina personal y sitio para ensayar y guardar la escenografía de sus espectáculos. Su intención era convertir el espacio en un estudio de grabación moderno, pero el proyecto nunca llegó a concretarse. Pero lo que sí hizo el cantor fue rediseñar la vivienda a su medida: la convirtió en una especie de castillo medieval. Cuentan que él mismo dibujó los planos, pensó las ideas y diseños, y se las derivó a un arquitecto para que pusiera manos a la obra.
Después de varios años de abandono, el edificio vuelve a tomar vida pero convertido en centro cultural. Ubicado en Av. Pavón 3939, el sábado pasado se inauguró oficialmente el Cultural Cava (Centro de las Artes y la Viticultura Argentina), un espacio en el que funcionará un bar temático sobre la obra de Sandro y además habrá diversas actividades culturales y talleres de formación artística. “Sandro se imaginó la torre de un castillo debajo de una luna llena. Es un sueño que cumplió”, dice Luis Ortiz, director de este espacio que ya fue declarado Sitio de Interés Cultural por la Legislatura porteña.
El bar temático de la planta baja, que abrirá sus puertas al público a partir de este lunes al mediodía, es uno de los principales atractivos del espacio. Allí los fanáticos del Gitano y amantes de la cultura podrán disfrutar de varias perlitas en torno a su figura: la bandera argentina que colgaba en el escenario, la bata gris con lo acompañó en sus últimos días de internación, botellas y vasos de whisky de su pertenencia, un laúd y una guitarra gitana, y el látigo original utilizado en la película Embrujo de amor (Leo Fleider, 1971). Y en uno de los pasillos, una colección de vinilos con singles de todas las épocas embellece una pared: Desde mi ventana, de 1965, o Alma y fuego, de 1966, irrumpen entre rosas rojas y fotografías inéditas del autor de “Penumbras”. Su oficina personal hoy es un auditorio con 42 butacas y una pantalla para proyecciones.
El edificio es imponente y cuenta con más de 800 metros cuadrados cubiertos. Desde la vereda, lo primero que llama la atención son la torre y los arcos ojivales, típicos de la Europa del siglo XII. Un imaginario que remite a películas de fantasía medieval o épica. Este tipo de construcción se despliega en todos los rincones: aljibes, lámparas colgantes, vitrales, puertas altas, espadas y todo tipo de detalles están a tono con el castillo. En un patio interno, el Grupo Artístico de Boedo aportó su mirada popular con cuatro ilustraciones del músico en diferentes etapas de su vida, desde su juventud rockera hasta sus últimos años con la bata roja.
Entre 1990 y 2005, el edificio de Boedo funcionó como productora y oficina del artista. Fue bajo este mismo techo donde conoció a Olga Garaventa, quien llegó al Castillo para trabajar como empleada de maestranza hasta convertirse en secretaria privada de Sandro. Con el tiempo, se convertiría en la compañera del músico. De hecho, dicen que acá se dieron su primer beso y se enamoraron. “Este fue un lugar laboral para Sandro, no venía todos los días. Lo usaba como sala de ensayo y como oficina. Guardaba sus equipos de sonido y escenografías”, detalla Ortíz. En la planta baja, en el medio del bar, se puede ver una rosa roja gigante que formaba parte del espectáculo El hombre de la rosa (2001)
Durante unos años, el espacio pasó a manos de unos conocidos de Sandro, a través de un contrato de alquiler. Después de varios conflictos y un juicio de desalojo, el lugar volvió a manos de la familia del Gitano. Y estuvo cuatro años abandonado, entre 2014 y 2018. “Estábamos buscando un lugar más grande para dar clases en la Escuela de Vinos, habíamos firmado un contrato con la Universidad Abierta Interamericana (UAI), y cuando entramos nos dimos cuenta que era el lugar indicado y que daba para hacer muchas cosas más acá”, cuenta Ortiz, quien se especializa en la cata de vinos y la distribución de este producto.
“En el ámbito del club del vino hacemos catas y degustaciones, y solemos armar eventos artísticos”, dice sobre los antecedentes del Cultural Cava, que tiene un espacio reservado para las degustaciones y el universo del vino. Cuando Ortiz se enteró a quién había pertenecido la propiedad, el entusiasmo creció. Entonces, le propuso a Pablo Ferraudi, hijo de Olga, asociarse para desarrollar juntos este proyecto cultural focalizado sobre el legado de Sandro. Además de cursos de formación y capacitaciones sobre el mundo del vino –enología, viticultura, introducción a la cata-, se dictarán talleres de canto, danza, tango, comedia musical, psicodrama, cine, escritura recreativa, humor gráfico, entre otros.
Según cuentan los responsables, el centro cultural se basa en cuatro pilares: arte, gastronomía, bienestar y sustentabilidad. “Boedo está lleno de emprendimientos culturales y no nos interesa competir con ellos. Entonces, lo que hicimos fue sumarnos a la red cultural del barrio, charlar con los centros culturales, y ofrecer actividades complementarias o distintas”, resalta Ortiz. “Sandro fue un ícono de la cultura popular argentina y la construcción de este castillo responde a sus ganas de producir y descubrir nuevos artistas. Entonces, rescatamos un poco ese espíritu y lo ampliamos a distintas expresiones artísticas”, remata.