“¿Han visto un estafador más grande que el conejo Bugs Bunny?” preguntó el presidente electo en el salón de conferencias de la Universidad de Tres de Febrero. En sus antípodas, el mandatario saliente, Mauricio Macri, se esfuerza por encabezar a la futura oposición, un lugar que, después de la contundente derrota electoral y una gestión desastrosa, le será muy difícil de sostener, además de resultarle incómodo porque deberá disputarlo sin cargo ni espacio propio.
Cuando habló del conejo, Alberto Fernández tenía a su lado al ex presidente uruguayo, José Pepe Mujica. “El éxito –dijo-- no es juntar dinero sino ser querido por los otros. El éxito es que nos vayamos de este mundo y alguien diga: fue un tipo que se ocupó de los otros, solidario”.
“¿Qué hay de nuevo, viejo?” Habla del conejo y habla de Macri, que ya dio a conocer su aspiración de encabezar a la oposición. Macri tuvo todo servido en la vida, desde la fortuna del padre, pasando por ser presidente de Boca cuando Carlos Bianchi era el DT, hasta gobernar la CABA gracias a los beneficios que le generaba el gobierno kichnerista.
Esta vez, tendrá que remar en dulce de leche, porque su gestión fue tan mala que la sociedad no le permitió la reelección y ni siquiera pudo pasar a segunda vuelta. Perdió en primera vuelta con una diferencia de alrededor de diez puntos, según el resultado que se proyecta en el escrutinio definitivo.
El famoso 40 por ciento se reducirá apenas asuma el nuevo gobierno, como sucede en estas situaciones, cuando la sociedad tiende a recibir al mandatario que asume con una expectativa abierta. Lo normal es que el perdedor disminuya drásticamente lo que sacó en la elección.
A medida que pase el tiempo, el efecto anestesiante del discurso oficialista de los grandes medios perderá efecto y se cristalizará la verdadera imagen de esta gestión donde no hubo ni un solo índice positivo en la macroeconomía y donde la gran mayoría de la sociedad fue saqueada con tarifazos, carestía de la vida, inflación descontrolada, pobreza y desempleo. La memoria social de su gestión será ese cuadro trágico del país.
Aunque difícilmente se verifique una mejora sensible en el corto plazo, la imagen de Macri caerá en picada cuando el 40 por ciento termine de hacer contacto con esta realidad que para ellos está escondida detrás del discurso violento del antiperonismo. Lo normal es que una derrota produzca confusión en las filas del derrotado y una fuerte tendencia a la dispersión.
En el caso de Cristina Kirchner se sumó en su contra toda la artillería de la corporación oficialista de medios y un desgaste de doce años. Pero contó a su favor con una gestión que favoreció a las mayorías, por lo que pudo retener el grueso de los votos peronistas y kirchneristas no peronistas y desde allí logró diseñar una estrategia que permitió el retorno del peronismo a la Casa Rosada.
No es el caso de Mauricio Macri. Su gestión no tiene nada para defender y el último tramo de su campaña se basó en un antiperonismo grotesco de “ellos o nosotros”, “democracia o populismo”. Son consignas que sirven para una campaña pero serán difíciles de sostener cuando el nuevo gobierno comience a gobernar en forma normal y con estándares más democráticos que los del macrismo.
Macri hizo saber cuál es su intención a María Eugenia Vidal. Antes de la derrota, la gobernadora bonaerense saliente era de cajón, la sucesora de Macri en Cambiemos. Y el malestar entre Vidal y Macri fue evidente cuando el presidente impidió que se desdoblaran las fechas electorales de provincia y Nación.
Macri fue más allá ahora en esa confrontación con su socia política e hizo circular una fotografía con su primo Jorge Macri, intendente de Vicente López, y sempiterno adversario de Vidal en la interna del PRO bonaerense. Tras la foto, Macri, Jorge, declaró a los medios que no todos los intendentes de Cambiemos responden a Vidal. Quedó claro que la derrota en la provincia de Buenos Aires también tendrá un costo alto para la gobernadora.
Sin embargo, Macri le concedió a Cristian Ritondo --prófugo del peronismo y, hasta hace poco, muy cercano a Vidal-- la presidencia del bloque de Diputados en el Congreso Nacional. Esa decisión motivó la rebelión del actual titular de la Cámara, el ex randazzista Alberto Monzó, quien anunció que no saldrá de Cambiemos, pero que formará un bloque propio de cinco o seis diputados.
Elisa Carrió anunció su renuncia, aunque controla un bloque de una decena de diputados de la Coalición Cívica. Carrió y Paula Oliveto afrontan una situación judicial difícil, igual que el periodista de Clarín, Daniel Santoro, por las pruebas que los muestran en aparente complicidad con el extorsionador y agente de la AFI, Marcelo D'Alessio.
Ambas reniegan ahora de D'Alessio, pero basaron sus denuncias contra el kirchnerismo en los datos que había obtenido el espía, algunos inventados y otros fruto de extorsiones brutales.
No es la primera vez que Carrió anuncia falsos retiros. Pero en este escenario es consciente de que no tiene fuerza para intervenir en la nueva disputa de poder en Cambiemos, igual que sucede con otros dirigentes de ese espacio, como el candidato a vice Miguel Angel Pichetto y la actual vice, Gabriela Michetti. Los radicales no la quieren y el PRO tampoco. Sin la figura de Carrió, la Coalición tiende a desaparecer.
En ese ambiente revuelto, Macri intenta encabezar a la oposición. Pero Ni Vidal ni Carrió ni Monzó constituyen su problema principal. Los radicales, con una cúpula conservadora, tratarán de mantener la alianza derechista con el PRO y partidos provinciales pero disputarán espacios de poder.
El radicalismo conservador que representan los mendocinos Ernesto Sanz y Alfredo Cornejo siempre mantuvo al partido como fuerza de segunda línea. Dentro de ese sector hubo dirigentes que antes de la elección expresaron que preferían a Vidal como candidata y no a Macri. La corriente minoritaria que encabeza Ricardo Alfonsín ya ha planteado la salida de la alianza conservadora.
Gran parte de los votos de Macri son radicales. El único sustento territorial que le queda es la CABA más La Plata y Mar del Plata. El despliegue territorial del radicalismo es lo que sostiene a esa alianza conservadora. Lo más lógico en ese cuadro es que el radicalismo busque su propio camino como fuerza opositora sin atarse a un Macri desprestigiado y en el llano.
Y queda finalmente Horacio Rodríguez Larreta en la ciudad de Buenos Aires. Después de la elección, quedó como el dirigente del PRO con más presencia en el territorio. Muchos caídos del gobierno nacional buscarán refugio bajo el ala del jefe de gobierno porteño. Es una posición que vale para una futura candidatura presidencial en ese espacio. Macri perdió. Rodríguez Larreta no. Es la ecuación que deberá resolverse de alguna manera.
Los poderes fácticos, económico, mediático, judicial, militar y la embajada, que han respaldado abiertamente estos cuatro años de Macri, dividen su estrategia entre minimizar la derrota de su pupilo y la búsqueda de intersticios en el Frente de Todos, sobre todo en el peronismo unificado.
El macrismo deja un país en ruinas no sólo en el plano de la economía que de por sí es crítica. Cambiemos destruyó la República que tanto dijo que iba a defender.
La concentración de medios implica una concentración de poder que no es democrática y suprime la pluralidad de voces que es una condición básica de la democracia. La corrupción, sobre todo en el fuero federal, donde jueces y fiscales fueron manipulados abiertamente por Cambiemos para perseguir a la oposición política, constituye la expresión máxima de un Poder Judicial degradado como pocas veces antes.
El sustento político de Cambiemos se basó en esos dos factores, que se conocen como periodismo de guerra y lawfare o guerra judicial. Si no se cambia el escenario en esos ámbitos que desnaturalizaron los conceptos de democracia y república, se mantendrá el poder de la corrupción política.
Así como antes el poder militar se erigía sobre los poderes democráticos, en este caso sucede lo mismo con las condiciones que permitieron el terrible efecto desestabilizador que producen el periodismo de guerra y la guerra judicial, operados por poderes que no son democráticos, porque nadie los elige. En este caso fue el gato, pero se trata del mismo efecto cultural de control social que Alberto Fernández expuso con el ejemplo del conejo Bugs Bunny.