“La gente eligió presidente y ahora tenemos que trabajar todos”, fue la evaluación pública que hizo el gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti, sobre el triunfo de Alberto Fernández. Ni si estaba contento con la victoria del peronismo, ni si estaba triste con la derrota de su amigo Mauricio Macri. Fiel hasta las últimas a la postura prescindente por la que optó y que una vez más dejó las puertas abiertas para que Córdoba se convirtiera en la capital nacional del macrismo: fue la provincia donde sacó mayor porcentaje (61,3 por ciento) y mayor diferencia de votos (720 mil, según el escrutinio provisorio). Pero, distinto a 2015, esta vez dejó al peronismo provincial en crisis y malquistó al futuro presidente con el gobernador. En verdad, nadie termina de comprender la jugada de Schiaretti.
La trayectoria política de Schiaretti tiene sus particularidades. Cada tanto la recuerda, como lo hizo la noche de mayo pasado cuando resultó reelecto con el 57,3 por ciento de los votos, propinándole una paliza histórica a Cambiemos, que encima se presentó dividido. Hizo el secundario en el liceo militar, de donde egresó con medalla de oro y el rango de subteniente de reserva. Al poco tiempo fue uno de los dirigentes estudiantiles del Cordobazo. “Me tocó estar horas parado en Chacabuco e Illia para defender la lucha”, contó una vez con orgullo. En 1970 fue baleado en una pierna por policías de civil cuando junto a otros dirigentes estudiantiles salía del sindicato de Luz y Fuerza.
Estuvo en Ezeiza el día de la masacre y en 1974 ocupó un cargo técnico durante la gestión en Córdoba de Ricardo Obregón Cano. Cuando comenzó a recibir amenazas de la Triple A se mudó a Neuquén hasta que consiguió salir del país (hay versiones que indican que Domingo Cavallo fue quien le facilitó el salvoconducto). Se instaló en Brasil. Allí fue que ingresó a Fiat, donde escaló hasta la vicepresidencia, y tomó contacto con los Macri, que manejaban Sevel aquí. El vínculo se mantuvo a lo largo de los años, especialmente cuando Schiaretti ocupó la Secretaría de Industria y Comercio en la primera época del menemismo. En esos años, Mauricio Macri realizó las maniobras de contrabando de autos de las que lo salvó la Corte de la mayoría automática.
Con Cavallo como padrino político, Schiaretti primero enfrentó en la interna cordobesa a José Manuel de la Sota. Finalmente, en 1998 lo terminó apoyando en una alianza que destronó al radicalismo y que gobierna la provincia ininterrumpidamente hasta hoy. Schiaretti fue vicegobernador de la segunda gestión delasotista y en 2007 llegó por primera vez a la gobernación en una elección recordada por lo escandalosa. El recuento fue eterno, estuvo mucho tiempo paralizado y, cuando se reanudó, Schiaretti había pasado milagrosamente al frente: terminó venciendo a Luis Juez por el 1 por ciento. Se alternó en el poder con De la Sota y en mayo pasado, a días de cumplir los 70 años, consiguió su tercer mandato.
Para generar semejante continuidad en una provincia históricamente antiperonista, De la Sota y Schiaretti siempre escondieron su filiación detrás de nombres como Unión por Córdoba o, actualmente, Hacemos por Córdoba. De la Sota lo bautizó como “cordobesismo”, potenciando la idea de singularidad mediterránea, que iría más allá de las sierras, la Mona Giménez y la Pritty Limón. Difícil definirlo ideológicamente porque incluso hubo diferencias entre ellos. Sería una expresión del peronismo ortodoxo pero en el caso de Schiaretti incluye la defensa de los derechos humanos, en reivindicación a su militancia setentista. En cambio, De la Sota criticaba a los asesinos de José Ignacio Rucci y pedía "una reconciliación", en vez de los juicios. Un mejunje.
La idea de singularidad cordobesa se potenció durante el kirchnerismo, especialmente luego del conflicto del campo que marcó la divisoria de aguas. Hasta ahí, la relación tenía vaivenes. Córdoba mantenía un reclamo por los fondos para la Caja de Jubilaciones, que fue escalando con el correr de los años. Pero el quiebre llegó a fines de 2013, cuando desde la gobernación aseguraron que el gobierno de Cristina Kirchner demoró el envío de la Gendarmería en ocasión de la protesta de la policía que convirtió a la provincia en tierra de nadie durante dos días.
Lo curioso es que De la Sota, el gobernador que padeció ese conflicto, terminó haciendo las paces con el kirchnerismo. Poco antes de morir en un accidente, se había reunido con Máximo Kirchner y habían coincidido en la necesidad de unir al PJ. Schiaretti, en cambio, nunca incluyó al kirchnerismo en esa idea. Es sabido, en 2015, una avalancha de votos cordobeses posibilitó que Macri derrotara a Daniel Scioli en el ballottage. Luego de eso, Schiaretti recibió de manera festiva a Macri cada vez que visitó la provincia --y fueron muchas--, incluyendo aquella ocasión que se pusieron a bailar Gilda sobre el escenario.
Cuando parecía que el peronismo marchaba hacia una candidatura de Cristina Kirchner, en septiembre de 2018 Schiaretti compartió una foto con Sergio Massa, Juan Manuel Urtubey y Miguel Angel Pichetto. Un espacio que unos meses más tarde se denominó Alternativa Federal. Es curioso hacer el repaso de los nombres originales porque cada uno terminó en un lugar distinto y Schiaretti en ninguno. La intransigencia de Roberto Lavagna en su negativa a competir en las PASO y el poco entusiasmo que se reflejaba en las encuestas, terminó llevando a Alternativa a un callejón sin salida. Luego de ganar en mayo, confirmado como el gobernador peronista de mayor peso territorial, Schiaretti podría haber ordenado ese espacio, pero no lo hizo. “Los cordobeses no queremos la grieta”, definió, apenas, la noche de su triunfo. El resultado fue que unos días después Massa se reunió con Alberto Fernández y Alternativa Federal se disolvió.
Schiaretti recibió a Alberto Fernández en su despacho y la impresión que quedó es que iban camino a un acuerdo. El candidato presidencial hizo muchos gestos en pos de acercarse a los codobeses. Fue cinco veces a la provincia en la campaña para las PASO, recordó la época en que trabajó codo a codo con De la Sota y pidió perdón a los cordobeses por las desinteligencias del pasado. Pero, ante lo inconmovible que se mostraba el gobernador, Fernández se terminó enojando. “Parece que a Schiaretti le da lo mismo cualquier país: el que propone Macri y el que proponemos nosotros. Y no es lo mismo”, lanzó en una entrevista.
El presidente del PJ cordobés, Carlos Caserio, sin diálogo con Schiaretti, empezó a trabajar activamente por la candidatura de Alberto Fernández y le arrimó el apoyo de varios intendentes y legisladores. Natalia de la Sota, hija del ex gobernador y legisladora electa, grabó un video de respaldo. El resultado terminó siendo opaco. Después de una cosecha aceptable del Frente de Todos en las PASO, el macrismo amplió los números en las generales. La boleta corta de Hacemos por Córdoba que patrocinaba Schiaretti apenas si consiguió meter un diputado nacional en el Congreso. Juntos por el Cambio obtuvo seis y el Frente de Todos dos. Caserio explotó. “Schiaretti tiene que hacer una autocrítica”, soltó a este diario, además de anunciar su renuncia a la jefatura partidaria.
El gobernador no hizo autocrítica. Al contrario, consideró que habían realizado una buena elección en un marco de polarización extrema. Un marco en el que, insiste, no se siente representado, pese al triunfo de una expresión del peronismo unido. ¿Por qué la insistencia? Están las versiones humanas que hablan de una deuda de gratitud con los Macri por haberle dado un lugar durante la dictadura. Las conspirativas que sostienen que en verdad hay un vínculo societario entre ellos. Y finalmente las políticas que explican que Schiaretti --ya sin aspiraciones a nivel nacional-- no quiere perder su imagen ante los cordobeses, que mayoritariamente sienten más simpatía por Macri que por el peronismo.
Uno de los dirigentes peronistas que participaron del armado electoral en Córdoba contaba del malhumor de Alberto Fernández, la noche del domingo 27, ante el resultado en esa provincia y la actitud que había mantenido Schiaretti. Empiezan el recambio con el pie izquierdo, pero a la larga el pronóstico es que dentro de no mucho deberán sentarse a conversar, reflexionaba. "Aunque hayan quedado en malos términos, se necesitan."