Rodrigo Cabrera tiene 34 años, vive en Flores, es licenciado y docente de Historia Antigua de Oriente en la UBA (Facultad de Filosofía y Letras) y también en una escuela secundaria. En el nivel medio, es profesor de “Historia” y de “Construcción Ciudadana” en el Instituto Cultural Tristán Suárez. O, más bien, era. Lo echaron hace apenas unos días porque, según afirma el propio despedido, les daba a sus estudiantes notas de Página|12 para analizar en la clase. Parece una broma pero no lo es.

¿Cómo se explica el asunto? La cadena de episodios comenzó de esta manera. El 25 de septiembre Cabrera se ausentó de manera justificada y dejó, como es tradicional, las actividades correspondientes a la fecha en el correo de la institución. Así, los preceptores a cargo de las clases que él dictaba podrían repartirlas entre los alumnos. Para uno de los cursos, en relación al tema “La conformación del Estado”, envió el artículo titulado “La derecha neoliberal frente al progresismo” escrito por el filósofo y politólogo chileno Marco Enríquez-Ominami Gumucio. Para el otro, como el tópico a indagar era “Inflación y devaluación monetaria”, compartió "Dólares que se van, ¿nunca volverán?", del periodista de este diario Raúl Dellatorre. Hasta aquí todo muy normal: un profesor que prepara material para que sus alumnos exploren los temas previstos en el programa.

“Ambos textos fueron seleccionados del diario Página|12, de las secciones ‘El País’ y ‘Economía’. En otras oportunidades, los estudiantes habían estado recolectando datos e información de distintos medios. No trabajo siempre con los mismos –dijo a este diario–. A la semana siguiente, cuando regresé a mis labores, me llevé una sorpresa: las actividades no habían sido entregadas por orden expresa de la Directora, quien le había comentado a los preceptores que se reuniría conmigo para explicarme por qué no se habían dado los trabajos a las/los estudiantes”. La dirección está a cargo de la profesora María Romero. Fue ella quien labró un acta para apercibir a Cabrera por utilizar artículos de este diario porque consideraba que “hacía una bajada de línea ideológica”.

Valeria Savall, representante legal del Instituto, respondió que “nosotros nunca cuestionamos el artículo, lo que sí nos parecía mal fue su trasposición didáctica. Tiene un nivel muy elevado para lo que los chicos pueden entender. El día que mandó esos textos había faltado, nosotros le pedimos que por lo menos esté presente. De hecho, a la clase siguiente los chicos trabajaron con las notas, estuvo el vicedirector y todo. Queríamos que lo trabaje desde otro punto de vista, nada más. No nos molesta Página| 12, plantea.

En una oportunidad anterior Cabrera ya había pasado por una situación similar que parecía signar el camino de su relación con la escuela. Las autoridades habían presentado otra acta porque había utilizado una nota firmada por Dora Barrancos que abordaba la diversidad sexual. “Intentaba la implementación responsable de la Educación Sexual Integral (ESI) que rige como ley en nuestro país. Algunas familias habían afirmado que la lectura de determinados textos sobre tópicos como sexualidades disidentes y referentes al colectivo LGBTIQ no es apta para ser analizada en clase –comentó–. Fui increpado por familias en más de una ocasión. Una madre me abordó de manera repentina y violenta. En aquella oportunidad, el equipo directivo solo intervino ante mi expreso pedido luego de la manifestación de la madre en la puerta del aula”, recordó el suceso.

Como respuesta, Cabrera elevó un descargo en el que detalló su posición. Allí describió de qué manera fue “perseguido ideológicamente”.“Lo mismo ocurrió con otras dos compañeras que no quieren hablar por miedo a las represalias. Siento vulnerado mi lugar como trabajador y un socavamiento profesional por parte de la institución ante el reiterado cuestionamiento de mis prácticas pedagógicas, las cuales, por el contrario, son bien recibidas y aceptadas por las/los estudiantes”, planteó.

Después de este ping-pong de actas y descargos sobrevino el despido. En la carta emitida para el caso no se evidencia ningún agravante; por el contrario, simplemente, figura la clásica fórmula que reza “la institución no quiere contar más con los servicios…”. 

“Cuando el miércoles pasado fui al colegio no se me permitió el ingreso. No tuve notificación previa ya que el telegrama llegó un día más tarde. Ni la directora ni la representante legal dieron la cara, sólo el jefe de preceptores, Jorge Suárez, quien es parte del Consejo Directivo del establecimiento”, aclaró.

El episodio más reciente volvió a encender los fuegos cruzados: como Cabrera comenzó sus diálogos con SADOP, el Sindicato Argentino de Docentes Privados, para rever su situación, el colegio emitió un comunicado –a través de un correo electrónico– en el que solicitó al docente que pidiera disculpas porque según manifestaron las autoridades fueron tildadas de “homofóbicas”, “personas con falta de ética” y de “macristas recalcitrantes”. Cuestión que, según Cabrera, jamás sostuvo públicamente.

Savall, desde una mirada opuesta reclamó que “Cabrera arengó a los estudiantes a que hicieran huelgas en la escuela. Se nos aparecen con bombos en la puerta. De nuestro lado siempre estuvimos abiertos a las conversaciones. Desde hace un año y medio venimos charlando por la trasposición didáctica que hace en sus clases, no es algo nuevo”. Y concluyó: “Evidentemente no está abierto al diálogo, nos amenaza todo el tiempo con que va a ir al gremio. Le propusimos restituirlo al cargo pero le solicitamos que nos pidiera disculpas porque consideramos que fuimos insultadas –junto a la directora– frente a la comunidad de estudiantes”.