Desde Praga y Barcelona
UNO Fue hace unos meses, en el centro de una tormenta de esas que atormentan, en Praga: Rodríguez corriendo bajo la lluvia por esas calles retorcidas de esa ciudad y, de pronto, encontrándose cara a cara con Franz Kafka. O, mejor dicho, cara a cabeza. Rodríguez dio vuelta por una esquina y ahí estaba: la gigantesca cabeza metalizada del escritor por obra del escultor David Černý, once metros de altura y treinta y nueve toneladas de peso y cuarenta y dos niveles movibles y rotatorios a los que el viento y la lluvia no dejaban de metamorfosear. Y así el rostro de Kafka se alteraba con cada gota de agua y cada golpe de aire. El efecto era maravilloso y el conjunto mucho mejor que aquella otra estatua de Kafka, en la ciudad, firmada por Jaroslav Rona: un Kafka de bronce --casi cuatro metros y 800 kilos de peso-- montado a hombros de un hombre hueco o algo así. Rodríguez buscó y encontró refugio en una librería y, claro, toda una mesa dedicada a Kafka y allí las obras completas incompletas y la monumental biografía que le dedicó Reiner Stach (Rodríguez la tiene programada como lectura para cuando, por fin, el frío descienda desde las alturas). Y también, allí, otro de Stach (Is That Kafka?: 99 Finds) que sintetiza en noventa y nueve items/puntos los hallazgos más interesantes e inesperados y divertidos del biógrafo. Amplias brevedades que se convertían en casi relatos kafkianos con títulos como "Kafka sueña con una victoria olímpica" o "Kafka inventa el contestador automático" o "¿Estaba Kafka en contra de la vacunas?" R se lo compra y sale de allí rumbo al aeropuerto de P para volar de regreso a B.
DOS El cuento favorito de Rodríguez escrito por Kafka se tituló/editó en su momento como "Una confusión cotidiana" pero de un tiempo a esta parte --en las ediciones definitivas y reordenadas-- aparece como parte de Cuaderno en octavo G (1917-1918). Allí, ya se sabe, A está a punto de hacer un negocio importante con B y se dirige hacia H. Lo que sigue es una serie de desencuentros y malentendidos culminando en tropiezo y dolor de A en la oscuridad de una escalera con un enfurecido B --"no sabe si desde muy lejos o justo a su lado"-- despareciendo definitivamente.
Rodríguez volvió a leerlo a su regreso de Praga y se dijo que así se sentía él: dolorido y con furia y cada vez más distante por estar tan cerca y con ganas de esfumarse para siempre o, al menos, no despertarse todas las mañanas como un insecto a pisotear.
TRES Y el problema de volver a Kafka es que todo se vuelve de pronto kafkiano. Todo es pasible de ser descrito y definido con ese apellido adjetivizado. Lo que, claro, no está bien; porque la mayoría de la gente que dice que algo es kafkiano nunca leyó a Kafka. Le basta y le sobra con haber leído su nombre y aplicarlo para todo como si se tratase de una aspirina. Y Rodríguez volvió a pensar todo eso a propósito de la reciente muerte de Harold Bloom. El Canon (con mayúscula) y todo eso. Kafka, por supuesto, está en El Canon. Y los disparos de El Canon son ideales para hacer blanco en lectores que en realidad no leen salvo que se trate de leer acerca de lo que se debe leer. Leyendo títulos y sinopsis, como obedeciendo a ciegas a un guía de turismo señalando a la Torre Eiffel pero nunca esa secreta calle por la que se podía llegar a ella haciendo caso omiso de trayectos alternativos optando por grandes y obvios boulevards. Y así, enseguida y en el más instagram de los instantes, tomar foto a la juzgable portada de ese libro o selfie con él en sus manos, y detenerse ahí y no ir más lejos y volver a consultar quién más está en El Canon.
Y Rodríguez leyó a Kafka y sabe de lo que se trata pero, aún así, no puede evitar también el sentir todo kafkiano: no lóbrego y opresivo sino absurdo y desconcertante y, sí, sin solución a la vista. Así, El Proceso es El Procés: esa confusión cotidiana que ya lleva años y que parece reescribirse cada vez peor pero con mayor potencia. La aparentemente inagotable estupidez de Puigdemont & Torra (los payasescos Tonto y Retonto de la cuestión en tiempos donde lo que se lleva son las ferocidades de Pennywise & Joker). Los delirios dialécticos como eso de que los Mossos ahora reprimen para proteger. Las idas y vueltas de los políticos no queriendo mojarse ni quemarse porque este domingo hay nuevas elecciones y... La gracieta del pedido a la ciudadanía separatista que se autoinculpe para colapsar los juzgados. Las masas cantando una y otra vez "El Segador" (a la que Rodríguez ha rebautizado como "El Cegador"). La ciudad tomada y por momentos ebria de violencia (y Rodríguez no puede sino preguntarse si no sería mucho más lógico el irse a tomar por asalto Atocha y Barajas y las plazas de Madrid).
En semejante contexto, a Rodríguez se le ocurrió una viñeta kafkiana: el que --a la hora de anunciar el veredicto por el juicio a El Procés-- a los jueces se les hubiese ocurrido el fallar amnistía total de los acusados para, 56 segundos después, declarar que se trataba de una "amnistía simbólica" y mandar a todos al calabozo. Así, una amnistía simbólica para acompañar aquella brevísima república simbólica fundada por Puigdemont (ese Moisés para sí mismo pero caído del moisés para Rodríguez, quien no tuvo mejor idea que instalarse en un sitio con el derrotista nombre de Waterloo así como --dicen-- contribuir a la puesta en marcha de, otra marca poco afortunada: el autodenominado Tsunami Democràtic que golpea las costas de Barcelona). Y así hundir todo en el terreno de lo simbólico. Y, sí, Kafka además de kafkiano es, para quienes no lo leen pero si lo hablan, muy simbólico. Y, por supuesto, Rodríguez se dice que no va a escribir acerca de nada de todo esto mientras dobla por Diagonal (donde otro movimiento llamado --ah, esos nombres-- Picnic per la República, se sienta y corta) y baja por Passeig de Desgràcia pensando en que no hay olor más triste y desanimante que el olor a quemado.
CUATRO Alrededor de todo lo pasado y que no pasa (la kafkiana confusión puntual en cuanto a que una decisión judicial debía funcionar como solución política cuando no es otra cosa que la condena a ciertas faltas realizadas por políticos en actividad) más estampas y postales kafkianas: ese paracaidista portando bandera española que se enredó con una farola durante el desfile militar del pasado 12 de octubre; la pequeña Leonor trabándose varias veces durante la lectura de su muy ensayado discurso en su debut en los Premios Princesa de Asturias (bajo la férrea mirada de su madre Letizia); el clásico Barça/Real Madrid del pasado sábado en el Camp Nou postergado hasta diciembre a la espera de tiempos con menos faltas y penales; los espasmos e intermitencias del Brexit y el folletín del cadáver volador de Franco ("¡Esto es una dictadura!", se quejó kafkianamente uno de sus parientes durante el kafkiano y burocrático trámite de la ex/inhumación) cada vez más parecido a algo salido de The Dead Father del formidable Donald Barthelme: uno de los mejores discípulos de Kafka, aunque no figure en El Canon. Y pensando en Barthelme y en que uno de sus personajes decía aquello de "los fragmentos son el único formato en el que confío", Rodríguez, hecho pedazos, continúa su camino esquivando contenedores de plástico fundido y recordando que fue tan feliz en P porque no estaba en B.