¿Qué motiva que una obra del teatro independiente migre al teatro comercial? Quizá no exista una única respuesta, pero lo cierto es que el fenómeno ya está instalado en la cartelera porteña que ofrece así propuestas alternativas y caras nuevas al circuito hegemónico.
Ojalá las paredes gritaran es precisamente uno de esos títulos que desembarcó de forma reciente en el Teatro Metropolitan Sura, luego de un paso exitoso por el Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA) y de un año de funciones con localidades agotadas en una casa de Colegiales. Con el boca a boca como aliado, y una puesta innovadora en todo aspecto, la obra escrita y dirigida por Paola Lusardi propone una lectura contemporánea de Hamlet trasladando los conflictos de la pieza escrita en el siglo XVII a la realidad actual de una familia de clase media alta.
Allí, un “Hamlet millennial”, como lo rebautizó Lusardi, interpretado por Julián Ponce Campos, se enfrenta a una familia que busca integrarlo a la empresa familiar. Pero Hamlet tiene otros proyectos, como escuchar música electrónica o trap, y vengar el asesinato de su padre en manos de su tío Claudio (Martín Gallo), ahora convertido en el nuevo esposo de su madre Gertrudis (Antonella Querzoli). En la trama donde también confluyen los personajes de Polonio (Augusto Ghirardelli), Ofelia (Mariana Mayoraz) y Horacio (Santiago Cortina), la mirada está puesta, según la autora, en la juventud y su relación con el poder.
“Quise contar cómo se siente un joven en un contexto de poder, y la opresión que puede sentir, y hacer un cruce entre lo que significa en Hamlet el reinado y la descendencia, y la realidad de una familia de clase media alta donde hay una empresa que opera muy fuerte en la dinámica familiar, porque esto es algo que me toca de cerca”, cuenta Lusardi sobre su ópera prima que escribió luego de profundizar en el estudio del clásico shakesperiano en la UNA (Universidad Nacional de las Artes).
“Durante seis meses me metí de lleno con ese texto -sostiene-. El proceso de escritura arrancó después, pero primero convoqué a los actores. Hice lecturas de varias versiones de Hamlet, entre ellas la versión isabelina, y junto con Leila Martínez, que fue mi directora asistente e hizo una colaboración dramatúrgica, decidimos generar una intertextualidad e incluir a Lady Macbeth en el monólogo que dice Gertrudis. Finalmente, hicimos un recorte literal de la obra original de la que tomamos ocho escenas, y a partir del cuerpo de los actores y el proceso de improvisación empecé a escribir. Ahí aparecieron también otros textos, como Máquina Hamlet, de Heiner Müller y Hamlet: un caso clínico, de Jacques Lacan, y decidí poner la lupa en el vínculo entre Gertrudis y Hamlet, que es algo que en la obra original no pasa”.
- ¿Por qué decidiste hablar de un Hamlet “millennial”?
- La obra está muy dedicada a un sobrino que tiene 20 años, y que viene a representar a este personaje porque, si bien no es su historia, la música electrónica y el trap son lo que lo identifican. Me interesa mucho hablar de los jóvenes. Para mí esto es un leitmotiv en el teatro. Una vez leí una nota donde Wehbi hablaba de cómo las generaciones adultas tienen miedo de los jóvenes porque de alguna manera vienen a ocupar su lugar, y por eso no los dejan ser. Y quería trabajar ese inconsciente.
- Montaste originalmente la puesta en tu casa. ¿A qué se debió esa elección?
- El proceso de ensayos fue en mi casa con la intención absoluta de hacer la obra ahí. Y nunca dudé de eso, porque era una forma de cuestionar los sistemas. Yo venía del teatro comercial, y tuve un socio en algún momento que tenía un interés económico y no artístico. Y por eso nos fuimos dividiendo, porque mi búsqueda era puramente artística, y entendí que para crear necesitaba mis tiempos y también mi espacio. Cuando construí mi casa ya estaba construyendo la obra.
- ¿Y cómo surgió la idea de llevar la puesta al circuito comercial?
- La obra empezó a pedir un dispositivo teatral, porque mi casa es difícil de trasladar. Y a partir de esa necesidad, y después de tener dos funciones semanales agotadas durante un año entero, empezó a surgir esta búsqueda de otro lugar. Empecé entonces a ver patios vacíos y galpones, y en un viaje a Edimburgo, en el marco de una delegación de gestores culturales y artistes que armó el British Council, conocí a Jon Goransky, el director del Metropolitan, y establecimos un vínculo laboral muy bueno. Él siempre bromeó con la idea de que nuestra obra podía hacerse en el Metropolitan, pero yo le decía que Ojalá...no era para ese teatro. Pero en un momento se hizo más firme esa posibilidad. Y eso tuvo que ver con la confianza que tuve en él, y con la apertura que tuvo al aceptar la propuesta que le hice junto con el escenógrafo Gonzalo Córdoba Estévez de romper la estructura convencional del teatro para que el público pudiera estar sobre el escenario y de cara a la platea. Una semana antes de dar el sí, me sentaron arriba del escenario de la sala María Guerrero del Cervantes para ver un unipersonal, y ahí decidí que estar en el Metropolitan era una gran opción.
- ¿Qué cambios advertís en la obra a partir del pasaje de un circuito a otro?
- No vivo esto como un salto, sino como un proceso de movimiento, de expansión. Yo fui directora de casting en Polka durante diez años, y fui muy pionera de llevar a los actores del teatro off a la televisión, porque siempre creí en quebrar esas líneas divisorias entre una cosa y otra. Creo que el teatro independiente, el oficial y el comercial tienen que ser una máquina que se retroalimente constantemente. Mi interés es romper esa grieta que divide al teatro off del comercial. Y también me interesa mucho la fusión de lenguajes. Y ese cruce está muy claro en la obra. Ofelia, en la escena de su muerte, reproduce de forma literal el texto original, y eso está mezclado con un monólogo de Claudio que es muy cercano a nosotros.
- ¿En qué creés que radica la vigencia de Hamlet?
- Todos los conflictos que plantea la obra son de una actualidad radical. Se pueden hacer varias lecturas sobre el material, desde lo familiar, lo judicial, lo policial o lo político. Yo trabajé directamente con el conflicto familiar entre una madre y su hijo, y eso es algo que puede pasarle al vecino de al lado. Y si uno hace un análisis político sobre lo que la obra señala respecto del poder, se puede ver que hoy rigen las mismas reglas sociopolíticas. Todo esto es lo que vuelve a un material eterno. Nunca se agota.
*Ojalá las paredes gritaran se presenta en el Teatro Metropolitan Sura (Av. Corrientes 1343), los martes a las 20.30.