‑-Oiga, Nubia, ¿usted se acuerda de aquel 31 que vinieron los tres argentinos?

‑-¡Ay Doña Ercilia! Si esa noche fue inolvidable... fue cuando al muñeco del año viejo le pusimos la cara de Uribe y le prendimos fuego. Qué placer más grande fue ver arder, bien lleno de pólvora,  a ese gran hijo de...

-‑¡Nubia! por favor, que la niña está escuchando.

-‑Abuela, yo no me acuerdo de esa noche de los tres argentinos...

-‑Es que en ese entonces, mi amor, usted andaba en pañales, por eso no la recuerda. Oiga pues la historia, resulta que aquel año su tío Oscar había ido a pasar la Navidad a la fiesta que organizan los patrones, en unos de esos salones grandes que hay por allá. Durante la cena se presentaron Los Hermanos Reyes, dos músicos argentinos que tocaban tango. En aquel tiempo, a su abuelito lo había cogido muy duro esa vaina que tiene en el corazón y por poco se nos va. Ahora que pienso, jamás le volvió a dar como aquella vuelta, es más, ya casi ni le da, vea... La cosa es que al abuelo siempre le gustó mucho el tango y cuando Oscar vio a esos muchachos cantando las canciones que tanto amaba su padre, pensó que el mejor regalo que le podía hacer al viejo era llevarle ese show para fin de año. Y ahí nomás los esperó en los camarines y les contó del regalo que le quería hacer a su papá, "que ustedes no se imaginan cómo mi viejo ama al tango... y es que vean muchachos, si me pueden colaborar con este presente para el Cucho, yo le estaría eternamente agradecidos y mi Dios se lo pague" y esa lengua bendita del Oscar que es capaz de enredar a un duende. Cuestión que estos hermanitos resultaron ser tan queridos, tan queridos, que aceptaron venir a este mismo patio que estamos adornando, a cambio de ser nuestros invitados de honor en los festejos del 31 de diciembre. ¡Ay qué dicha cuando volvió Oscar con la noticia! Al principio nos costó creerle pero cuando se le fue quitando la borrachera, vimos que hablaba en serio. ¡Hasta micrófonos consiguió! Armamos un pequeño escenario en el patio familiar adornado con flores y luces de colores, preparamos nuestras mejores comidas y todos nos pusimos de punta en blanco para recibir, por primera vez en nuestro barrio, invitados extranjeros. Vea mi hija, cuando esos argentinos llegaron, quedamos todos encantados. Los dos eran rubios, con los ojos claritos y dulces como la miel. El más alto tenía el pelo bien amarillo y además de ser el cantante, era el mayor de los hermanos. Cuando cantaba...su voz le bailaba en el cuerpo a una.

-‑Sí, el Pibe se llamaba...

--Así es, el Pibe ¡y tan simpático que era! En cambio el guitarrista hablaba más bien poco. Su hermano lo presentó como el Vikingo, pero tocaba como un ángel. Con los Reyes, vino también un tercero, que si no era por el acento argentino, uno diría que era un paisa de Medellín. Tenía el pelo castaño, unos ojos bien pícaros y la risa muy contagiosa. ‑Este es el Profe‑ dijo el Pibe‑, un amigo, un poeta, un hermano. El Profe era también el presentador del espectáculo y después de contarnos un poco sobre la historia del tango, se sentó junto al abuelo, a disfrutar de la noche como uno más de nosotros. Los hermanos arrancaron con "Volver" y antes de que la canción llegue al estribillo ya teníamos a todo el barrio dentro del patio. ¡Ay Jesús bendito! ¡Qué fiesta tan buena! ¡Y el abuelo! ¡Cómo estaba de contento! Es que además de esa música tan bacana, el viejo había encontrado en el Profe al compañero ideal para escuchar sus amados tangos. Se comentaban cosas entre tema y tema o se miraban en silencio, emocionados, atentos a la canción. Durante esa noche los ojos del abuelo brillaron como nunca. Los Reyes hicieron una pausa y los niños aprovecharon para buscar sus cuadernos y pedirles autógrafos. ‑Nunca antes habíamos conocido argentinos ‑dijo una niña‑. ¡Son tan bonitos!‑. El Profe soltó una carcajada y la pequeña se volteó rabiosa pero al verlo, sonrió y le alcanzo su cuaderno. El extranjero volvió a reír. -‑Es que yo no hice nada‑- dijo. ‑-¿Pero usted es argentino o qué? ‑preguntó rápida la niña-. Entonces hágale, escríbame algo, no sea malito. El Profe, al que ya le brillaban los ojitos, se sentó y le escribió algo muy bonito que no puedo recordar. Lo que sí recuerdo es el tremendo abrazo que esa niña le dio al Profe y la bulla que hicieron después los otros niños para que también les escribiera algo a ellos. El joven les pidió calma y con un lápiz azul que tenía en el bolsillo de la camisa, comenzó a escribir. Con qué pasión le dedicaba algo a cada uno mientras el abuelo le servía ron y lo miraba embobado. ¡Sabe Dios lo hermoso que escribía aquel hombre! pues todos volvían abrazados a sus cuadernos. --¿De dónde saca usted todas esas cosas tan bonitas? -‑ preguntó una mujer que acababa de leer los papeles de sus hijos. ‑-Yo les dije que el Profe es un poeta -‑ contestó el Pibe. Entonces se hizo un silencio.

‑-¿Como cuando pasa un ángel?

‑-Sí. Y el Vikingo gritó: --¡Miren el cielo!‑-. Y pasó la estrella fugaz más grande que yo haya visto. ‑Hay que pedir un deseo ‑susurró el poeta. Y antes de cerrar los ojos para pedir mi deseo, alcancé a ver cómo el abuelo apretaba contra el pecho el rosario que esa misma navidad le habíamos regalado y, con la mirada fija en los Reyes, dijo: "Quiero una canción, una canción que nunca termine". Y sonaron las doce campanadas, un nuevo año comenzaba.