No hay necesidad de pedirle credenciales a Sarah Connor, ese personaje indestructible que Linda Hamilton encarnó en las dos primeras partes de la saga Terminator, para considerarla un ícono lésbico en todo su sex appeal. O para ser un ícono gay también, como se lee por ahí, por encarnar a la madre sobreprotectora en Terminator 2. Puede que le sume potencia la recurrencia a construir mujeres fuertes que siempre caracterizó a James Cameron, director y guionista co-creador de Sarah Connor, y responsable, entre otras inversiones, de la célebre conversión de Kate Winslet en príncipe y de Leonardo DiCaprio en Cenicienta en su versión del relato fabuloso de Titanic. Pervertir el género es de lo que se trata en Terminator. Destino Oscuro, una vuelta amplificada de Cameron y Hamilton (con bazooka incluída), donde multiplican la dimensión queer para que todo estalle un poco más en la celebración del 35 aniversario de la aparición de ese universo donde mujer fuerte mata robot.

Robot deconstruido

Aunque estrictamente esta nueva Terminator es la número seis en la sucesión, hay que considerarla como el fin de una trilogía con las dos primeras, las únicas donde Hamilton y Cameron se involucraron directamente. Ahora convocaron a Tim Miller en la dirección, tal vez porque cuenta en su curriculum con ser el primer cineasta en lograr que una mujer introduzca un dildo en el culo de un superhéroe en Deadpool (2016). Lo cierto es que el equipo logró hacer un gran triángulo de amor lésbico, base geométrica de este relato femininja donde las tres son perseguidas por un Terminator de hierro líquido. La protagonista es Dani (abreviatura de Danielle que hace su nombre unisex), una joven obrera fabril mexicana interpretada por la colombiana Natalia Reyes, que es la futura salvación de la resistencia humana en el postapocalipsis. Para que no la mate el Terminator de rigor que viaja en el tiempo, viene del futuro a proteger a Dani una cyborg llamada Grace, interpretada por Mackenzie Davis, que tiene su propio culto queer por el papel en el episodio San Junipero, en el futuro distópico de la serie Black Mirror. Sumada Connor a la cuadrilla aguerrida de mujeres, las tres son las heroínas de acción centrales, con Arnold Schwarzenegger empujado al costado como actor secundario, apareciendo recién en la segunda parte de la película, como el robot que se humanizó y formó una familia con una mujer y un hijo, pero sin relación carnal, solo amor platónico (¿Schwarzenegger castrado? ¿el robot Terminator se convertirá en ícono del orgullo asexual?). Sí, la deconstrucción le llegó a Arnold.

Género en disputa

 

Los juegos con el género son constantes en la película, y hasta el Terminator líquido se transforma en mujer y en varón alternativamente. Pero la relación genérica más fluida es la de Grace, cuyos flashback muestran su infancia andrógina, y cuando aparece desnuda desde el futuro, como es tradición en los viajes temporales de la saga, y tiene que optar por robar ropa de varón o de mujer, elige al primero. Grace es una mujer “mejorada”, humana devenida cyborg para sobrevivir, otro ejemplar pop para hundir los colmillos de la teoría de Donna Haraway, cuyo Manifiesto Cyborg acompañó el estreno de la primera Terminator. La relación entre Grace y Dani será de miradas intensas y muy física, como dormir usando la falda de la otra como almohada. Como la acción es constante, casi no hay tiempo para confesiones amorosas o besos entre ambas, pero sí para que Dani la monte a Grace y le meta la mano dentro de su cuerpo en el clímax, una escena de alto voltaje, literalmente hablando. Que el personaje de Arnold Schwarzenegger se sacrifique en una hoguera a lo Juana de Arco, o a lo Sigourney Weaver en Alien 3, forma parte del espíritu queer de esta saga, tanto como que una mexicana sea el destino del mundo en una película de EE. UU. de la era Trump. Sarah Connor finalmente se queda con quien se tiene que quedar, y ve en ella a su hijo, en esa confusión de género está la salvación del futuro.