“Joven es el suple NO. Yo, en cambio, ya estoy viejo”, dice con ironía Juan Grabois . Tiene apenas 36 años, dos títulos (licenciado en Ciencias Sociales por la UNQUI y abogado por la UBA), tres hijos y laburos como docente, escritor y dirigente social. Pero sobre todo, o al menos de momento, una fuerte incertidumbre emocional a apenas diez días de las elecciones. Es que por un lado Patria Grande, el espacio que lidera, vio premiada su militancia y participación en el Frente de Todos con algunas medallas legislativas como la consagración de Ofelia Fernández , quien desde diciembre será la edil más joven en la historia de América Latina, con 19 años. Pero, al mismo tiempo, el fuego social sigue encendido y así lo supo un día después de aquel triunfo, cuando se dio un intento de desalojo contra once familias de una vivienda en el barrio porteño de San Telmo. Son alrededor de setenta personas, algunas con más de tres décadas de residencia. Hay veinte niños. “Finalmente logramos una tregua para ver si le encontramos una solución a esto”, descomprime Grabois.
Hasta diciembre, Argentina vivirá una transición en la cual el agua y el aceite convivirán en el mismo recipiente: nada distinto a lo que sucede cuando gobierna quien ya perdió, mientras que el que ganó aún no cuenta con el tablero para manejar las perillas. Lo interesante del caso criollo es que al mismo tiempo se va modelando una sensación de cambio de era que solo el paso del tiempo permitirá dimensionar y caracterizar. ¿Hasta qué punto fueron éstas las elecciones de una nueva generación que busca escribir su historia por debajo, o entre los pliegues, de aquella a la que más temprano que tarde deberá suceder, actualizar y trascender?
Grabois da un ejemplo que pone en eclosión normas de otra época con necesidades propias de la juventud actual: la vivienda, el suelo y especialmente la Ley de Alquileres: “Doy clases de Teoría del Estado en la UBA y les digo a mis alumnos que el que no herede, no tenga suerte ni sea ‘bendecido’ por la meritocracia, va a estar muchos años para poder comprarse un depto o una casa.” Y da dos ejemplos del propio Frente Patria Grande, socialmente distintos pero unidos por la misma desgracia: “Por un lado está Ofelia, una joven de sector medio, politizada, que fue a un muy buen colegio y comenzó la facultad; y por el otro Ale Valenzuela, que tuvo problemas de adicciones, logró salir y vive en una barriada. ¿Qué los une a ambos? Que con este sistema no tienen ninguna posibilidad de comprarse una vivienda. Y encima alquilar es difícil.”
El dirigente alcanzó dimensión pública a través de dos espacios en los que contribuyó a darle una dimensión política: el Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) y la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP). Deciles del mundo laboral que hasta entonces eran considerados marginales o ilegales, y que a partir de entonces empezaron a ser mínimamente validados en estructuras convencionales. “Nuestro programa de transformación social es ‘tierra, techo y trabajo’. Esa debiera ser la base, y después que cada uno se consiga la felicidad a su manera dentro de la enorme diversidad que tiene nuestro pueblo”, apuntó.
Sobre sus días, Grabois recuerda que en una época “era común tener que salir a pelear literalmente con la policía para evitar que les confisquen los carros a los cartoneros”, mientras que ahora vive algo similar en representación de “senegaleses, vendedores ambulantes o familias que están en situación irregular de vivienda”. Por un asunto de esos, él y otros dos compañeros fueron detenidos en Constitución en septiembre del año pasado, mientras intentaban defender a unos manteros de la Policía de la Ciudad.
Grabois tiene un costado no tan conocido, o al menos no tan destacado por los medios a los que acude permanentemente: el de lector y escritor. “Estoy terminando El yo y los mecanismos de defensa, de Anna Freud –psicoanalista e hija de Sigmund–, un libro que retomé tras el cierre de listas y después de mucho tiempo para comprender las motivaciones y conductas de las personas en este contexto”, explica.
Y además adelanta –acaso como primicia– que en unas semanas saldrá su primer trabajo de ficción, género sobre el que vuelve tras un fallido intento previo. “Se llamará Pecados argentinos y es una mezcla de metáfora y política”, resume. “Quería hacer un laburo más de investigación histórica y filosófica sobre los pecados capitales en la antigüedad, y sobre cómo esos mismos vicios o conductas se estructuraron en el siglo XXI a través de grandes actos trasnacionales. Hay una discusión sobre si la reconstrucción de la moral implica la construcción de una moral alternativa, o bien la falta de moral y que cada uno se las arregle. No es una obra de arte, pero defiende el trabajo que hice.”
Insistís sobre la necesidad de actualizar leyes sobre vivienda y alquileres. ¿Hacia dónde ves la salida?
--Es que lo venimos charlando y tenemos expectativas, sobre todo porque la situación es crítica en distintos sectores sociales. Empezando por los siete millones de inquilinos para los cuales resulta imposible comprar casa o depto porque son laburantes o empleados. Luego, pasando por los cinco millones que viven en asentamientos sin agua, luz, cloacas ni ningún servicio. Y llegando hasta los sin techo que viven en las calles de las principales ciudades de Argentina. Si hubiera, por ejemplo, 500 lotes con servicios a disposición, se descomprimiría mucho la situación, por una cuestión de mercado de los alquileres. El Estado se tiene que poner a disposición de la gente que no tiene vivienda propia. Tienen que cambiar las leyes y la forma en la que nos relacionamos con la propiedad para empezar a verla en función social, y no solamente como algo tuyo.
El sujeto “no politizado” te conoce más bien por tu exposición en programas de TV. ¿Te sentís cómodo en ese esquema de panelismo y griterío en el que a veces cuesta desarrollar una idea?
--La cuestión es tratar de ir a lugares donde la audiencia es indecisa o directamente está al otro lado de la grieta, porque eso me da la posibilidad de interpelarlos o intentar traerlos un poco más para acá. A veces me sale y otras no. Obviamente preferiría ir a programas donde pudiese transmitir ideas, pero la realidad es que en el mundo de la postverdad vos podés expresar con mucha claridad algo pero después la reiteración de una frase sacada de contexto tergiversa completamente lo que planteás. Fui aprendiendo que importa más lo que la gente hace que lo que dice. Porque escucho a mucho chaboncito con pañuelo verde al cuello que después termina siendo un abusador: se suben a una moda, a una causa noble o tienen un discurso políticamente correcto, pero en su vida cotidiana y en su acción militante hacen lo contrario. La pantalla solo sirve para transmitir ideas y generar discursos disyuntivos que hagan reflexionar a los que están cerrados en una posición. No quiero convencer a un lector del NO de que el punitivismo no es la solución a un problema de seguridad, ¡porque ya lo sabe!
Ofelia te reconoce como su mentor político. ¿Cómo es tu vínculo con ella y cómo tomas su ingreso a la política?
--Somos complementarios a pesar de que no pensamos igual y ni siquiera pertenecemos a la misma generación. Ella tiene que aprender mucho de los sectores populares más empobrecidos, y lo que tiene de bueno es que no se cree que la conoce. Pasa con eso que se denomina la revolución de las hijas, donde las que hablan de las hijas son las madres. La única pibita que veo hablando de eso con tanta exposición es Ofelia. A la inversa, ella no habla en nombre de mujeres pobres, porque sabe que no representa eso. Prefiere la humildad de ir a conocer, hablar con las cartoneras, las costureras, los centros de rehabilitación de drogas. Porque entiende que no es lo mismo las drogas según la clase: una cosa es que una piba del perfil de ella pueda ir a una fiesta Bresh a tomar una cosa que no te hace nada, y otra distinta es ir a un barrio donde el paco es sinónimo de muerte y el problema es otro. Donde no se trata de recreación, sino de supervivencia y de lucha contra un arma de destrucción masiva del sistema. Hay que ser ubicado y saber que los códigos de los sectores medios progresistas no son los de los más pobres, del campo popular en términos de clase. Valoro mucho esa humildad que tuvo ella para incorporar a su discurso de reivindicaciones de la mujer y de la juventud cuestiones sociales y ambientales que las está empezando a aprender.
Empezaste a militar en 2001, cuando en la calle se gritaba “que se vayan todos”. ¿Qué lectura hacés de esta generación de jóvenes que vive la militancia y la participación política como algo positivo?
--¡Que son la reserva moral de este país! En nuestro espacio hay pibes que tienen diez o quince años menos que yo y vienen de barriadas, y están dispuestos a entregarlo todo sin pedir nada a cambio, en un mundo donde lo gratuito escasea. Y donde esa clase de gente no es la que sobra, especialmente. Eso lo ves en la juventud y en gente que tiene una vocación muy fuerte. Y son los pibes con los que me gusta estar a mí, y no con aquellos que se vuelven locos por hacer un comercio de su figura y de sus ideas. Parafraseando al Che: la revolución no es algo que se lleve en la lengua para vivir de ella, sino en el corazón para morir por ella. Porque hay mucha pose y mucho coolismo, mucha imagen y poco contenido. La novedad de esta generación es que está buscando un equilibrio entre transitar la cultura que le toca vivir, con un montón de elementos novedosos y espectaculares, pero además buscando un contenido de cosas que, a lo mejor, no son las que garpan en este momento.