Para las que vimos El silencio es un cuerpo que cae, el primer largometraje de Agustina Comedi (que sigue dando la vuelta al mundo), quedarnos con ganas de más, de repetir varias veces más, es un sentimiento compartido. Pero para las que además vivimos en Córdoba, que es un pozo de pacaterías e insatisfacciones, así como también una usina de deseos y de placeres prohibidos, para las que vivimos en Córdoba donde la película no circuló oficialmente, poner en acto más silencios y más caídas se ha vuelto una necesidad, una insistencia. También un horizonte en la agenda micropolítica de cada quien. De eso hablábamos con algunas amigas mientras ayudábamos a La Marcos a pintar el departamento que tiene que entregar en dos días porque se muda y se va del barrio. La Marcos actuó en el nuevo material de Agustina interpretando a La Gallega, una de las divas legendarias de la escena docta en los noventa. A decir verdad, muchas conocidas participaron en la recreación de una noche de encanto en la disco Piaff, pero, como ocurre habitualmente con los tiempos de montaje y postproducción, nadie sabe cómo va a quedar todo y hay que tener cuidado de no convertirse en calabaza mientras se espera. Anocheció, se nos hizo tarde con lo de la pintura y terminé invitando a La Marcos a dormir a casa. No dormimos casi, pero conversamos mucho ―tan amigas que somos― de nuestros novios, de su madre, de mi hija, de lo hermosa que está Dana haciendo Red Tape, de Paquita Salas y de Pose, de los ex, de las P.A.S.O., de las elecciones, de nuestras analistas, de la cantidad de travas gorilas y de maricas fachas en Grindr, de la hija drag de Alberto que tendrá que ser primera dama como Zulemita. Y de todo lo que teníamos que conversar; al final, la cosa se puso seria y hablamos sinceramente de otra noche similar a esta, en la que también se quedó a dormir y no dormimos.
En PLAYBACK, ensayo de una despedida, cortometraje que se estrena el 9 de noviembre en el Festival de Cine de Mar del Plata, la directora retoma y amplía los aspectos más sensibles de su opera prima: la amistad como modo de vida, el amor (ni como forma, ni como contenido) como operatoria de montaje. Eso que tanto cuesta al pensamiento hetero y que todavía cuesta un poco a las lecturas más homonormativas de los últimos homosexuales: superar el binarismo (varón-mujer, hetero-homo, cis-trans, pasado-presente), abrazar el continum de los afectos y sus transiciones, abrazar las ambigüedades de los deseos y de las decisiones. Mientras que algunos todavía se preguntan por la doble vida o por la verdadera identidad, Agustina nos dice una y otra vez en sus películas que una sola vida no alcanza, y dos tampoco, se necesitan cientos y ninguna idéntica. Por eso las respuestas a estos desafíos tienen que ser colectivas, polifónicas, voces superpuestas de labios más o menos sincronizados y una labor colaborativa entre quienes narran con los ojos, quienes narran con la voz y quienes narran con la cuerpa. Entre miradas, silencios, palabras y sonido-ambiente se tejen las redes de la nueva mujer araña, esa que ya no le narra al chongo con el que comparte celda sino a las amigas con las que comparte la celda de los chongos.
Cuando la diva sincroniza: No empieces a quitarte la camisa/ No vas a convencerme como siempre/ Se ha roto el espejo de tu vida/ Te espera un tiempo gris de mala suerte, no le está cantando en verdad al chongo, que ni escucha ni está allí. La diva le está cantando su dolor a las amigas y, como ocurre con esos hechizos oblicuos, mal direccionados, del que todas hemos sido alguna vez víctimas y victimarias, por identificación la maldición recae sobre aquellas a las que se quiere bien. Por eso PLAYBACK es un corto, principalmente, sobre la reparación. Agustina vuelve sobre el material de archivo marica, sobre las transformistas del Grupo Kalas y la crisis del sida en la provincia. Ensaya con un grupo de actores y amigas ―y con el potente y preciso relato de Delpi" w:st="on">La Delpi (superviviente del colectivo de performers)― modos de justicia erótica y afectiva para encarar los duelos íntimos y su dimensión colectiva. La condición para una despedida está en la frase verbal play back: escuchar, repetir, poner de nuevo. Para algunas, el playback es una destreza, un arte, una habilidad mientras que, para otras, es una trampa, un engaño, un simulacro. Probablemente sea un poco de ambas cosas y una denuncia del carácter siempre impropio de la lengua que nos habla. Lo sabemos, con o sin playblack, la vida en rosa, en Rosa Fumetto, es trágica. Trágica. En cambio, el final (contra ese pronóstico que dice que todas terminamos de igual manera), para que sea un final verdaderamente feliz, tiene que ser multívoco: no hay un final feliz, hay finales felices y las maricas sí que sabemos de eso.
Aun no amanece, acabo de terminar de ver el corto definitivo, prometí no compartirlo con nadie y por eso me puse los auriculares, para que no se despierte. Marcos duerme desnudo a mi lado. La Marcos desnuda, boca abajo, con el brazo derecho salpicado de pintura. Le acaricio el pelo, todo emocionado, y muevo los labios sin hacer ruido: Es Judy Garland eterna como el sol. Ensayo mi propio playback, mis propios finales felices. Entre la casa que La Marcos deja y la mía está la casa de LDelpi" w:st="on">a Delpi, a unas cuadras de allí, la casa en la que Agustina se crió. Más allá está la Escuela Presidente Sarmiento, donde nos toca votar a las cuatro. Me imagino que es un domingo soleado, se vota a la primera presidenta travesti y los milicos que cuidan las urnas están vestidos de rosa con zapatos de tacón y moños de raso atrás. La Marcos abre los ojos, comienza a desperezarse, se da vuelta con una erección y, sonriendo, me dice: Hola amiga, buen día.