Desde Necochea

Un refugio para las canciones sin prisa. En eso se está convirtiendo la ciudad balnearia de Necochea. Es que acaba de culminar la tercera edición del Festival de Música Independiente “Vasos y Besos”, que reunió entre el viernes y el lunes a músicos del país y otras latitudes que comparten varios aspectos en común: autogestionan sus proyectos, ponen el acento en la canción y tejen redes entre ellos por fuera de la gran industria. Organizado por la Agrupación Indiegesta, la iniciativa apunta, en rasgos generales, a construir lazos genuinos entre artistas y gestores culturales, brindar conciertos de calidad con entrada gratuita y fortalecer la escena local. En esta edición, se cruzaron en varios espacios de la ciudad costera –desde bares a metros de la playa hasta sindicatos– músicos de España, Venezuela, Brasil, Uruguay y diferentes zonas de Buenos Aires, ante la mirada atenta de públicos de todas las edades. Desde la intimidad de Juanito el Cantor, Licina Picón y el brasileño Zelito Ramos Souza hasta la fuerza eléctrica y festiva de El Estrellero, una joven promesa de La Plata.

  La apertura del festival tuvo dos momentos claves: la proyección de la película No va a llegar de Tomi Lebrero –un viaje musical a caballo por caminos profundos de la Argentina– y la actuación de Zelito, cancionista oriundo de Santo Antônio da Patrulha, Rio Grande do Sul, que recoge el legado de la milonga y los sonidos templados de la región. “Siempre toqué milongas tradicionales con papá, pero después empecé a escuchar las milongas de Vitor Ramil y Jorge Drexler, que son las que me volaron la cabeza”, cuenta Ramos Souza. “Yo venía de un territorio muy cerrado de folklore. Pero yo no vivo en el campo como mi papá. Entonces, me empecé a identificar más con milongas urbanas y un lenguaje de mi generación”, precisa el músico, y confiesa que durante el año visita más veces Buenos Aires y Uruguay que Río de Janeiro, por afinidades estéticas y afectivas. De hecho, durante el final de su concierto invitó a cantar a los argentinos Pablo Grinjot y Tomi Lebrero. Juntos hicieron “Gualeguay” y “Siete días”, ambos de Lebrero. Y más tarde subió a acompañarlo el entrerriano Carlos Pulidori, en el candombe “La fuerza negra”. “Estos encuentros son fundamentales porque se conoce mucha gente de todos lados. Pero además hay que saber disfrutar de esto para crecer, hacer amistades y para llevar, por ejemplo, a músicos de Necochea a tocar a Brasil. Es importante hacer ese intercambio y compartir los públicos. Los festivales son de extrema importancia por el encuentro, por la energía que ponemos ahí y para mantener la llama prendida”, entiende Souza.

  Lebrero, en tanto, tuvo su espacio en el escenario al día siguiente, en el bar Om. Aunque al principio el público estaba un poco disperso, el histriónico compositor y bandoneonista supo captar la atención con sus canciones desfachatadas y emotivas a la vez. Acompañado por el tecladista Santiago Grandone y la bajista Lucila Pivetta el músico pasó de la bellísima instrumental “Misachico de Cangrejillos” del jujeño Ricardo Vilca a la psicodélica y telúrica “Verde”. Un rato antes, los necochenses Joseph Bennari y Las Estrellas rompieron el hielo con una vibrante dosis de rock-pop. Pero el clima se puso más atractivo con el arribo al escenario de la venezolana Yoyo Borobia, dueña de una voz seductora y un carisma único. La cantora se lució con canciones propias y confirmó su identidad con una versión de “Tonada de luna llena”, de Simón Díaz. Desde España, el músico Pablo Lesuit, quien se encuentra girando por Sudamérica desde hace varios meses, aportó su calidez y sensibilidad interpretativa durante un concierto al aire libre en el Parque Lillo. La más celebrada fue “La cicatriz”, una canción propia combinada con versos de Bob Marley y Gustavo “El Príncipe” Pena. En otra sintonía, el cancionista de Castelar Juanito el Cantor demostró una vez más la altura poética y armónica de sus canciones. “Uh uh uh” (junto a Licina Picón), “¿Dónde está la luz?” o “Amarillo” dan cuenta de ello. Ese día, Picón también hizo emocionar con sus estimulantes canciones en piano.

Otra cantautora que no pasó inadvertida fue la uruguaya Luciana Mocchi, tal vez una de las propuestas más intensas y originales de la canción charrúa actual. Mocchi tiene un humor ácido, canciones efectivas, una potente presencia escénica y una complejidad armónica y compositiva que la convierten en una artista imperdible. “En las canciones me encuentro conmigo, con lo que soy. En el momento que compongo lo hago sin pensar. Entonces, es un momento en el cual la cabeza se conecta con una parte de mí que no puedo saber cuál es. Me baja una información, una historia, que tienen relación con cosas que me pasaron o personas que conocí”, dice Mocchi, quien acaba de publicar su segundi disco, Mañana será otro disco. La autora uruguaya va desde la milonga hasta aires murgueros, siempre desde una impronta urbana. “Los ritmos dependen bastante del mensaje. No busco un género para lo que quiero decir, me salen automáticamente. Igual, todos los toques son diferentes. Tengo la libertad de transformar las canciones, depende de los músicos con los que toque y cómo estemos anímicamente”, dice ella y en esta oportunidad estuvo acompañada por el percusionista Bruno Stella. “Cada músico tiene su propia memoria y el paisaje influye mucho en tus procesos compositivos”, dice sobre su ciudad puerto, Montevideo.

  Y sigue la uruguaya. “Me asombra la cantidad de gente que hay haciendo cosas copadas y en este momento hay una apertura de poder hacer lo que quieras. En dictadura, por ejemplo, había una rivalidad entre el rock y el canto popular en Uruguay. Ahora nos juntamos todos a escuchar y hay uno que toca punk y otro que hace canciones. Hay un movimiento donde la canción no es de una manera, abarca más cosas ahora, hay un abanico más amplio de cancionistas haciendo cosas diferentes”. Desde ese mismo enfoque, entienden la música los integrantes de El Estrellero. “La escena independiente asumió un lugar de relevancia que antes no tenía y eso hizo que festivales como este permitieran la convivencia entre distintas manifestaciones artísticas que en otro momento hubiera sido mucho más difícil de lograr. Entonces, antes era más sectorizado, por una cuestión de que el under era under. Y ahora el under, debido tal vez a las falencias del mainstream, ocupa espacios más importantes y concentra una mayor atención del público”, considera Juan Irio, uno de los cantantes de la banda platense. Es que además de música, el festival cobijó a artistas plásticos como Hernán Ricaldoni o Laura Zubía y fotógrafos como Hernán Galbiati. “El rock, de hecho, ya es un elemento demasiado vivo como para pretender encasillarlo en géneros, escenas, incluso en países, desde hace ya varios años. No es algo que asuma la rebeldía o la rareza que tuvo en el comienzo, sino que es algo instalado, es cultural y está dentro de nuestra sociedad. Lo importante es ser honesto con las canciones”, enfatiza Irio.

El Estrellero, eléctrico y festivo, joven promesa de La Plata.