Dos décadas atrás, cuando culminaba el trastornado siglo XX, el Culebrón Timbal encaraba su largo viaje hacia las entrañas de América Latina. El periplo, romántico, osado, era a bordo de un Mercedes Benz 1114, al que llamaban –y llaman-- Carromato Culebrón. “Me vienen tres imágenes imborrables”, sostiene hoy Eduardo Balán, miembro fundador de la agrupación. Una es en una caleta de pescadores de Chile, a orillas del Pacífico, el primer día del siglo XXI. “Fue una especie de regalo milagroso al inicio del viaje, quizás para engañarnos de que iba a ser más fácil de lo que fue. Uno de nosotros, bastante drogado, se subió a unos acantilados y un grupo de gente no menos afectada por las sustancias tuvimos que ir a rescatarlo. Afortunadamente no hubo víctimas que lamentar, y hubo pescado y cerveza para festejarlo”, evoca.
Otra fue en Quito, y tuvo que ver con el encuentro entre culebrones y dirigentes de la CONAIE, aguerrida organización indígena del Ecuador. “Comparando las trazas de ambos grupos, los desarrapados y desnutridos viajantes artísticos con la colorida y digna delegación de referentes originarios que nos recibieron, no había ninguna duda de en donde depositar las esperanzas de una revolución en Latinoamérica”, se ríe Balan, que anticipa la tercera imagen como la más personal. El personaje, en este caso, es el Chino Morquencho, un mecánico peruano de un pueblo a orillas de la ruta hacia Guayaquil. “Pude mirarlo mientras lavaba y lubricaba el piñón y la corona que tuvimos que reparar en el bondi, con lentitud y mucho cuidado, durante un par de horas, sentado bajo el colectivo, para que la pieza quedara perfectamente colocada y calibrada. Observándolo no tuve ninguna duda de que era un artista, que todos sus movimientos tenían la belleza de la mejor danza clásica. Y se me multiplicaron las dudas sobre la línea que separa al arte de otras actividades humanas”.
Todo esto para trazar, ahora sí, una elipsis hacia acá en el tiempo y comprobar que “Mil pueblos jóvenes”, el espectáculo que el Culebrón dará este jueves en La Trastienda (Balcarce 460), tiene como motivo central festejar los veinte años de aquella gira mágica, misteriosa e inolvidable. La idea, marca Timbal, claro, es ensamblar sentidos a través de una película barrial de ciencia ficción llamada “Mnémora, pueblo, poder y tiempo”, historietas, poesía, murga, cuentos y el consabido cancionero mestizo. Todo enmarcado en una puesta musical y visual que combina power rock con una declaración de amor al lenguaje del cine. “Todo forma parte de un relato único, una novela transmedia, un mundo en el que se mezclan los viajes en el tiempo, los mitos populares y un futurismo irreverente, una alegría basada en la fuerza de lo colaborativo. Ese espíritu es el que se traduce en el espectáculo que vamos a presentar con la banda en La Trastienda, acompañados por músicos amigos y la murga Lxs Imparables… va a ser una ceremonia fiestera con un despliegue visual y poético memorable”, promete el atrevido artista.
--¿Qué significó haber recibido el galardón a la trayectoria artística que les dio el Fondo Nacional de la Artes?
--Los proyectos como el Culebrón no consiguen muchos reconocimientos en el actual estado de cosas de la llamada “industria cultural”. Yo digo que vivimos un oscurantismo de mercado. Hay un enorme subsuelo de experiencias culturales populares que no consiguen la visibilidad y la circulación que merecería la calidad de su trabajo, tanto en lo estético como en los procesos sociales que desatan y sostienen. Sólo en Argentina hay más de 25 mil experiencias de cultura comunitaria como nosotros, que se sostienen casi en la clandestinidad, pero que existen y se organizan desde hace años… así que el premio que nos dio el FNA fue un dato de una realidad emergente, un espacio de la acción comunitaria y popular que viene a transformar lo que hasta hoy entendíamos por cultura.
El cantante y fundador de la agrupación nacida por lo barrios del oeste en los primeros noventa, no duda en ligar la clave de la subsistencia del proyecto a una “confianza irreductible” en el poder de la amistad. “Esto es lo que nos hace no tenerle miedo a nadie”, asegura. “También pesa el hecho de saber que el pueblo existe, que no es sólo el "electorado" o una categoría de la sociología, sino un organismo vivo, diverso, que va buscando su camino. La combinación de esos valores hace que basemos nuestro laburo, nuestra organización y nuestros planes en dinámicas que son inmortales, muy poderosas, aunque lleven tiempo. Nos exige estar atentos a nunca burocratizarnos, a no entregarle nuestra energía a la lógica corporativa, la competitiva o la de los prestigios individuales, que son todas miradas de alcance muy corto”.
--A propósito, ¿es este que se va el peor momento social y económico que les tocó atravesar?
--El daño social de las políticas del macrismo en nuestro barrio y en nosotros fue muy ácido, continuo y cotidiano todos estos años, eso es cierto. Y tuvo consecuencias aleatorias, en la violencia, en el maltrato. Pero no logró paralizarnos. Por eso, creo que logramos generar una obra que quizás es tan luminosa, porque hubo que templarla en un contexto hostil, enrevesado y destructivo, agarrado al timón de una visión trascendente y también muy real. “Mil Pueblos Jóvenes”, en efecto, es una respuesta a la religión de la resignación y la tristeza, pero con los pies puestos en dinámicas reales, que ya existen y que pueden ser invencibles.
Una de ellas es la que, disparada por una de las máximas del Manifiesto del Arte Territorial del Culebrón (“sacar al arte del lugar del arte”), llegó a lograr una radio (FM La Posta), un programa de Tv en Canal 3, una Escuela Popular de Arte y Comunicación y movidas barriales por doquier. “La guita no nos alcanza, pero nos tenemos a nosotres y al barrio y las ganas de hacer cosas nunca faltan. Es posible que nuestra locura no merezca estar en el gran libro de la historia del arte, pero cuando se escriba el gran libro de la historia de la amistad vamos a tener un capítulo seguro”, presagia el mago Balan, a contramarcha de lo que él mismo llama el oscurantismo de mercado.