Desde Barcelona

UNO Advertencia: lo que sigue abundará en siglas y números difíciles de memorizar, complejas hipótesis cósmicas e insondables misterios poético-científicos. Por lo que –decide Rodríguez– tal vez lo mejor sea, para calentar motores, arrancar con formas de vida primitivas y no muy intelectualmente sofisticadas. Ahí, entonces, en la pantalla del noticiero, los flashes de apertura típicos de estas jornadas. En uno, ahí va un hombre en bicicleta valor 12.000 euros, con una mochila de la que separa menos que Dora La Exploradora de la suya, pedaleando a toda velocidad por las callejuelas de Ginebra, mientras una cámara nerviosa y un micrófono gritón lo sigue y persigue como puede y le arroja preguntas del tipo “¿Cambiaría algo si echase la vista atrás?” y “¿Está preocupado por su futuro?” como si se tratasen de esos meteoritos que extinguieron dinosaurios o acabarán con civilizaciones. En otro, aparece un hombre de peinado rubio que parece desafiar a toda ley física repitiendo con dicción de autómata lento “America… First… America… First…” y, a continuación, firmando con letra grande unas páginas en una carpeta que parece un menú de restaurante de trash-food algún decreto donde, por ejemplo, se revoca una orden en cuanto a que los estudiantes transexuales pudiesen elegir libremente en los colegios públicos el baño y vestuario que coincidiese con la identidad de género elegida.

El de la bicicleta no es otro que Iñaki Urdangarin: marido de Infanta caída en desgracia quien (luego de años de investigaciones y proceso y meses de deliberaciones en los que, hasta la semana pasada con condena más bien encogida, no dejaba de repetirse eso de que la justicia es igual para todos y tocaba ahora mismo temporadita en un agujero negro de luxe pero aún así a la sombra) finalmente o por el momento, porque tiene coronita, se libra de la cárcel porque “no hay riesgo de fuga”. Aunque, claro, resida desde hace tiempo en otro país y esté permanentemente custodiado por guardaespaldas a los que se les paga con ese mismo dinero público con el que conde consorte pagaba clases de cha-cha-chá y safaris africanos y ahora, sin siquiera pagar fianza, allá va para poder seguir bicicleteando y haciéndose el suizo y sin la obligación de volver a España para fichar mes a mes en comisaría, hasta que se confirmen los seis años y meses de la sentencia. O no.

El del raro peinado ya no tan nuevo ya saben quién es y no está preocupado por su futuro; pero sí tiene el raro don de conseguir que todos los que lo rodean (absolutamente todos, subraya Rodríguez) se preocupen por el suyo.

DOS  Pero una vez superadas las idas y vueltas de estos dos hijos dilectos de su tiempo (el destiempo de las posverdad) se anuncia trascendente y revolucionaria noticia de último momento modelo ¡Paren las rotativas! y ¡Modifiquen la escaleta! Livin’ la Vida Exo. Teclear EXO y clickear search y  lo primero que sale son muchas entradas dedicadas a un boy-band surcoreana cuyos miembros tienen el look de ser amigos íntimos de Derek Zoolander o encubiertos agentes envenenadores de Kim-Jong-un con discos titulados Exodus y giras llamadas EXO FROM. EXOPLANET ?2 - The EXO’luXion. Lo que sigue en el ranking es la marca de una barrita proteínica sin gluten. Y a continuación lo de los exoplanetas. Los planetas que están fuera de nuestro barrio. Y la noticia ¡Extra, Extra! es lo de la NASA comunicando el descubrimiento –a unos lejanísimos 39 años luz y 300.000 años oscuros de aquí– de un sistema de siete exoplanetas “similares a la Tierra” (tres de ellos serían virtuales “gemelos” suyos con posibilidades de contener agua) orbitando alrededor de la estrella enana TRAPPIST-1 (denominación oficial 2MASS J23062928-0502285, con un 11% del diámetro y 8% de masa de nuestro sol) en la constelación de Acuario. Google no demoró en dedicarle un doodle al asunto (hace tiempo Rodríguez leyó que hay toda una división de la empresa que se dedica “a uno de los trabajos más envidiados del mundo”: la selección de efemérides y diseño de estos garabatos animados) y, otra vez, lo mismo de siempre: todos juntos ahora fantaseando un mañana con naves colosales como protagonistas de la mudanza más épica desde aquello del Arca de Noé y todos en busca de nuevos paisajes a arrasar. A Rodríguez le gusta mucho esa idea. Lee toda ficción del género conocido como generation starship (las primeras fueron el cuento “Rescue Party” de Arthur C. Clarke y la novela Orphans of the Sky de Robert A. Henlein, no hace mucho viajó lejos con Aurora de Kim Stanley Robinson y Seveneves de Neal Stephenson; y se divirtió mucho viendo Passengers con la siempre acelerada Jennifer Lawrence a quien pronto, seguro, veremos cantando y bailando) porque contienen dos de sus anhelos más fervientemente deseados: el largo sueño de la animación suspendida con Pink Floyd como muzak y, luego de la cuenta regresiva para poder ascender, la posibilidad de empezar de cero.

TRES  Y lo de los exoplanetas viene desde hace ya unas dos décadas. El primero de ellos fue “descubierto” en 1995 y bautizado como Belerofonte; desde entonces se han nombrado a más de dos mil. Y hasta se ha observado el “nacimiento” de uno de ellos –LkCa, en la constelación de Tauro– y, supone Rodríguez, en la NASA patentar planetas equivale a lo de los doodles en Google. Y a ver si se ponen a trabajar porque a los nuevos miembros de la familia se los conoce, apenas, como Trappist-1 b, c, d, e, f y g. Y fue en las últimas noches más chocadas que estrelladas del milenio pasado cuando comenzamos a darnos cuenta de que si no estábamos solos en el universo por lo menos nadie tenía ganas de conocernos; por lo que había que pensar más en ir hacia la montaña que esperar la llegada de Klaatu, Ziggy Stardust y E.T. En nada quedaron los “extraños objetos” orbitando alrededor de KIC 8462852 o las “extrañas señales” emitidas desde HD 164595. Falsas alarmas. Ni monolitos mesiánicos ni mensajes salvadores. Y Rodríguez leyó semanas atrás lo del hallazgo de ese ensayo de Winston Churchill –redactado en 1939, a meses de iniciarse el Blitz y los bombardeos de los alienazis– sobre la posibilidad de vida extraterrestre en exoplanetas. Sangre, sudor y lágrimas en la lluvia, sí. “No soy tan vanidoso como para pensar que mi sol es el único con su familia de planetas”, escribió allí Churchill. Y a Rodríguez cada vez le gustan más las súbitas manifestaciones físicas de estas imprevistas reliquias (lo de la novela perdida y encontrada de Walt Whitman, lo de la filmación de Proust bajando por las escaleras de esa boda) en tiempos en los que todo parece suceder virtual-digitalmente on-line y Roger Waters continúa insistiendo en que su The Wall es un alegato político-protestón multi-erigible en Berlín-Israel-El Paso en lugar de uno de los más gloriosos y burgueses y solipsistas manifiestos en toda la historia de la humanidad. Y, claro, Churchill concluía lo suyo –mientras el padre de Waters se preparaba para volar por los aires playeros de Anzio– entre incertidumbres, pero con la certeza absoluta de que “es imposible que seamos el tipo de desarrollo físico y mental más elevado que haya aparecido jamás en la vasta esfera del espacio y del tiempo”.

Aunque parece que, al menos en los alrededores, así es. Lo que sobran son exodeportados, exobrexit, exonerados, exorcizados, exóticos, exopresidentes y exoprimeras damas que prefieren gobernar desde resorts con nombres como Mar-a-Lago o recibir en las alturas de torres doradas.

Irse lejos por el espacio –piensa Rodríguez, flotando ingrávido en una Cataluña con exovocación– tal vez sea lo más parecido a llegar lejos en la vida. Si no, siempre quedará, al final del viaje, ese exo definitivo y sin vueltas conocido como Más Allá.