En 1969, la Orquesta Nacional de Música Argentina, creada en 1932, todavía no llevaba el nombre de su fundador, Juan de Dios Filiberto. Hacía más 20 años que había sido incluida en la órbita del Estado y reflejaba una idea de música argentina que componía su rosario de valores y fundamentos a partir de Buenos Aires. El tango, más precisamente. Ese mismo año, en otro lado de la misma ciudad, cuatro veinteañeros grababan un álbum con canciones propias que contribuirían a trazar otra idea de lo ciudadano. Almendra, como el grupo, se llamó ese disco al que cincuenta años después la misma Orquesta Nacional de Música Argentina le rindió homenaje.
El miércoles, en la sala principal del Centro Cultural Kirchner, la “Filiberto”, dirigida por Lucía Zicos, hizo propias aquellas canciones salidas en su gran mayoría del aura prodigiosa de Luis Alberto Spinetta. Participaron Rodolfo García, Edelmiro Molinari y Emilio Del Guercio, integrantes de Almendra, además de Rubén Goldín y Mariana Bianchini. La compañía Nacional de Danza Contemporánea puso otra dinámica al espectáculo, con oportuna intervenciones. Los arreglos orquestales de Juan “Pollo” Raffo afirmaron una nueva personalidad para cada canción, sin dejar de rendir justicia sonora a las versiones originales. En este sentido, una formación instrumental como la Filiberto se revela ideal para estas formas de experimentación con vocación inclusiva.
Tras el inicio solemne con “Obertura”, que está en el segundo disco de Almendra, el clima se fue desacartonando con el pasar de los temas de aquel primer disco, pero en sentido inverso al original. Así fue que “Laura va”, en la voz de Bianchini, fue lo primero que se escuchó. El arreglo de Raffo, amplificó en un delicado contrapunto entre los tres fueyes de la orquesta el recuerdo de aquel bandoneón solitario de Rodolfo Mederos que distinguió el arreglo de Rodolfo Alchourrón en el disco.
En un clima de emotividad creciente llegaron enseguida “Que el viento borró tus manos”, de y por Del Guercio, “A esos hombres tristes”, por los aplaudidísimos Molinari, Goldin y García, que se sentó en la batería, y "Plegaria para un niño dormido" en la voz un poco sobreactuada de Bianchini sobre el certero aire de milonga del arreglo. “Fermín”, Ana no duerme”, “Figuración”, “Color humano” con un solo de Molinari con Stratocaster, marcaron el rumbo que tendría el mejor final imaginable con Goldín cantando “Muchacha”. Aplausos, bises y más aplausos de un auditorio repleto y agradecido.
Los homenajes, se sabe, son materia delicada y en general terminan diciendo mucho más de quien lo hace que del que lo recibe. Más allá de la celebración de aquel episodio importante en el impulso de una nueva épica ciudadana y la emoción de quienes asistieron, queda claro que en términos culturales cincuenta años es la distancia que separa dos conceptos de “música argentina”, el de ahora más inclusivo. En definitiva, fue el reconocimiento de que aquellas canciones y todo lo que representan ya son parte natural de la cultura de este país.