Bananarama, el trío londinense de chicas post-punk, nació en el umbral de los años 80 y en gran medida le puso sonido a esa década de excesos consentidos y placeres exclusivamente nocturnos. En 2019, el grupo (hoy convertido en un dúo que sigue presentando canciones, álbumes y conciertos) cumple cuarenta años. Hasta mediados de la década de 1990, en discotecas LGBT de Buenos Aires como Área, Line y Búnker, sus canciones señalaban el momento de dejar atrás la barra, la conversación y las gradas y dar un paso firme en dirección a la pista. ¿Quién no bailó en esos años “He Was Really Sayin' Somethin' ”, “I´ve Heard a Rumor” y “Love in the First Degree”, tratando de imitar las coreografías a medias esperpénticas y siempre divertidas de las cantantes inglesas? Dos amigas y estudiantes de periodismo, Keren Woodward y Sarah Dallin, formaron la banda en 1979. Semanas después, invitaron a cantar con ellas en fiestas y discotecas a Siobhan Fahey, que cursaba moda en el London College of Fashion, usina inglesa de estilos, diseño y música.
En las primeras presentaciones de la banda, como ninguna de las tres tocaba ningún instrumento, sólo ponían una cinta y cantaban, de cara al público, en escenarios improvisados. Así fue como el baterista de los Sex Pistols, Paul Cook, las escuchó en un bar y decidió producir el primer single, un tema cantado en suajili, que forma parte del extraordinario álbum lanzamiento de Bananarama, Deep Sea Skiving, de 1983. Considerado una joya de la música pop de ese entonces, el disco tiene al menos cuatro éxitos que ingresaron a los charts británicos. Funk, música tropical, elegantes melodías románticas, soul y, por supuesto, un pop eufórico pusieron a Bananarama entre los grupos frívolos más serios de la música inglesa. Precursoras de las aguerridas Salt-n-Pepa, Wilson Philips y las mismísimas Spice Girls, las Bananarama compartieron escenario con grupos como The Human League y Fun Boy Three, cuyos músicos produjeron el primer álbum del girl group.
Un año después, con Bananarama, su segundo disco, se consagraron del otro lado del Atlántico. Gracias a MTV, los videos de las tres chicas inglesas, donde aparecen como presidiarias locamente excitadas, trabajadoras en mameluco o sex symbols paródicos, popularizaron sus canciones. El disco, sin embargo, abordaba cuestiones menos livianas que las que se suelen atribuir a la banda: violencia doméstica, abuso de drogas, embarazo no deseado y, en la extraordinaria “Robert De Niro’s Waiting”, el relato de una violación hecho por una chica que no termina de comprender la situación vivida. Sin embargo, esa línea creativa fue desaconsejada por los siguientes productores del grupo, los “hacedores de hits” Stock, Aitken y Waterman, que le dieron una impronta comercial y prefabricada en la que sólo sobrevivía, hasta cierto punto, la frescura del origen. Las limitaciones vocales de las cantantes que, al comienzo, les habían dado un encantador aire rebelde se volvían más evidentes. Tanto en True Confessions, de 1986, como en Wow!, de 1987, aparecen éxitos como las pegadizas “Venus” y “I Can´t Help It”, rápidamente incorporadas al canon de himnos de la música disco.
En 1988, a partir del alejamiento de Fahey, que se casó con Dave Stewart (de Eurythmics) y formó Shakespeare’s Sister en soledad, y el ingreso de Jacquie O'Sullivan, Bananarama entró en un declive creativo que recién se detuvo décadas después. Con el lanzamiento de Viva, de 2009, el trío convertido de nuevo en dúo dejó a las dos amigas de la infancia, Woodward y Dallin, listas en el punto de salida, unidas para entregar canciones hechas bajo un concepto tan brumoso como inevitable: el de los recuerdos del pop.