No era la primera vez que agredían a La Chicho en la calle. Sus años de yire por el Bosque y la zona de la Estación, lugares oscuros y solitarios donde los cuerpos excluidos por el mercado del deseo buscan amor, la habían hecho conocer el odio de los "mataputos", como dice su amigo Víctor. "A la Chicho le pedían una moneda y ella abría toda la billetera", cuenta esbozando una media sonrisa, cinco días después del brutal crimen que se llevó a su amigo. O a su amiga. Víctor va fluctuando los pronombres porque la Chicho, asegura, de haber conocido unos años antes la identidad "no binaria", se hubiese identificado así: su género solía cambiar según el día, o según el pantalón o la pollera o la camisa o la remera que decidiera ponerse. Pero siempre sus amigos y amigas le decían La Chicho.
En Facebook usaba su nombre de varón: Walter Chirinos, el nombre que la policía difundió luego en el parte oficial. Eso fue el sábado a la madrugada, cerca de las 4 de la mañana, luego de que Tomás Cerletti, de 22 años, según confesó y quedó registrado en una cámara de seguridad, la matara de 14 puñaladas certeras -fueron más, muchas más, como consta en el video- y la dejara tirada en el suelo, desangrándose.
LAS CALLES: ¿SON DE TODES?
Pero Víctor aclara e insiste: "No era la primera vez". No era la primera vez que la golpeaban. No era la primera vez que la hostigaban. No era la primera vez que le exigían plata, o que la atacaban por mostrarse, por mostrarle al mundo quién era. No era la primera vez: solo fue la última. "Los putos tenían sus lugares de yire, y cuando te tomaban cariño te hablaban, te aconsejaban y te decían: guarda que acá está jodido, o acá la Policía pide coima... esas cosas. De ahí nos hicimos la amistad: primero nos peleamos y después nos empezamos a llevar mejor", cuenta Víctor, que de chico pasó por varios institutos de La Plata y conoció la doble opresión de ser de barrio y a la vez gay, o "puto" como prefiere decir.
Su primer encuentro con La Chicho fue en el yire: se conocían hacía once años. "Era de piropear, pero piropos bien: qué lindo sos, chau hermoso... cosas que ahora están prohibidas", dice, quizás refiriéndose al embate del movimiento feminista contra los piropos. Pero la diferencia es clara: unos piropos tienen a los varones heterosexuales como emisores y otros como receptores. Y esa diferencia, en La Plata, Argentina y muchos lugares del mundo, puede significar la muerte. Supuestamente, la Chicho piropeó a su agresor y algunos apuntan a esas palabras como "móvil" del crimen.
"Pero la Chicho nunca ejerció el trabajo sexual", aclara Víctor, "él era un muchacho discapacitado, y tenía dos pensiones por discapacidad; aparte le habían hecho una cirugía plástica en el rostro, porque tenía la nariz mal, una protuberancia en la frente, etcétera. Él fue muchas veces discriminado por los grupos LGBT porque era el puto feo, que no sabías si era puto o travesti. Pero tenía su plata y se podía mantener tranquilamente", asegura frente a los rumores de que su amiga estaba ejerciendo el trabajo sexual. No: la Chicho, como tantos y tantas otras, buscaba sexo -y amor y acompañamiento- en la calle, porque la gran mayoría de los espacios cerrados de la ciudad no estuvo -ni está- pensado para ser habitado por personas como ella.
Hacía más de veinte años que la Chicho esperaba un trasplante de riñón. Eso asegura Víctor, y muestra un video donde ambos hacen comentarios graciosos sobre el trasplante de Jorge Lanata y ponen un manto de sospecha sobre su legalidad: "Y yo hace tanto esperando..." dice la Chicho revoleando los ojos, con voz suave y aguda, mientras Víctor y Lorena, una amiga de ambos, festejan el chiste. Luego todos toman cerveza menos Chicho. Lo único que se permitía era la gaseosa y antes de tomar, la batía para sacarle el gas.
Se hacía diálisis semanalmente y eso también le impedía drogarse: "Ni el olor del porro le gustaba", dice Víctor con cara seria, desmintiendo también otro de los rumores que circularon sobre el crimen de la Chicho: que ella le debía plata a su asesino (por drogas) y por eso él se tomó venganza.
EL ASESINO Y SUS RAZONES
A Cerletti lo encontró la policía muy rápidamente: el mismo sábado, siguiendo los rastros de sangre hasta su casa, a la vuelta del lugar del crimen. Los agentes habían acudido a 41 entre 2 y 3 cuando la Chicho todavía balbuceaba su nombre, acurrucada contra la pared. Fue derivada de urgencia al Hospital San Martín, donde murió al día siguiente por un shock hipovolémico. Unas horas más tarde los rastros llevaron a la partida de policías a la casa de Cerletti, que estaba lavando su ropa. Lo detuvieron en el momento e incautaron un cuchillo -la presunta arma homicida- y dos plantas de marihuana.
El padre de Cerletti, de 62 años, también fue aprehendido, aunque después quedó en libertad. Es que en la casa donde ambos viven la Policía también halló: una carabina calibre .22, una escopeta calibre 12 y un revólver .22, todos sin numeración, además de otra pistola, proyectiles y dos rifles de aire comprimido. El hombre fue imputado por tenencia ilegal de armas de fuego, un delito excarcelable.
Su hijo, sin embargo, afronta cargos por homicidio agravado por ensañamiento y alevosía. Es un delito que se paga con cadena perpetua, excepto que se demuestre que Cerletti es inimputable. El joven sigue detenido en Comisaría 4ta de Berisso, a disposición del fiscal Marcelo Romero y la jueza Marcela Garmendia, y donde su padre quiso acercarle pastillas que presuntamente debía tomar por prescripción médica. Las pericias psiquiátricas, que ya fueron ordenadas por la jueza, están previstas para el próximo 2, 4 y 6 de diciembre. Por el momento el imputado no se defiende. Las versiones extraoficiales dicen que le confesó a un compañero de celda: “Me dijo qué lindo que sos y lo clavé todo”.
A la hora de declarar, después de escuchar al fiscal Romero leerle los cargos en su contra, le espetó en la cara: "Vos sos un sorete". Y se negó a hablar.
USTEDES SON PUTOS, JODANSE
“Fácilmente te dicen ‘puto de mierda’. O se cagan de risa. Esas cosas”, dice Víctor sobre la experiencia de salir de “yire” por las calles oscuras de la ciudad. “Por ahí saliste bien vestido y te piropean, te quieren encarar, pero a vos no te cierra y decís ‘no’ entonces la empiezan a bardear. Si llamamos a la policía la respuesta es: ‘Ustedes son putos, jodansé’. Y si nos defendemos, a las piñas o a los botellazos, nos llevan a nosotros por violentos. También alguna vez nos pincharon, o nos quisieron empalar”, cuenta Víctor con la naturalidad de quien vivió cosas peores.
Con la Chicho compartieron pieza una vez. Ella vivía siempre en pensiones o habitaciones por esa zona: la Estación, 1 y 38, Tolosa. Solía vestirse “al estilo de Michael Jackson" pero también le gustaba "la onda Madonna, con el short bien cortito. Él jodía por lo que le pasaba en las patas: al tener tanto tiempo de diálisis tenía muy hinchado, las venas, todo. Estaba esperando desde hacía 20 años. Desde que lo conocí”, dice Víctor. Después evoca los asados y las paellas que solían comer en el camping Recreo de Berazategui, uno de los lugares donde la Chicho más disfrutaba estar. Recuerda los gustos que se daba su amigo: “Tenía su shampoo, su tele, su colección de Michael Jackson y de Madonna. Se había guardado una caja fuerte y ahorraba”.
La Chicho, Walter Chirino, no tenía relación con su familia. Su hermano no le hablaba, pero la mujer de éste, su cuñada, solía llamarlo por teléfono de vez en cuando. Aun así la falta de afectos cercanos, de contención, era algo que atravesaba a la Chicho por completo. Según cuenta Víctor, “siempre decía: ‘jamás voy a tener una pareja porque soy feo’. Lo que siempre le interesó fue tener una familia. No es lo mismo estar comiendo solo que hacerlo acompañado”, dice Víctor, convencido.
EN EL NOMBRE DEL HIJO
El pasado viernes 1 de noviembre, a seis días del crimen, un grupo autoconvocado de “maricas, lesbianas, travestis, tortas, trans, putos, bisexuales y no binaries” copó una de las zonas más populares y transitadas del cuadrado platense para dejar en claro que la Chicho “fue asesinada por vivir su deseo, por yirar y habitar el espacio público”.
"No es fobia ni locura ni ajuste de cuentas: es un crimen de odio", ratificaron después en una radio abierta. Sobre esa cuadra donde lo que más se destaca es la casa de sepelios Saltalamacchia, hubo intervenciones artísticas, rap en vivo y pegatinas en las paredes. Los activistas buscaban interpelar a los vecinos para que empaticen con el reclamo. Sin embargo hubo quien se enojó y pidió que despejaran la cuadra, que mejor fueran “a la casa del asesino”. Que enfrente de su casa, no. El momento más tenso e insólito de toda la marcha lo protagonizó el papá del asesino , que apareció fugazmente en la concentración para “pedir disculpas” en nombre de su hijo. A los gritos le dijeron que se fuera. Después quiso hablar por el megáfono: la policía lo echó del lugar.
A MAS HOMOFOBIA MAS RESISTENCIA
La abogada Agostina Curutchet, activista de Zona LGBT La Plata, contó que la organización está haciendo “un acompañamiento y asesoramiento para las familias”. De presentarse la cuñada de la Chicho, la acompañarán como particular damnificada. “La causa ya tiene muchísima prueba, se hizo todo lo que se tenía que hacer y está encaminada. La idea es poder darle una perspectiva disidente y de género, porque a veces le falta eso a la Justicia”, sintetizó.
Por su parte Yoryi, una activista trans que conoció a la víctima, repudió la muerte de su compañera y aseguró que “continúa la maricofobia, transfobia y xenofobia por parte de la sociedad y el gobierno. Pedimos justicia por la Chicho, por la Moma, por todas las personas trans, travestis y trasngénero asesinadas. Pedimos que nos dejen vivir, y que nos dejen morir en condiciones dignas”.
Y cerró: "El problema que tenemos es que la sociedad está cada vez más homofóbica, no tenemos un avance sino un retroceso. Cada vez que avanzamos una retrocedemos veinte. Esto molesta, pero mientras no se ataque la violencia estructural, por lo menos pedimos que respeten que la calle también es de nosotras. Mientras ellos duermen nosotras salimos a cuidarles la zona. La calle también es nuestra".