El 4 de agosto de 2017, concluido su último recital grande, Héctor Starc juró que nunca más volvería sobre sus pasos. Fue aquella una jornada que realmente dio para decir basta. Concierto en La Usina, cierre con Aquelarre -la banda de su vida-, mucho sacrificio y una emotividad difícil de repetir. Pero lo hará. Volverá sobre sus pasos. Cedió ante la tentadora propuesta de tocar en la Sala Argentina del Centro Cultural Kirchner hoy a las 20, y allí estará. “Pensé en no armar algo de esta envergadura, porque no tengo la producción de los Rolling Stones. Nosotros hacemos todo a leña y es un quilombo arreglar los ensayos, citar a los músicos y pensar las sorpresas, porque a mí me gusta que haya algo más que un tipo que sube al escenario y toca solo una hora”, justifica el guitarrista, ante la nueva empresa y a punto de cumplir 70 años.
-Pero pesaron más las razones para volver a hacerlo que las que no, parece. ¿Por qué?
-Se ve que más de un año y medio sin hacerlo no puedo estar (risas). Esto se me hizo costumbre desde que cumplí cuarenta años con la guitarra y lo festejé en el Roxy. Me gusta reunirme con los tipos con los que toqué y hacer algo colectivo, verles las caras, porque no soy tremendo compositor como Charly o el Flaco, que suben a tocar y tienen treinta canciones. Me aburriría eso, además. A mí me interesa que, más allá de la música, haya un afecto. Borges decía que uno tiene la edad de sus proyectos; ya tengo 69 y no voy a terminar jugando al truco en una plaza.
Más bien tocando con amigos y a lo grande, porque el plan Starc para la nueva parada consiste en dos tramos. Uno con su banda, tocando los temas de su único disco solista a la fecha (el epónimo publicado en 2013) más una versión de “Aniñada”, vieja canción de Aquelarre que Starc compuso para su mujer. Y el otro imbuido en dos rémoras. Una anclada en el retorno de Tantor (la banda que hizo entrar un elefante al Obras abierto, durante el B.A. Rock 82) en sus dos versiones: la primera con Machi Rufino y Rodolfo García, y la segunda con Babú Cerviño y Marcelo Torres, además del incansable ex Almendra. La otra, en un escueto set de dos canciones a guitarra pelada con Emilio del Guercio: “Canto cetrino” y “Violencia en el parque”. “Aquelarre era un grupo tan complicado, tan perfecto, tan exigente que le dije a Emilio 'Hagamos dos temitas con la guitarrita, como cuando éramos chicos, y chau'”, se ríe el frenético violero, cuyas palabras fluyen con la misma vertiginosidad con que toca el instrumento.
-¿Y cómo está armado el retorno de Tantor?
-En el primer Tantor no va a estar Lito Vitale, porque se va a España. Va a tocar Leo Sujatovich. Después viene el Tantor II, que va completo. Lo pensé así, desdoblado, porque las formaciones son totalmente diferentes. La primera era un trío. Éramos Machi, Rodolfo y yo, más Leo y Lito, que tenían 18 años y se tocaban todo, pero eran como invitados. El tema, con ese primer Tantor, fue que necesitábamos un tecladista que tocara groso y no había ninguno de nuestra edad… Nos llevábamos diez años con Leo y Lito. Además, con esa formación tocábamos temas que yo había compuesto durante la última etapa de Aquelarre, cuando estábamos en España, y con Machi estábamos muy influidos por la Mahavishnu Orchestra. Queríamos tocar algo así y recuerdo que le mandaba temas en cassettes desde España, y él sacaba los temas con el bajo. El segundo Tantor, en cambio, es más juvenil.
-¿Juvenil? ¿En qué aspectos?
-En el sentido que tenía más swing, más onda que el primero, que era más estructurado.
Incluidas las dos formaciones, Tantor duró cinco años (de 1978 a 1983), aunque con ciertos interruptus por la ausencia de García, afectado al retorno de Almendra. También por la frialdad de una época marcada por la dictadura y la represión. Pese a ello, la banda publicó dos discos (Tantor y Mágico y natural), y pisó fuerte en tres festivales: el de la Solidaridad Latinoamericana y el B.A. Rock, ambos en 1982, y la despedida en la Falda '83. “¿Querés que te cuente la del elefante?”, se emociona Starc, a quien Billy Bond llamaba "bola de ruido". "En aquella época, los productores estaban consustanciados con el artista, no era como ahora que vos te hacés famoso, viene un tipo y te saca el cuarenta por ciento. Bueno, resulta que al nuestro (Oscar López) se le ocurrió alquilar semejante bicho en un circo y meterlo ahí. Nosotros no sabíamos ni entendíamos nada… Es más, estábamos tocando y la gente dejó de darnos bola porque estaban todos copados con el elefante. ¡Qué inconsciencia! Mirá si el elefante se volvía loco y mataba cincuenta tipos...”
-Un delirio…
-Una locura total, sí. Pero la cosa no terminó ahí. A la noche, teníamos que tocar en la inauguración de Electric Circus, un boliche de Quilmes, y cuando llegamos, tipo una o dos de la mañana, estaba el elefante en la puerta del boliche ¡parado en dos patas y con toda la gente alrededor! Cuando le preguntamos a Oscar qué hacía el animal ahí, nos respondió que lo había alquilado por veinticuatro horas y que se lo iba a llevar a la casa. Qué se yo… Si hacés eso ahora vas preso de por vida. Menos mal que el elefante se portó bien... ¡se ve que le gustaba el jazz rock!
-¿Por qué elegiste “Canto Cetrino” y “Violencia en el parque” para hacer con Del Guercio a dos violas?
-El primero porque estaba predestinado: la eligieron mi hija, que va a cantar, y Emilio. Y “Violencia en el parque”, porque es el único hit que tenemos (risas). La idea de hacerlo íntimo me surgió de una anécdota de Steve Howe, el violero de Yes, que leí en la Guitar Player. El decía que con Jon Anderson componían unas canciones bárbaras y después se pasaban meses destruyéndolas con millones de arreglos y esas cosas del rock progresivo. Otro ejemplo nuestro es “Aniñada”, una canción que podrían cantar Los Panchos, hasta que en el medio le metimos tantos arreglos que todavía estamos sacándonos los ojos para tocarla.
-“Aniñada sin satisfacción / Aniñada sin ningún color”… Brava la letra, en la línea del “Nena boba”, de Spinetta. Hoy no pasarían el filtro.
-Ese tema, uno de los siete que grabamos para el disco Brumas, se lo dediqué a mi esposa cuando éramos novios para ver si me daba bola. Y al final fue un éxito porque tuvimos tres hijas.