El calor y el rigor del público, su amistad con Martha Argerich, su admiración por Daniel Barenboim, su recuerdo del Teatro Colón y de tantos conciertos ofrecidos en los últimos años, hacen que Mischa Maisky tenga una idea muy concreta de Argentina. “Es la combinación de todo esto hace que Argentina en general y Buenos Aires en particular tenga una gran tradición en la música clásica y sea un lugar al que estoy esperando ansiosamente volver ”, dice el violonchelista al comenzar la charla con Página/12. El viernes a las 20.30 en el Teatro Coliseo (Marcelo t. De Alvear 1125), Maisky actuará junto a la Orquesta Sinfónica de la RTV Eslovenia, dirigida por Raoul Grüneis, en el marco del ciclo Nuova Harmonia. Será solista en el Concierto para violoncello y orquesta en La menor Op. 129, de Robert Schumann, como parte de un programa que se completará con la obertura de La novia vendida de Bedrich Smetana, y la Sinfonía nº4 en Mi menor Op.98 de Johannes Brahms.
Schumann y Brahms son dos nombres fundamentales en la genealogía del Romanticismo musical alemán y las obras elegidas para este concierto representan puntos de inflexión dentro de esa tradición. La “cuarta” de Brahms constituye la mejor culminación posible para el laborioso y de alguna manera traumático ciclo de sus sinfonías y el “Concierto” de Schumann es una perla rara dentro de la literatura para el violoncello. “Schumann es uno de mis compositores favoritos. Por supuesto amo a Bach, a Shostakovich, Mozart y Strauss, pero Schumann es algo especial. Este concierto en particular es uno de los más bellos y diría también de los más difíciles de todo el repertorio para nuestro instrumento. Probablemente es el último de los grandes conciertos compuestos por Schumann”, dice Maisky. “Es una música muy compleja también desde lo emocional, desde lo temperamental. Lo grabé con Leonard Bernstein y la Filarmónica de Viena para la Deustche Grammophon. Yo tendría 26 o 28 años, era todavía muy joven, pero aquella fue una de esas propuestas que no se podían rechazar. Después de aquella grabación durante mucho tiempo no volví a tocarlo, hasta que maduré como intérprete y logré la profundidad que esa música exige, con otros directores fui descubriendo nuevos aspectos”, agrega el músico nacido en Letonia en 1948.
"Nací en Letonia cuando era parte de la Unión Soviética, en una familia judía, y me formé en Rusia. En 1972 me fui a Israel y ahora vivo en Bruselas. Toco un violoncello italiano, utilizo arcos franceses y cuerdas alemanas, conduzco un auto japonés, tengo un collar indio y un reloj suizo. Mi hija nació en París, mi hijo mayor en Bruselas y el más pequeño en Italia”, dice Maisky para sintetizar su situación de “ciudadano del mundo”. A los 15 años comenzó a estudiar en el Conservatorio de Moscú con Mstislav Rostropovich, quien años más tarde lo recomendó para continuar sus estudios con Gregor Piatigorsky en Los Ángeles. Así se convirtió en el único violonchelista que estudió con los dos grandes maestros. “Una de las cosas más importantes que me dieron ellos fue la posibilidad de desarrollar mi propia personalidad. Ellos siempre se ocuparon de tender aproximaciones, pero nunca dieron una dirección única, nunca dijeron: es por aquí y por ningún otro lado. Además nunca trataron de hacer foco en ellos mismos”, recuerda Maisky y agrega: “Eso es lo que trato de transmitir a los músicos jóvenes. Que detecten qué compositores responden a la propia personalidad y que nunca permitan que el momento de ser ellos mismos con la música se transforme en un momento de mostrar, quién sabe a quién, cuán buenos son. Es peligroso cuando un músico piensa sólo en impresionar, en tocar cada vez más rápido, más alto, más espectacularmente. Así la música se vuelve secundaria y termina tapada por la técnica”, observa.
Entre las innumerables colaboraciones de Maisky, desde el pianista Radu Lupu hasta el violinista Gidon Kremer, pasando por directores como Giuseppe Sinópoli y Zubin Mehta, por nombrar algunos, se destaca su encuentro con Martha Argerich, que se prolonga desde hace 44 años. “Siempre que toco con ella es una fiesta para mí. Últimamente lo hicimos en Hamburgo y en febrero seguiremos por Europa e iremos nuevamente a Japón. Me siento privilegiado de poder hacer música con Martha. Tiene 78 años y está llena de energía, viajando por todos lados, siempre con el gran nivel que le conocemos. Estoy seguro de que seguiremos tocando juntos por muchos años”, augura.
- ¿A esta altura de su vida toca para el compositor, para el público o para usted mismo?
-Toco para el público, y trato de darle lo mejor. Por supuesto que también está el desafío de interpretar bien al compositor, de hacer justicia en ese sentido. Cuando logro combinar esas dos cosas, me siento realizado. Para un músico es un privilegio poder dar lo que se ama a gente que lo valora, que enseguida de alguna manera lo devuelve. En ese encuentro, en esa comunicación, está el sentido de lo que hacemos.