Por Eliana Verón *
Todólogos
“Los pibes mismos no saben que esto está mal, que no se puede mostrar
su imagen y decir que son delincuentes. Como los medios lo hacen
sistemáticamente, ni siquiera se cuestiona que esto no se puede hacer.”
Lucina Buzio, integrante de la Asoc. Civil de Familiares de Detenidos
en Cárceles Federales (Acifad)**
En los últimos meses vimos cómo variados informes periodísticos incrementaron, discursivamente, un vínculo intrínseco entre delincuencia y jóvenes, a partir de hechos concretos de “inseguridad”. Este tipo de reportes no son nuevos. Hoy cobra relevancia analítica por la irresponsabilidad, o bajo la certeza de la impunidad que da un micrófono, de ciertos comunicadores que incurren en esta práctica de avasallar derechos constitucionales de nuestros pibes. El caso paradigmático de este verano fue la periodista Sandra Borghi.
El 13 de enero pasado el programa Nosotros a la Mañana, de Canal 13, emitió un informe con el título “La banda del acusado de matar a Brian”. Se exhibieron los perfiles de Facebook de varios adolescentes con el rostro pixelado. Hasta allí, hubo un mínimo de resguardo en el derecho. Sandra, encargada de presentar la investigación contra la delincuencia juvenil, reiteró por más de media hora que todos esos pibes formaban parte de la pandilla. Además, Borghi ofició de guía visual advirtiendo a su audiencia que los chicos “tienen colgadas cadenas de oro, las manos en la posición de armas y un dato: cuanto más oro tienen colgando, más poder tienen dentro de la bandita”. Se expusieron en pantalla los nombres y apellidos de estos chicos que deberían haber sido resguardados. Pero eso es sólo para empezar.
Familiares de los jóvenes linchados mediáticamente por la todóloga (persona que creer saber y dominar varias especialidades, según la Real Academia) vieron el informe azorados, ya que los pibes estigmatizados por Borghi, ni siquiera se conocían entre sí. Gracias a una acción rápida y conjunta formularon una denuncia en varios organismos y lograron –a través de la Defensoría del Público– la rectificación del reporte y su eliminación de las plataformas virtuales del programa. Luego de que las aristas del caso tomaran cocimiento público, Sandra y sus colegas compinches hicieron un liviano mea culpa de su mala praxis comunicacional. Se excusaron en el simple error que se les escapó, a pesar de su “rigor” periodístico.
Es harto conocido que los medios de comunicación, y por sobre todo la televisión, contribuyen a construir “historias instantáneas” en las que prima la rápida secuencia de imágenes, imposibilitando el pensamiento crítico o analítico de lo que se está percibiendo. Pero no es menos cierto que su poder de daño es inmensamente más perdurable que las disculpas posteriores. Amplifican determinados prejuicios sociales que se repiten de manera constante desde una mirada mediática acusatoria y clasista acerca de los jóvenes. Los portadores de “no derechos” a ser, estar ni mucho menos a expresarse, son demonizados desde esta perspectiva dominante que refuerza la matriz histórica de la exclusión social.
Ningún discurso puede analizarse sin tener en cuenta la unidad, el sentido y la naturaleza ideológica en el que se enuncia o pronuncia. No existe como una producción aislada, sino que está vinculado a muchos otros dispositivos retóricos que forman parte de la cultura popular o dominante. Existen muchas “Sandras” con micrófono abierto y vociferan así. De todólogos de la vida. Se especializan en propagar aquellos temas ordenados por las lógicas del impacto y simplifican una problemática profusa desde un punitivismo demagógico y moralizante que atraviesa la práctica informativa.
El destrato que muchos periodistas ejercen hacia los adolescentes de sectores vulnerables no puede más que mencionarse como un modo de violencia mediática. Al negarles sus derechos y catalogarlos mediante operaciones semánticas que estigmatizan sus aspectos, gustos, vestimenta, color de piel o hábitat, no sólo construyen estereotipos negativos sino que también los deshumanizan. La omnipresencia de ese discurso cargado de adjetivaciones e imprecisiones analíticas afirma sin sustento, acusa sin fundamentos y sentencia a los pibes a un futuro sin derechos.
* Periodista. Agencia Paco Urondo.
** Entrevista de la Agencia Paco Urondo.
Por Roberto Samar * Desde Neuquén
Encuestas y política
Para el sociólogo Pierre Bourdieu la encuesta es una herramienta de acción política.
El diario Clarín, el de mayor tirada en la Argentina, publicó en tapa de su edición dominical: “Siete de cada diez aprueban bajar la edad de imputabilidad a los menores”.
Las tapas las miran quienes compran el diario y quienes no lo adquieren. Estas son habitualmente comentadas y reproducidas por otros medios. Es decir, tienen un gran efecto rebote.
Por su parte La Nación recogió testimonios en la calle sobre la posibilidad de reducir la imputabilidad de 16 a 14 años. En el mismo sentido, el periódico local La Mañana de Neuquén en su versión on line desarrolló una encuesta en su portal, en la cual el 80,66% estaba de acuerdo en bajar la edad de imputabilidad. Cabe aclarar que esta encuesta no tiene ninguna representatividad pero también genera efectos.
¿Qué buscan estas encuestas?
La publicación de estas encuestas busca construir la idea de que hay una opinión mayoritaria. Esto tiene sus efectos en la población, ya que cuando se instala una posición como supuestamente mayoritaria quien está de acuerdo con esa posición tenderá a exponerla con más seguridad. Asimismo, quien no esté de acuerdo con ese punto de vista, tenderá a callarse.
Según la teoría “La espiral del silencio” de Noelle Neumann, la opinión pública es entonces “la opinión dominante que obliga a la conformidad de actitud y comportamiento, en la medida que amenaza con el aislamiento al individuo disconforme”.
Desde este punto de vista, a partir de las encuestas publicadas en Clarín, La Nación y La Mañana de Neuquén, quien esté en contra de bajar la edad de imputabilidad tenderá a callarse por miedo al aislamiento social. Porque como sostiene Neumann, “los medios crean la opinión pública en tanto proporcionan la presión ambiental”.
Para Bourdieu las encuestas suponen equivocadamente que “en el simple hecho de plantearle la misma pregunta a todo el mundo se halla implicada la hipótesis de que hay un consenso sobre los problemas, en otras palabras, que hay un acuerdo sobre las preguntas que vale la pena plantear”.
Es decir, ¿es nuestra preocupación este tema o se nos impuso a partir de la construcción de una agenda informativa?
Probablemente muchos sectores que se ven interpelados por la encuesta no tienen una posición tomada en torno a cuál debería ser la política pública en torno a los niños, niñas y adolecentes, y responden en función del clima de opinión instalado por los medios. Estaban atravesados e identificados por el dolor de las víctimas, por lo tanto cabría preguntarse qué interpretaron cuando les consultaron si aprobarían “bajar la edad de imputabilidad a los menores”.
Recordemos que según el informe del Instituto de Investigaciones del Poder Judicial de la Nación sobre homicidios dolosos consumados ocurridos en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en el año 2014 solo el 2% de los homicidios fueron cometidos por menores no punibles.
Cabe preguntarse qué ocurriría si cotidianamente nos mostraran otros delitos que no son visibles: si en las tapas de los medios dominantes tuvieran voz las víctimas de la violencia institucional, si sus familiares contaran las angustias padecidas, si los migrantes pudieran contar sus historias y luego se reflejara ese clima de opinión en encuestas para ocupar nuevos titulares.
* Licenciado en Comunicación Social UNLZ. Docente de “Comunicación social y seguridad ciudadana” UNRN.