Así como el celebre olor a magdalena que devolvía a Marcel Proust a las mañanas de la infancia, el regreso de cierta música, ciertas canciones que emergen de la propia historia, son hits y espectros que recuperan para el libro de la melancolía páginas preciosas.
Lustucrus es rémora de café concert en el ámbito de un restobar de San Telmo, el íntimo ofrecimiento de una Francia en registro de “chanson francaise”. Une a tres artistas – Agustín Vásquez (dramaturgia y dirección) , Hervé Segata (voz e interpretación) y Pablo Bronzini (piano y arreglos musicales) en un proyecto menos parisino que portuario. Digo portuario en el sentido de una especie de muelle universal del que se parte siempre apenas con una bitácora vacía y con una lengua materna que debe abrirse a otros partos para poder sobrevivir. En este caso, y por los juegos del destino, el puerto se sitúa en la variada Francia, en el tibio sur y los Alpes, pero, es crucial, sobre todo en París, de donde salió hace más de quince años Hervé Segata rumbo a Buenos Aires, y adonde llegó Agustín Vásquez, en viaje cruzado. París, acoso de las fantasías.
¿Por qué se parte? “Partimos para engañar a la muerte, dejándola que nos persiga de lugar en lugar”, nos dice Hervé, tomando la letra del poeta libanés Issa Makhlouf. Y una vez que se parte, ¿cómo se vive entre dos lenguas, cada una con sus inflexiones, expresiones de ira, miedo y deseo, sus acentos casi imposibles de borrar para mejor mimetizarse (ahí donde fueras haz lo que vieras)? La magdalena de Proust toma forma de canción popular y se abre a la boca del público que (ay Buenos Aires que aún sueña en su belle époque) quisiera poder acompañar a Segata, una bella voz que sorprendió a Agustín Vásquez Corvalán, interpretando Voyage, voyage (Desireless, 1986).
Como en una ilíada pequeña en la que Troya es París, Segata se convierte literalmente en el sostén de imágenes en una pantalla, donde cuenta su paso de un pequeña ciudad del sur de Francia, Grenoble- donde hacía nacido y crecido, bajo el régimen ardiente y penoso del closet, en una familia de migrantes italianos- hacia el centro del mundo inmediato, la capital. El músico Pablo Bronzini sugirió a sus compañeros incorporar al comienzo del espectáculo una breve canción, “una especie de cajita musical, casi un haiku”, dice: Le grand Lustucru (1934), de Kurt Weill, una celebración de la “primera alegría de la mañana” cuando se está enamorado.
Pero el Gran Lustucru es también en la tradición francesa el hombre de la bolsa, el que se lleva a los niños cuando no quieren dormirse y entonces aparecen los espectros. El vecino del garfio y la vieja de bigotes. O sea Vásquez propone una trayectoria que es, a la vez, una semblanza más que una biografía de Hervé, donde cabe la realidad y sus variantes. Dentro de la realidad, por ejemplo, surge un recuerdo con santo y seña, otra canción de Charles Aznavour que hace disparar al evocador hacia el interior de lo que todavía, adolescente, callaba: “Comme ils dissent”. Toda una audacia en 1971, narrar la vida de “un puto, de la relación son su madre, la discriminación y el maltrato”. Una canción que Hervé adolescente sentía escrita para él, del mismo modo que cuando la cantante Barbará en los ochenta echaba “como pétalos a la platea” forros -una heronía para las maricas que sentían se culpables de enfermarse y morir sidadas- se arrojaba al piso a buscar el látex arrojado como si se tratara de una perla.
En fin, Lustucrus opera a través de las canciones populares francesas como una etnografía del yo, fragmentos de un yo arborescente, en eterno viaje hacia sí mismo. Cada función arropa a cantantes invitades, todo un lujo haber podido escuchar in situ a Lidia Borda, a Ligia Piro, al querido Walter Romero. Allons enfant de Buenos Aires, Francia está aquí.
Lustucrus, una Francia en canciones, de Agustín Vásquez Corvalán con Hervé Segata, Pablo Fronzini e invitados. Pista Urbana. Chacabuco 874, San Telmo. Próximo, lunes 11 de noviembre, 20:30 hs, invitado Carlos Casella (reservar 4361-3015)