La coyuntura actual no invita a pensar en el largo plazo; las restricciones que impone el sector externo, y en particular la deuda externa, son apremiantes. Esta nota sin embargo no se va a centrar en la actualidad, sino en el mediano y largo plazo. Ella se propone aportar, por lo menos en líneas generales, a la identificación de una trayectoria a la vez posible y deseable para la economía y la sociedad argentina. Este es un marco indispensable para las políticas de corto plazo.

La Argentina ha ensayado el modelo neoliberal en dos variantes. La primera, bajo el régimen de Convertibilidad, involucró un amplio conjunto de reformas institucionales y privatizaciones, con el objeto de redefinir reglas de juego, y a la vez generar recursos para el repago de la deuda externa, renegociada bajo el Plan Brady en 1992. Más allá del colosal derrumbe de este ensayo a partir de 1998 –en lo que fue la peor crisis de la Argentina desde la Posguerra– fue visible la desindustrialización y la dilapidación de las reservas de hidrocarburos, contracara de la creciente financiarización. La inversión fue notoriamente baja en este período, pese a las privatizaciones y la resolución de la cuestión de la deuda.

El segundo ensayo neoliberal fue una suerte de repetición en clave de farsa. Iniciado en 2016, implementó medidas liberalizadoras y de alivio fiscal, al tiempo que propendió a una contracción del salario. La Argentina desembocó muy rápidamente en una crisis de financiamiento público y déficit externo; el nivel de actividad se contrajo en tres años de los cuatro del mandato presidencial. La crítica situación llevó a un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional de proporciones inéditas, acuerdo que plantea un cronograma de repago inviable para los próximos años. Ésta es la realidad de la coyuntura que debemos enfrentar hoy.

Entre estas dos experiencias, las tres gestiones presidenciales protagonizadas por el kirchnerismo intentaron un vía alternativa al modelo neoliberal, con algún énfasis en la industrialización, y con centralidad en la expansión del consumo interno. Se trató de un intento sin una concepción sólida y articulada, dominado por urgencias políticas, por la débil construcción política que le dio inicio. Más allá de algunos logros, la economía chocó con la restricción externa a partir de 2011, por el agotamiento del superávit energético en el que en buena medida se sustentó. A partir de entonces, se intentó esencialmente gestionar la restricción mencionada sin recurrir a los tradicionales planes de ajuste.

La cuestión de cuál es la vía deseable para un desarrollo sostenible e inclusivo continúa entonces irresuelta. Esta nota pretende aportar algunos elementos de juicio, a partir de un trabajo de investigación en curso, bajo dirección del autor.

Modelo

Este trabajo elabora un modelo para la economía argentina (insumo-producto con consumo privado endógeno), a partir del cual se evalúan diferentes escenarios posibles de crecimiento. Se examina la viabilidad de cada escenario en términos fiscales y del sector externo, del requerimiento de inversión y de los efectos distributivos (http://www.economicas.uba.ar/wp-content/uploads/2016/03/N%C2%BA-28.pdf )

Se definen tres escenarios alternativos (además de un escenario base o tendencial). 

El primero, denominado “Reprimarización-Acuerdo con la Unión Europea”, supone que el crecimiento se centra en las exportaciones de origen agropecuario y en el desarrollo de la minería (esencialmente, hidrocarburos). 

El segundo escenario, “Industrialización liviana” asume que el crecimiento es liderado por las exportaciones de origen industrial y de servicios. 

El tercer escenario combina sustitución de importaciones con crecimiento de exportaciones industriales y de servicios; lo denominamos “Profundización Industrial”. Se supone una tasa posible de crecimiento de 3 por ciento anual, con una inversión bruta fija equivalente al 17,5 por ciento del PIB.

Brecha externa

El principal resultado de la evaluación de estos escenarios es que solamente el de “Profundización Industrial” permite reducir apreciablemente la brecha externa, siendo relativamente neutro en términos fiscales. A su vez, es más demandante de inversión, por lo que puede resultar conflictivo con proyectos sectoriales que sean altamente demandantes de capital (por ejemplo, centrales hidroeléctricas o nucleares, expansión adicional de producción de hidrocarburos no convencionales).

La distribución del ingreso resultante de los diferentes escenarios no es muy diferente; esto significa que esta cuestión está más ligada a la negociación de las condiciones de remuneración que a la senda de crecimiento que se adopte. Por otro lado, una prueba de redistribución de ingreso en favor del decil más desfavorecido (incremento de 15 por ciento del ingreso) no arroja cambios sustanciales en las brechas externa y fiscal, lo que indica que esta redistribución no resultaría particularmente dañina, en términos macroeconómicos.

Este análisis lleva entonces a concluir que la vía de la profundización del desarrollo industrial es la más deseable, en una estrategia que combina sustitución de importaciones con expansión de exportaciones industriales y de servicios. El paso siguiente será identificar cuáles cadenas industriales pueden presentar mayor aptitud.

Esto no implica menospreciar el rol que tiene y tendrá la producción primaria agrícola y minera en la Argentina, dada la importante dotación de recursos naturales del país, en relación a su población. El patrón productivo será siempre híbrido en la Argentina, como lo es en Canadá. Pero resulta claro, una vez más, que el eje del desarrollo no pasa centralmente por la expansión primaria y la subordinación de la industria, algo que pareció ser –dentro de confusos lineamientos de política– la orientación predominante del gobierno que ahora concluye.

* FCE-CESPA-IIE-Universidad de Buenos Aires.