Tiene el pelo corto y cano. Y su misma nariz. Es la madre de Juanse. Y viéndola hablar se entiende enseguida de dónde viene el histrionismo que se le conoce a su hijo casi desde que en los ochenta patentó con los Ratones Paranoicos el rock a secas en Argentina. "En casa era un príncipe, no levantaba la voz. Pero después iba y quemaba árboles en el colegio", cuenta ante la mirada impertérrita de Juanse, que a renglón seguido detalla la operación. "Compraba la caja de Fragata, la chiquita; prendía un fósforo, hacía asomar el resto y prendía todos los demás. Tiraba la caja al tronco y listo, se incendiaba todo. Eso sí, tiene que ser en noviembre o diciembre, eh. Sino no prende", recomienda en tiempo presente mirando a cámara. Como si fuera lo más normal del mundo ser niño o adulto y andar prendiendo fuego palmeras por ahí. "Ella dice que yo era alcohólico de tanto ponerme perfume de bebé", relata ahora, con tono incrédulo, en relación a Wimpy, su mamá, la señora que lo trajo al mundo. "Está chiflada", resuelve sin más quien no siempre ha hecho gala de cordura. Aunque tal vez también para que ella tome el guante. Y lo toma. "Lo que pasa es que le secaba la cabecita y le ponía una colonia para envolverle todo el pelito...", empieza entonces a explicar Wimpy cuando Juanse la interrumpe. "Pará. Aclará la edad que tenía porque van a pensar que ya iba por los quince". Ella accede y corrige. "No, claro. No. Habrá sido desde los seis meses hasta los... --hace un silencio, calcula-- ¿diez? ¿diez años?'", se sorprende y estalla en una carcajada que la avergüenza y la hace salir de cuadro. En pantalla sólo quedan Juanse --otra vez, impertérrito-- y un peluquero que venía haciendo lo suyo en la cabellera de ambos sin decir nada. Aunque por supuesto en ese momento no puede evitar sonreír.

La escena transcurre en un departamento del barrio de Belgrano y es uno de los momentos centrales de Juan Sebastián, el documental que retrata cómo es la vida del líder Paranoico luego de su comentada --generalmente para la burla fácil-- conversión religiosa tras tantos años de excesos y público "pomelismo". Una escena clave por el tono íntimo que maneja --la cámara parece estar ahí para mostrar mejor lo que ya está a la vista, no para develar algo oculto-- y porque da la pauta de que Juanse podrá haber dejado algunas viejas costumbres, pero definitivamente no su humor. "El motivo principal fue la curiosidad", confirma Diego Levy, el director del film, que durante un año siguió a Juanse con su cámara, sin ayuda de asistentes, y sin resignar por eso profesionalidad: "No quería hacer un rockumental: gente contando anécdotas. Quería contar el presente de una personaje que mucha gente conoce pero no de esta manera y no después de esto tan importante que le pasó. Por eso en la película, además de él, casi sólo hablan sus familiares: su madre, su mujer, sus hijos. No quería hacer un documental de personas hablando de Juanse".

Y no lo fue. El film está repleto de momentos como el que abre esta nota --con la cámara testigo, sin intervenir-- y cuenta con una sola entrevista formal --al propio Juanse-- como única instancia en la que el protagonista ofrece un discurso de los hechos. El resto es ejemplo y contraejemplo, acción y reacción, consecuencia o verdad. Y un Juanse en su salsa, como no podía ser de otra manera. "Yo fui a buscar algo y de alguna manera lo confirmé", asegura Levy, que hasta éste proyecto llevaba realizados cuatro largos, el último la comedia All inclusive  de 2018. "De alguna manera fui encontrando en mis interlocutores todo lo que había ido a buscar cuando soñé la película. Se confirmó todo", subraya. "Y cuando pasa eso es medio milagroso. Porque en general uno se imagina algo y la realidad te lleva para otro lado. Y en este caso no. Fue todo como lo pensé y muchísimo mejor", 

DESDE LEJOS NO SE VE

La motivación vino por el lado de lo que veía cada vez que por este tema lo entrevistan a Juanse. "Por un lado empecé a preguntarme cómo es que una figura como Jesús de repente había comenzado a aparecer de manera tan fuerte en su relato y su vida. Me generaba intriga, vi que ahí podía haber algo interesante", cuenta. "Por el otro vi que el tratamiento que se le daba a la noticia era más bien para castigarlo o maltratarlo. Y mezclado con ese personaje que él mismo armó. Se lo prejuzgaba mucho. Y eso me generaba bronca".

En ese sentido, recuerda como premonitorio del sentido final del film su primer encuentro con Juanse. "El manager me consiguió un café con él. En un bar. Le empecé a contar lo que quería hacer. Mi idea de tomar en serio su transformación. Y ahí me frenó: 'Transformación, no; conversión. Yo no me transformé en nada'. Cuando me contestó eso ya empecé a ver la película. La historia de un tipo que cambió de manera rotunda pero que en un punto sigue siendo el mismo. ¿Por qué? Porque sigue tocando las canciones que tocaba y no reniega de su pasado. Y porque no anda evangelizando por ahí. No se convierte en otra persona. Continúa siendo Juanse. El mismo. Sólo que ahora yendo a la iglesia entre un show y otro".

La propuesta entonces es acompañar a Juanse en sus actividades tanto rockeras como religiosas. Y de a poco ir construyendo la película. Pero pronto aparecen los imprevistos. "Al poco de empezar me dijo: 'En dos meses me voy a ver al Papa. ¿Querés venir?'. ¡Pero claro! ¿cómo no voy a querer ir?". Ese momento terminaría siendo uno de los más divertidos y significativos del film porque se ve --en un pase de comedia involuntario; o sea, un clásico momento Juanse-- cómo el líder de Ratones Paranoicos despacha a su manager, que se agarra la cabeza porque no puede creer van a estar volviendo de Roma sin haber hecho un mínimo de visita turística, y se manda sin dudar a la plaza San Pedro. Día tras día. A esperar a Francisco.

--El plano previo al momento en que finalmente se encuentran es revelador y para muchos emocionante porque se lo ve en éxtasis, con una expresión como de recién nacido que no se le conocía.

--Es que él siente eso. Una especie de renacer. Está a pleno y lo transmite verbalmente y con sus acciones. Allá en el Vaticano estaba como un niño en Disneylandia. Pese a los reclamos del manager no le interesaba ir al Coliseo ni a la Fontana de Trevi. Andá vos, le decía. Y se ve cómo realmente no le interesa. No hay impostura.

--Por otro lado no te privas de mostrar los momentos donde hay humor a costa de él mismo. Momentos donde tal vez podría quedar mal y en el fondo se termina reivindicando

--Claro, porque tiene mucha capacidad de reírse de sí mismo. El sabe que hay gente que lo gasta por lo que dice y lo que hace. Y de alguna manera lo contempla porque él mismo los alentó. Él es su propio autor. Y es verdad que podría haber dosificado ese personaje. Pero no quiso. Prefirió ser siempre honesto con lo que pasaba y decirlo. Con estilo. Tanto antes como después.

Juanse con el Papa Francisco

TÓMALO O DÉJALO

Ese viaje también es importante porque permite el ingreso al film las voces de sus hijos --Bárbara, que viaja con él; y Daland, que llega desde Londres, donde vive-- que ofrecen una visión aún más íntima del líder Paranoico. "Bárbara es así como se la ve, puro idilio y amor con su padre. Aunque no se priva de decirle también que muchas veces se comporta como un chico. Y Daland dice algo muy fuerte. Dice: 'no soy católico, pero soy amigo de Jesús porque me hizo un favor'. Y ese favor es que le devolvió a su papá. Creo que para lograr capturar ese tipo de momentos es que también hice la película", remarca Levy.

Por su parte Julieta Testai, la esposa de Juanse, también tiene su momento clave cuando revela aspectos --hasta ahora desconocidos-- de los últimos días de amistad entre Juanse y Spinetta. Y cómo la reciente conversión del autor de "Enlace" jugó su papel. "Cuando se enfermó Luis Alberto, a Juanse se le acabó el mundo. Empezó a ir todos los días a misa para que Luis se salvara. Buscaba agua bendita, se la hacía bendecir y se se llevaba a su casa para que la tome junto a la medicación. Luis era como un hermano mayor, el que le daba consejos, el que venía cada quince días a cocinar a casa y le daba de comer a los chicos. Eso fue Luis Alberto para nosotros", destaca.

Criado en una familia judía, Diego Levy se reconoce como un agnóstico. Alguien que no tenía contacto con la religión católica más allá de lo que usualmente conocen quienes no la practican. Por eso la incomodidad --claramente adrede-- de ese largo pasaje inicial en el que Juanse asiste a un misa de la rama carismática (con muchos cantos, celebraciones y énfasis creyente) que es también la suya. Y la de muchísimos que están viendo y no están acostumbrados a ver a un rockero --ni prácticamente a ninguna otra persona-- en ese contexto. "Es la iglesia del padre Abraham, que reúne cientos de personas por fines de semana. Y la idea fue eso: que un poco te shockee, que te incomode. Que te metas en esa sensación. Y que luego la termines comparando con lo que te pasa hacia el final, cuando Juanse asiste al monasterio del padre Mamerto y la sensación que se transmite es totalmente otra, de mayor comprensión", subraya en relación a la parábola que termina mostrando el documental. "Juanse logra convertir algo contradictorio, como es que un rockero como él se haga católico practicante, en algo fluido, posible e incluso valiente. Porque todo esto también tuvo un costo para él. Tanto por la reacción negativa de algunos fans como por la prensa. Pagó un precio. Y se lo banca. Dice: 'Yo hago rocanrol y mi testimonio es poder mostrarle al que estaba parado observándome que pude despertarme de esa pesadilla que es el mundo de la fama y de la vanagloria'. Y como remarca el padre Mamerto en película: sin dejar de tocar y sin cambiar el estilo de música". O sea, como dicen sus canciones, sin dejar el rocanrol.