Hace un par de veranos, Gabo Ferro vio una escena en una playa que llamó su atención y lo motivó a reflexionar. “Era una familia tipo, mamá, papá e hijos. Se venían pegando, insultando, pero cuando llegó el momento de la selfie fueron perfectos. ‘Esa va a ser la selfie que van a subir y el que vea esa imagen va a ver a una familia perfecta en la playa’, pensé en ese momento. Y luego de la foto, claro, se siguieron peleando”, recuerda el músico e historiador. “La fantasía de la duración: ves eso estático pero eso tiene una permanencia y una inmanencia y te da la sensación de que está durando en el tiempo. Pero una selfie ha durado lo que duró su toma. Empezamos a usar un instrumento no solo sin haber leído el manual de uso sino sin conocer el reglamento del juego. Entonces, nos creemos que lo que vemos es lo que es”, sostiene el también poeta.
Esa fue una de las tantas situaciones en la que Ferro detecto un problema contemporáneo: los vínculos mediados excesivamente por las pantallas. Y cómo eso incide en la percepción del mundo y el desarrollo de la humanidad, desde una perspectiva histórica. Esa inquietud se convirtió en el disco Su reflejo es el lobo del hombre (2019): once canciones que plantean nuevas preguntas sobre viejos asuntos, como el amor y la muerte. El título del disco, claro, es una reinterpretación de la célebre frase “El hombre es el lobo del hombre”, de Plauto, retomada por el filósofo inglés Thomas Hobbes que “refería a que el Hombre -el varón, entendido entonces como toda la Humanidad- era su propio enemigo, amenaza de sí y para sí”, explica el historiador antes de presentar el disco hoy a las 20.30 en ND/Teatro (Paraguay 918).
En la actualidad, según Ferro, el enemigo de la humanidad no sería ya sólo ella misma sino también su reflejo, su virtualidad entendida como carnalidad, como la realidad. Y dice que hay una gran cuota de narcisismo en todo este asunto. “En ciertos momentos de la historia el narcisismo pesaba mucho más. Ahora creo que estamos otra vez todos mirándonos en las aguas de nuestras pantallas, y ahí podemos caer el riesgo de caernos y ahogarnos”, plantea. “¿Qué nos aporta, que nos quita, a dónde nos lleva, qué secuelas dejará como humanidad todo esto? Nos estamos transformando en puro significante”.
Si bien la música de Gabo Ferro precisa una escucha atenta, presente y activa, en este disco parece atentar intencionalmente contra el canon de la industria musical. Es un disco con mucha letra y poca guitarra, sin estribillos ni formas rítmicas demasiado accesibles. “Es el disco donde más a gusto me siento. Nunca intento dar una respuesta, una afirmación o una verdad; todo lo opuesto, intento plantear un tremendo problema para mostrarlo y dejarlo en una canción de tres minutos”, dice. “Y en este disco creo que más que nunca no se entiende nada, salís agobiado después de escucharlo. Por eso necesita de muchas escuchas y mucho volumen. Y acopia todo lo que vengo trabajando con la rotura de ritmo, de melodía, con una contra literatura de la canción”.
-¿Cuándo empezaste a atender este asunto?
-Cuando vi que los dos grandes problemas que atiendo, el amor y la muerte, estaban mudándose también a lo digital de una manera poderosa. Con el caso de las aplicaciones de la afectividades y el caso de la personas fallecidas y el desarrollo de sus identidades virtuales. Herederos, familiares y amigos seguían desarrollando sus redes, en primera persona, como si el sujeto siguiera vivo. Y ahí me di cuenta que había algo para proponer literatura en canción desde estos lugares. Canciones escribo todo el tiempo, pero siento que tengo un disco cuando hay un problema que se me plantea. En realidad, nuevas miradas a viejos problemas. ¿Qué pasa cuando uno se relaciona, ama y se desarrolla de una manera diferente a lo normativo hoy día? Todos te recomiendan una aplicación para todo. Cuando en realidad uno entiende que hay algo inorgánico ahí, que podemos apropiarnos para el bien desde algún lugar, pero no en todos los orígenes. Es un problema más complejo, no se arregla todo con una aplicación.
-¿Y notaste que había una imposición normativa de resolver todo con una app?
-Hay un reflejo de gente que te quiere abrazar, dar un consejo y sacar de la tristeza. Y te recomiendan que pidas “un Rappi” cuando no tenés ganas de salir a comprar. Para todo hay una aplicación. Pero donde hay una aplicación hay olor, no perfume. Las aplicaciones huelen, no están perfumadas como los contactos cara a cara, cuerpo a cuerpo, mirada a mirada. Y eso me parecía que era un problema para atender. ¿Cómo se relacionan hoy las afectividades por medio de las aplicaciones? Y es realmente impresionante cómo todo es casi un catálogo. Esto no es una pipa (obra del artista plástico René Magritte) ha muerto. Lo que ves es supuestamente lo que es. Escuchaba en un congreso sobre el desarrollo de las relaciones afectivas en millennials. Hay relaciones amorosas que duran tres meses, pero no se llegan a conocer nunca. Las relaciones acaban antes de llegar a la piel. Inclusive hay prácticas eróticas y sexuales, pero todo a la distancia. Por eso este disco habla mucho del brillo de las pantallas, del brillo del reflejo, justamente. Los reflejos nos están comiendo, no nos están dejando ver del todo. Pero no lo digo de un modo crítico mal, sino que me interesa mirarlo como un problema.
-¿Y se reconoce, en general, todo esto como un problema?
-¿En qué momento pagamos mucho por lucir una publicidad, una marca? ¿En qué momento divulgaron que era una obligación tener teléfonos celulares por más que vos te niegues a eso? ¿Y en qué momento todos empezamos como locos a dejar registros grabados de lo que antes eran nuestras llamadas telefónicas? ¿En qué momento empezamos a develar nuestra intimidad de una manera tan viva? ¿Para qué? La verdad es que las redes sociales me dan la divulgación de todos mis trabajos y las uso exclusivamente para eso. Y cuando uso Instagram, que tiene políticas más duras, me meto a minarlo desde adentro, a reírme un rato de eso, de un modo crítico. Pero como ciudadano de a pie no me interesaría en lo más mínimo tener esas cosas. Lo cotidiano es sagrado.
-Hay un pedido casi desesperado y muy claro en "Cuerporeclamo". ¿Qué pasa con el cuerpo en este contexto virtual o de hiperconexión?
-Cuanto más volátil supuestamente se hace la identidad, hay un mayor reclamo de la visibilidad de ciertos cuerpos. Y me interesaba remarcar que, a pesar de que todo está en un contexto "invisible", es uno de los momentos históricos más poderosos donde hay un montón de cuerpos y cuerpas que se están manifestando y diciendo "acá estoy, elijo ser así". Y mientras todos nos transformamos en pipas, hay algo que dice "bueno, este cuerpo existe, este cuerpo está y va a ser como yo quiero que sea". ¿Qué pasa con los sujetos que llevan su cuerpo a un lugar problemático para el ojo de la normatividad? Entonces, "Cuerporeclamo" tenía que hablar de eso. El cuerpo puede ir por donde quiera todo el tiempo, ejercer la libertad que no nos contaron que podemos ejercer. Y no solo desde lo afectivo, sino también desde lo físico.