“Para mí este último año fue sin dudas el más importante de la historia del fútbol femenino en la Argentina”, dice Ayelén Pujol, y al toque despliega hitos, argumentos: “En enero Macarena Sánchez hizo la denuncia para que la AFA y la UAI Urquiza (donde jugaba y la freezaron tras haber conseguido cuatro títulos) la reconocieran como trabajadora, y dos meses después se estaba anunciando el primer torneo profesional; el sorteo tardó un montón, se hizo en septiembre, pero el campeonato empezó con 17 equipos y ya lleva seis fechas”.
El inventario incluye un tercer puesto de la Selección en la Copa América del año pasado, una foto con todo el plantel posando con las manos como orejas gigantes Topo Gigio Riquelme para llamar la atención sobre la miserabilidad de la dirigencia, y la clasificación a Francia 2019 vía repechaje, con 11.500 espectadoras en el partido contra Panamá en la cancha de Arsenal. “La participación en el Mundial fue todo un acontecimiento, porque el equipo consiguió por primera vez dos empates, y la remontada contra Escocia después de estar 3 a 0 abajo nos dio una adrenalina tremenda –sigue Pujol, que viajó para cubrir periodísticamente el torneo -. Desde allá veía fotos de la gente que acá miraba el partido en la vereda, en las vidrieras de los comercios que venden televisores, con esa ansiedad por cómo sigue, cómo termina. Como que ahí nos olvidamos de si eran mujeres, sentimos lo mismo, todos esperando que llegara el 3 a 3. Ahí quedó claro que es fútbol”.
Ella no lo dice pero el libro que escribió, ¡Qué jugadora! Un siglo de fútbol femenino en la Argentina, también es una contribución grande para que este sea un año clave, ojalá decisivo, para que las mujeres que lo juegan avancen rápido hacia achicar desigualdades demasiado groseras. La historia, por ejemplo: ¿en qué limbos estaba la historia de las mujeres argentinas en el fútbol? “Siempre digo que lo primero que me impactó fue el olvido, el ninguneo, el dejar de lado, que nos hayan vuelto invisibles –dice Pujol-. Como que nosotras no existíamos. Para ser periodista deportiva estudié Historia del fútbol, te toman examen y vos tenés que saber qué fue La Máquina de River, quiénes fueron, qué hicieron, y así de tantos equipos. Y nosotras no estábamos, ¿viste? Hubo un momento en el que a mí eso me empezó a doler, esa injusticia”. Preguntas que se plantea de arranque: “¿Existen nuestras heroínas? ¿Quiénes son? ¿Dónde estarán las ruinas de la cancha sagrada donde las primeras mujeres patearon una pelota?” En “Los inicios”, primer capítulo del libro, da algunas respuestas: un partido jugado el 12 de octubre de 1923 en cancha de Boca, en el que Argentinas le ganó a Cosmopolitas 4 a 3 ante unas seis mil personas, mayoría de mujeres. La trayectoria de Betty García, 77 años, que en el ’59 jugó en All Boys, que luego jugó en Piraña, que en el ’61 pasó a Nacional de Montevideo, que junto un puñado de jugadoras anduvo de gira en gira por estadios de todo el país con partidos-exhibición y que en 1971 fue la subcapitana de la Selección que jugó el Mundial de México. Era la primera vez que las mujeres participaban de una Copa del Mundo y en el segundo encuentro Argentina le ganó 4 a 1 a Inglaterra, con cuatro goles de Elba Selva. “Tal vez por ignorancia o desinterés, ningún periodista deportivo menciona aquel partido fundamental”, escribe Pujol, y es que en mundiales las mujeres les ganaron a las inglesas antes que los varones a los ingleses, vía Maradona y también en México, pero 15 años después. La FIFA, que empezó a regir los mundiales femeninos desde 1991, editó este año un libro en el que reconoce los que se jugaron antes, aunque no los haya organizado.
¿Cómo vas a mandar a una mina?
¡Qué jugadora! tiene una composición fragmentaria, que dedica algunos capítulos a testimonios como el de Maca Sánchez, su salida traumática de la UAI Urquiza y su incorporación a San Lorenzo, las amenazas que recibe por ser lesbiana, contestataria, kirchnerista; o el de Amalia Flores, una crack que fue campeona en Yupanqui, en River y en Boca, que jugó un par de meses en el Caivano de Nápoles y se volvió porque se desilusionó y no se adaptó, que se rompió una rodilla y nunca consiguió operarse, que en la actualidad trabaja como albañil; o el de Higui, la arquera que se defendió ante una patota que quiso violarla para “corregirle el lesbianismo” y mató a uno de sus agresores; o el de Victoria Liendro, jugadora transexual que trabaja en la Subsecretaría de Políticas de Género del gobierno de Salta. Otra de las vertientes es temática: las experiencias de las árbitras, la situación del fútbol femenino en el exterior (con el ojo puesto sobre todo en los equipos y ámbitos más y mejor desarrollados), o la desigualdad en el oficio sintetizada perfecto en este título: “El periodismo deportivo es cosa de hombres: ‘¿Cómo vas a mandar a una mina?’”. Ahí ya se entrevera una tercera vertiente, la personal, que abarca algunas historias en las redacciones de los diarios en los que trabajó y también sus partidas como futbolista, porque Pujol jugaba muy bien de chica, actualmente lo hace en el Norita Fútbol Club y a los treinta, un poco con la excusa de hacer una crónica y otro poco para testearse, hizo una prueba para entrar en Platense, un equipo de Primera: la aceptaron, pero como la oferta era para que jugara de lateral por la izquierda, cuenta, prefirió no volver. “En ese momento me parecía muy aburrido pararme allá al fondo, a un costado: yo siempre jugaba de enganche –dice-. A la vez sentí que me faltaba un montón para estar ahí, y creo que no me hubiera bancado: el dolor en el cuerpo era de una intensidad muy profunda, me dolía hasta la punta de los dedos: ¡qué alivio físico cuando dejé! Igual, a esa altura tenía un montón de prejuicios, como que personalmente no me hubiera bancado el qué dirán. Todavía no me había transformado, digamos. Y mirá qué loco: en el Norita soy líbero, y aunque tengo más juego que marca, me enamoré de ese puesto”.
Ya no fantasea con jugar profesionalmente ni con dirigir, aunque participó hace unas semanas en Rosario del primer Encuentro de Directoras Técnicas: “Soy periodista, ese es mi lugar, mi aporte es desde ahí –dice-. De chica sí, me imaginaba saliendo a la cancha de Boca como parte del equipo de varones”.
Pujol nació en Monte Grande el 2 de noviembre de 1982. “Hay fotos mías alrededor de una pelota desde que tengo dos años –escribe-. Yo quería dedicar mi vida a jugar al fútbol, pero no lo hice por la mirada de los demás. Una chica en un rol de hombres era un escándalo. Sobre todo si lo hacía bien”. De pibita su ídolo era el Beto Márcico: “Lo tenía tan estudiado que era capaz de predecir qué pase iba a dar cada vez que recibía la pelota. Para mí era el mejor futbolista del mundo y trataba de copiarlo”. ¿Y ahora, a qué jugadoras del torneo argentino hay que seguir? “A Lorena Benítez, volante central de Boca –dice-. Clarifica el juego siempre, tiene una perspectiva fabulosa de la cancha, y da siempre unos pases preciosos: al estilo de Fernando Redondo, ponele. Otra jugadora bárbara es Mariana Larroquette, una delantera de la UAI Urquiza, que es súper explosiva, desborda, y tiene mucha calidad en los tiros libres, le pega como Maradona en sus comienzos, o como el Mago Capria. Y se ve que lo entrena mucho, porque cada vez le está pegando mejor, cambia el ángulo… Todavía no entiendo cómo sigue en el fútbol local, porque ya está para jugar afuera; creo que quiere recibirse (estudia profesorado de Educación Física) y ahí sí”.
Ambas juegan en la Selección; afuera, en Europa, ya compiten varias de sus compañeras. “Son profesionales pero incluso allá cobran muy poquito –aclara-. En el fútbol español las jugadoras anunciaron una huelga porque quieren elevar el piso a 16.000 euros al año, poco más de 1.300 al mes: si vas con un contrato de laburo a un bar, ganás unos 1.500. Las argentinas allá suelen ganar entre eso y 2.000, y a ese salario se le agrega comida y casa, a veces compartida”. En la primera del fútbol argentino las jugadoras ganan unos veinte mil pesos mensuales, explica Pujol; en el esquema oficial inicial, la AFA paga los sueldos y los clubes las cargas sociales. “Hay algunos líos, porque hay clubes que todavía no pagaron, dicen que no les llegó la plata –cuenta-. Como que todo es muy desprolijo por ahora; incluso hay cierto temor, porque dijeron que lo de la AFA era por un año, hay que ver qué pasa después, qué decisiones se toman. Viste que el Chiqui Tapia se proclamó ¡el presidente de la igualdad de género! (se ríe) Qué osado, ¿no? Yo si fuera varón no me animaría a tanto. Para mí que se va a seguir avanzando. Hay equipos que ahora entrenan todos los días, cuerpos técnicos que incorporaron preparadores físicos, psicólogos. El nivel subió. Más laburo profesional. Si algunas jugadoras pudieron dejar de trabajar para poder dedicarse de lleno, eso te mejora. También hay avances con los juveniles, hay una selección y un cuerpo técnico, y empieza a haber ligas de desarrollo, sub 14, sub 16. La rueda gira y no se detiene: cada vez más nenas de todas las edades juegan. Se juega en las villas pero también hay ligas en los countries. Y cuando algo trasciende las clases sociales, es muy difícil que eso retroceda. No es una moda, es algo mucho más profundo”.
La muerte del enganche en estos tiempos
Dice Pujol que el periodismo deportivo viene muy atrás respecto de los avances del feminismo, en las calles y en las canchas. “De fútbol hablan los varones, los programas por lo general son de cinco o seis opinando a los gritos, peleándose –describe-. Lo pongo en el libro: si repasás la sección en los diarios, son todos varones. Me parece que los tiempos demandan una mirada con perspectiva de género en todos los ámbitos, en la política, en todo. Y el periodismo deportivo es el último en la cola. No le interesa, encima. ¿Quiénes ocupan los lugares y por qué? Todos varones. ¿Y cuáles son las exigencias estéticas, sobre todo en televisión, para los hombres, y cuáles para las mujeres? Es un palo súper machista, muy reproductor de toda esa mirada patriarcal del deporte, que en algún momento yo también reproduje como parte de ese mundo, hasta que bueno, el feminismo llegó a mi vida y cambió la forma de ser, de sentir, de ver el fútbol”. La deslumbra cómo esta “transformación zarpada”, dice, viene cargada de contenido social, cultural y político: “Esto es lo que también me atrapa de la disciplina –explica-. Lo que me aburría del fútbol masculino es que pasa poco más allá del juego en sí; de hecho se arma show porque no hay mucho más. Incide sobre todo la injerencia del mercado, que moldea los discursos de los protagonistas. El juego en sí me parece más de atletas que de futbolistas: mucha prisa, poca pausa, mucho robot, poca creación. La muerte del enganche simboliza estos tiempos. En el fútbol femenino hay más riesgos, imaginación, espacio para ilusionarse. Con futbolistas que dicen lo que piensan, lo que sienten, que si les molesta algo lo expresan. Muchas fueron a la Marcha del Orgullo, viste, con sus novias, con las banderas, disfrutando sus decisiones de identidad. No hay jugadores que se asuman como homosexuales, y eso también es la muestra de lo dañino que es el patriarcado para los propios varones. ‘Uy, si llegaras a decir que sos puto, qué va a pasar, y el vestuario…’ Qué sé yo, hay un montón de jugadoras tortas y se comparte el vestuario, no pasa nada”.
La invitan de continuo a dar charlas en torno al libro. “Es como un aporte militante, feminista, en algo que era un desierto y ahora se empieza a poblar –dice-. Se empieza a nombrar a las jugadoras, a contar de sus experiencias, a romper muchos de los mitos que existían, que ‘no le importa a nadie’, que ‘ahora se puso de moda’. Quería contestar esas preguntas iniciales, de dónde venimos: para conocer las respuestas yo pero también para que el mundo las conociera. Un aporte a algo en lo que prácticamente no había nada: bueno, ahora hay. Y va a haber muchísimo más, porque todo el tiempo aparecen cosas: de hecho, por ejemplo, después de publicar supe de otro partido que se jugó antes de 1923. El reconocimiento a las mujeres que jugaron es una reparación histórica”.