El macrismo mintió cuatro años. Se cansó de prometer segundos semestres y luces al final del túnel para terminar en una crisis de deuda y con el gendarme del FMI adentro. Terminado el ciclo, la discusión recurrente del “son o se hacen” quedó resuelta. El cambiemismo hizo lo que buscaba. Fue tras sus objetivos y logró buena parte de ellos. Principalmente logró bajar significativamente los salarios y creó una masa de desempleados que garantizan la continuidad de los recortes en el mediano plazo. Tal su éxito en la lucha de clases, es decir en la relación entre el capital y el trabajo. En el mundo laboral la tasa de desempleo es el instrumento más efectivo para el disciplinamiento de los trabajadores. Y esta será el legado en el mercado de trabajo, una herencia que se mantendrá al menos hasta que un proceso de crecimiento reduzca la actual tasa de desempleo de dos dígitos a la mitad, es decir a niveles cercanos a los de 2015.
En paralelo a la destrucción de los salarios el macrismo también bajó la carga impositiva para quienes ocupan los deciles superiores en la distribución del ingreso, es decir para los más ricos, un proceso que fue acompañado por la reducción de las funciones del Estado vía la disminución del Gasto. También se recortaron parcialmemte los subsidios a las tarifas de los servicios públicos, con los concomitantes aumentos para los consumidores --que no son sólo los hogares, sino también las empresas-- y con su consecuente impacto en la estructura de costos y, por lo tanto, en la inflación. La inflación es un efecto de otros procesos pero a la vez funciona como el mejor instrumento para bajar salarios.
Salvo a la industria, Mauricio Macri satisfizo a todos los sectores empresarios, con eje en los amigos y socios de las energéticas y bancos. Los subsidios vía tasas, encajes remunerados, Lelics, al sector financiero fueron inconmensurables. Quizá alguien asuma la ardua tarea de calcularlos para todo el período, pero ¡sorpresa! a la ortodoxia vernácula sólo le molesta que el Estado subsidie a los más pobres, nunca al gran capital. De esto se habla cuando se define al Estado como un “aparato de dominación” de la clase que lo conduce.
Para que toda la maquinaria descripta funcione se necesitaba el marco de la desregulación, del libre movimiento de los capitales financieros y de la desaparición de las obligaciones para el ingreso de los dólares de las exportaciones. La desregulación fue lo que permitió la fuga de los excedentes generados durante la etapa junto con más de 100 mil millones de dólares de deuda en moneda extranjera.
Finalmente, volver al FMI no fue un error, sino un objetivo. Las políticas que acompañan a los planes del Fondo son las mismas que desean los sectores representados por el gobierno en retirada: ajustar las funciones del Estado, recortar los sistemas previsionales y avanzar con reformas laborales, es decir la flexibilización de los derechos de los trabajadores. Por eso antes de abril de 2018 en este mismo espacio se escribía que el macrismo aplicaba las políticas del FMI sin el FMI. Para la administración saliente haber recurrido al Fondo significó un reaseguro de continuidad para el núcleo de sus políticas más deseadas. Significa tener al gendarme adentro con su poder asegurado por la fusta del endeudamiento, con vencimientos impagables que obligan a la renegociación y al re-sometimiento.
Si a alguien le resulta increíble que después de su rotundo fracaso medido en términos de indicadores de deuda, crecimiento, desarrollo y bienestar del conjunto de la población Macri siga recitando e impostando discursos infantiles con matices de autoayuda y que, a pesar de todo, reciba el cerrado aplauso de la alta burguesía, de su clase, puede releer los párrafos precedentes. El macrismo cumplió con sus representados: desempoderó a los trabajadores, bajó salarios, redujo impuestos a los más ricos, destruyó funciones del Estado y benefició al capital concentrado y financiero local y global. No se le podía pedir más. O sí… faltó que las transformaciones introducidas sean sostenibles en el tiempo. Atar la economía al FMI fue un gran paso, pero haber perdido el poder político podría limitarlo.
El fracaso del macrismo en sus propios términos, entonces, no fue por no haber cumplido sus objetivos de política, que los cumplió, sino por haber perdido el poder, por no haber sido capaz de fundar un nuevo ciclo largo de neoliberalismo.
Las causas de la insustentabilidad estaban en sus cimientos. Desde el punto de vista político la segunda Alianza llegó al poder por la vía de una estafa electoral. Prometió que nadie perdería nada de lo que ya tenía, que mejoraría lo que estaba bien y cambiaría lo que está mal, que aniquilaría rápidamente la moderada inflación. El resultado fue el contrario y la velocidad de destrucción de las condiciones de vida de parte de la base electoral que le dio el triunfo en 2015 y en 2017 torció el rumbo. El gobierno saliente creyó que sería suficiente con su inmenso aparato mediático para legitimar el cambio de valores y aspiraciones necesario para mantenerse en el poder. Las fotos de la batalla cultural macrista fueron contundentes, entre ellas son inolvidables la del economista Javier González Fraga hablando de que un simple sueldo medio no debería poder comprar productos tan elementales como un celular o un televisor. O la derrotada muchacha de oro de la coalición, María Eugenia Vidal, ya no beboteando en las pantallas adictas, sino sosteniendo que las universidades no eran para los pobres o asegurando que no abriría nuevos hospitales.
Pero la verdadera insustentabilidad fue la macroeconómica. El macrismo fue incapaz de conseguir lo mínimo que se esperaba de él. Nadie espera que las derechas avancen en la distribución progresiva del ingreso o en la reducción de la desigualdad, pero a cambio, al menos en el imaginario, si se espera que sean capaces de mantener cierta estabilidad macroeconómica, aunque tal cosa nunca haya sucedido en la economía local. En este punto fue donde el fracaso fue contundente.
Las causas fueron dobles, por un lado la mala teoría y el dogmatismo, por otro lado el apuro en los ajustes. A fines de 2019 no existe un solo indicador macroeconómico que no haya empeorado en relación a 2015. Semejante resultado fue intolerable para la mayoría de la población, que decidió eyectarlos, muy civilizada e institucionalmente, por la vía del voto. Para que ello sea posible fue condición necesaria la unidad opositora. El macrismo se va por su mala economía y su incapacidad para conducir el aparato de Estado, pero frente a una oposición fragmentada podría haber continuado. Hoy se sabe que el renunciamiento de CFK fue la carísima jugada de jaque mate.