Desde Río de Janeiro
A partir del momento en que optó por acatar la orientación de sus abogados y pedir su inmediata liberación, Lula da Silva abrió espacio para otra duda que abarca a todo el mundo político brasileño: ¿cuál será su conducta desde el momento en que salió de la celda de la Policía Federal en Curitiba, donde pasó los últimos 580 días?
Hasta ahora, eran dos las expectativas: la primera, que Lula se dirigiera al centro, buscando apoyo para intentar un muy remoto frente opositor; la segunda: que pasase a comandar una estrecha campaña de denuncias contra el gobierno ultraderechista de Jair Bolsonaro, concentrando fuego en programas económicos que destrozan al país.
La posibilidad de que Lula abriese espacio para una especie de inflexión rumbo al centro fue ampliamente discutida por dirigentes del PT. La conclusión a la que se llegó es que sería un riesgo innecesario, una vez que difícilmente el partido recuperaría el espacio perdido junto a la opinión pública, ahogada por denuncias de corrupción amontonadas por los medios hegemónicos de comunicación más que por divergencias ideológicas con la leyenda del ex presidente.
El mismo Lula nunca vio con buenos ojos esa hipótesis. A los interlocutores que lo visitaron en su celda, reiteró siempre la decisión de, una vez recuperada la libertad, fortalecer la oposición a ese gobierno ultraderechista y principalmente señalar los daños sociales provocados por medidas económicas implantadas desde el golpe que destituyó a la ex presidenta Dilma Rousseff.
No se trataría, en todo caso, de entrar en combate abierto con el actual presidente, pues para eso sería necesario bajar al nivel de las groserías ilimitadas disparadas día sí y el otro también por Bolsonaro. Además, una confrontación frontal con el ultraderechista podría servir para reunir alrededor de él un sentimiento antipetista ya bastante diseminado a partir de la campaña llevada a cabo por los grandes medios de comunicación.
La opción sería más bien apuntar a cada acto de su gobierno y señalar las consecuencias, destacando el desempleo y el número de brasileños que volvieron a una situación de pobreza extrema y miseria. También ser tendrá en cuenta la caída de la popularidad personal de Bolsonaro (que pese a todo sigue situándose en alrededor de 30 por ciento del electorado) y la subida de los que reprueban su gobierno (42 por ciento).
Además, se espera que Lula reavive sus “caravanas”, recorriendo el país con énfasis inicial en su nordeste natal.
En cada pronunciamiento en los actos públicos que ocurrirán durante las “caravanas”, la idea es que Lula trace comparaciones entre el cuadro nacional actual y el que existía bajo los gobiernos del PT. Hay 12 millones de desempleados, otros 26 millones de subempleados o con empleos precarios, 13 millones de miserables, es decir, el cuadro es exactamente el revés de los tiempos de Lula.
Además, programas como Mi Casa, mi vida, de viviendas populares, o Ciencias sin Fronteras, de concesión de becas en el exterior, o Pro-uni, de financiación con tasas de interés irrisorias para matrículas universitarias, todos desarmados primero (y apenas parcialmente) por Michel Temer, y luego diezmados por Bolsonaro, serán rememorados.
Lo que Lula anunció en su primer pronunciamiento dirigido a los integrantes de la “Vigilia Lula Livre”, un campamiento que desde la detención del ex presidente todas las mañanas gritaba “Buenos días, presidente Lula”, y se despedía con un “Buenas noches, presidente Lula” ya dio las señales del tono que adoptará: denuncias contundentes sobre lo que ocurre en el país.
Un Lula en estado puro está de regreso a las calles. Con eso, empezó más que un cambio radical, un vuelco radical en el escenario político de Brasil.