Ya no se llama más Lula. Ahora se llama Lula Libre. Hasta las 17.50 del 8 de noviembre de 2019, Lula Libre era una consigna. Un reclamo mundial. Todo cambió cuando ese tipo simpático que ama abrazar y que lo abracen traspasó la reja, dejó atrás el presidio y, a los 74 años recién cumplidos, convirtió la consigna en una vida nueva.
Hay mucho de la vida vieja, claro. A las 9 de la mañana del sábado Lula Libre estará en el mismo lugar de donde la Policía Federal se llevó a Lula hace 19 meses: el Sindicato de los Metalúrgicos de San Bernardo, en las afueras de San Pablo, donde en los últimos 40 años se hizo dirigente gremial, lideró huelgas memorables y se juntó para decidir la fundación del Partido de los Trabajadores en 1980. Después de discutir política en ese sindicato Lula resolvió ir por la presidencia hasta que ganó en el cuarto intento, en 2002. Cerca del sindicato vive. El sindicato es su identidad primaria. La que no se pierde nunca en la vida.
El sindicato es, también, el que produjo al mejor Lula. El tipo que tensa y negocia. El sitio donde Lula inició su ejercicio político de padre y madre al mismo tiempo, según lo definió en el Te Quiero de la 750 su amiga de los últimos 42 años Clara Ant. El sindicato fue su escuela de solidaridad y a la vez de realismo. La mesa de arena donde aprendió a leer tantas veces la correlación de fuerzas y donde tantas veces se propuso cambiarla.
Lula Libre marca la nueva vida del hombre que, como presidente, protagonizó la mayor epopeya latinoamericana de pelea victoriosa contra la pobreza. Más de 30 millones de personas que accedieron al trabajo, a la electricidad, a veces a la casa o al auto e incluso al agua. Solo una mirada frívola puede desconocer que, en un país esclavócrata, ésa es una revolución que no haría, y de hecho no hizo, el Banco Mundial.
En la libertad de Lula no solo pesó el Derecho de seis jueces supremos contra cinco. Pesó la presión internacional, donde el comité argentino estuvo en primer lugar. Gravitó el movimiento cada vez más sólido de organizaciones como la Asociación Brasileña de Juristas para la Democracia. Miles de sitios o medios como Carta Maior, Carta Capital, Brasil de Fato o 247 nunca dejaron de informar con datos ciertos. Millones los viralizaron, igual que los memes de Lula rompiendo cadenas, tocando la guitarra eléctrica o en boca de una Mafalda que lleva un bandera donde se lee, en portugués, “Lula livre”. The Intercept, la web de Glenn Greenwald, divulgó a prueba de desmentidas cómo la constelación de poder fabricó pruebas falsas. Fue un golpe en las cabezas del juez Sergio Moro, hoy ministro de Justicia, y del procurador Deltan Dallagnol.
Junto a la alegría por la libertad quedan otros datos. Sombríos. Mientras Lula estuvo preso Jair Bolsonaro se hizo presidente, y nadie puede saber si lo hubiera sido con Lula candidato y no reo. Fue aprobada una reforma laboral que consagra el trabajo intermitente. El Congreso sancionó una reforma previsional que no concede derechos universales al que tiene aportes insuficientes. El superministro de Economía Paulo Guedes impuso la subasta de áreas petroleras del pré-sal, el yacimiento petrolero de las profundidades que Lula había concebido como un fondo para elevar los niveles de salud y educación en las próximas décadas.
¿Todo esto significa que Bolsonaro ya fue? ¿Que está naciendo una nueva articulación que tiene como vértices a los generales del vicepresidente Hamilton Mourao, a la Corte Suprema y a la presidencia de la Cámara de Diputados? Y esa articulación, si existe, ¿será la que tolere la existencia, y a la vez trate de impedir el crecimiento, de ese lulismo que une a los sectores populares del Nordeste con los estudiantes de Porto Alegre los metalúrgicos de San Pablo?
Nada está dicho. Salvo Lula Libre.