Si bien actúa en cine y en televisión con bastante frecuencia, se puede asegurar que Rafael Spregelburd es un animal de teatro. Autor y director de cientos de piezas, sólo interpreta los trabajos que él mismo crea o dirige para el escenario, salvo algunas excepciones. Sin embargo, un artista tan creativo como Spregelburd ha sido olvidado, casi hasta el desprecio por los teatros oficiales de la gestión macrista, excepto por el caso de La terquedad en el Cervantes, que pudo concretar gracias a la gestión de Alejandro Tantanian. Ahora, es el momento del cine. El jueves próximo se estrenará Los adoptantes, una comedia de Daniel Gimelberg, en la que compone a Leonardo, un ingeniero agrónomo de 45 años, que junto a su pareja Martín (Diego Gentile), presentador de televisión, quieren adoptar un hijo. La película está lejos de cualquier solemnidad en relación con el tema, todo un significado de que las cosas han cambiado en la Argentina con respecto a los prejuicios y la homofobia. O al menos, se ha construido un camino que permitirá aún cambios más profundos en la sociedad.

En Los adoptantes, la homosexualidad no está ni juzgada ni sacralizada. “Ese momento llegó hace rato, pero recién está ocurriendo tal vez por primera vez que la homosexualidad no sea el conflicto de la película, que sea su tema paisajístico. Entiendo que en muchos que la hicieron hay un interés militante de esa causa. Pero esto no se ve, por otra parte, porque la película es una comedia y tiene mucho sentido del humor y no es políticamente correcta en ese sentido”, confiesa el actor.

En relación al teatro, Andrea Garrote y Rafael Spregelburd dirigen juntos Pundonor, un monólogo escrito por Garrote, quien además interpreta a Claudia Pérez Espinosa: una profesora universitaria, doctora en Sociología, que vuelve al aula después de tomarse unos meses de licencia. Pero la clase que debe dar, una introducción a la obra de Michel Foucault, se interrumpe constantemente debido a su frágil situación. Necesita dar explicaciones sobre su comportamiento, aparentemente necesita redimirse. Esta obra -que se puede ver en Hasta Trilce (Maza 177)-, fue ideada exclusivamente por Garrote. “Ella me acercó el texto y yo traté de convencerla de que no hacía ninguna falta de que yo codirigiera con ella, que ella sabía exactamente cómo dirigirse a sí misma”, explica Spregelburd. “Lo que pasó fue que Andrea no quería estar sola. Le parecía muy agobiante tener que pasar ese texto sin que nadie la mirara y sobre todo lo que pactamos en mi codirección fue acompañar ese proceso. Yo venía de dos monólogos, Apátrida y Spam, y sufrí bastante no tener una mirada que me dijera: ‘Está bien, es por aquí’. Y lo único que hice en Pundonor fue decir: ‘Andrea, está muy bien y es por ahí’. La acompañé más como un amigo que como un director”, agrega Spregelburd.

Volviendo a Los adoptantes, el actor explica por qué aceptó uno de los papeles principales en el film: “Un protagónico siempre plantea un montón de intereses antes que la historia. Cuando uno dice: ‘La responsabilidad que te toca en esta película es tan grande’, siempre le parece que está frente a un enorme desafío. Y a mí esos desafíos en cine siempre me gustan mucho porque, como siempre he dicho, el cine fue mi escuela de actuación. En teatro, como sólo actúo dentro de mis propias obras, sólo me escribo lo que puedo hacer. Entonces, que de pronto en cine me planteen una historia que jamás hubiera pensado para mí, que no se parece a mi teatro y que tiene, además, una orientación temática tan clara y tan disruptiva me pareció un desafío enorme”, confiesa el actor. Reconoce que tuvo dudas de aceptar (“que se solucionaron en cinco minutos”, dice). Preguntó, por ejemplo, por qué hacer una película sobre este tema y no hacerla directamente con actores gays. “El director me respondió que le parecía una muy buena idea que el film no empezara como una cuestión de gueto o de nicho. Me explicó los motivos por los cuales creía que yo podía hacer el personaje, que tenían que ver con aspectos más de la neurosis de este personaje un poco obsesivo y un poco pesimista. A su vez, tenía que ocurrir dentro de una comedia. Yo creo que me llamaron por mis habilidades como comediante y por eso acepté”, agrega Spregelburd.

-¿Cómo definirías la complejidad de tu personaje?

-El personaje se define en una película por el derrotero que realiza. Lo que me parece entrañable de este, que me daba muchas ganas de transitar, es el largo camino que realiza hasta comprender su identidad. Es un personaje con un enorme problema de identidad. Es adoptado, no sabe nada de sus padres, pero en la fantasía de este adoptado –imagino como en muchos-existe una sombra que es la idea de que sus padres pueden no haberlo querido. ¿Cómo hace alguien para reafirmar su amor por sí mismo partiendo de esta base? A nivel actoral, eso me parecía mucho más importante que todo lo otro que pasa en la película. El personaje necesita resolver casi como en terapia un trauma de constelación y, de pronto, a la edad que tiene, se encuentra enfrentado a su peor fantasma.

-La película toca un tema muy interesante que es el deseo de adoptar de una pareja gay. ¿Por qué crees que esto fue puesto en cuestión?

-La Argentina está bastante a la vanguardia de las leyes de adopción. Un matrimonio homoparental tiene las mismas chances, condiciones y reglamentos que una pareja formada más tradicionalmente. Nosotros nos asesoramos mucho a través del Ruada, la entidad que regula las adopciones. Y a mí me tranquilizó y me ayudó mucho que en la película estuviera presente Gaby Ferrero, la actriz que interpreta precisamente a la empleada del Ruada, porque ella es adoptante de un niño mayor con hermanos. El hecho de que ella pudiera contarnos a nosotros cómo fue el doloroso y vital proceso de esa adopción y ponerlo en el primer plano de una película es bastante inédito, sobre todo porque ella misma encarnando ese rol (con el que aparece medio empastillada) todo el tiempo puede reírse de una situación que tiene ribetes más trágicos que risibles.

-Hace rato que trabajás en cine. Si tuvieras que detallar qué aportó tu amplia experiencia como autor y director teatral para desempeñarte como actor en la pantalla grande, donde una película es lo que quiere un director, ¿qué dirías?

-En ese sentido, no me aportó nada. Incluso, me parece que a muchos directores les debe parecer una especie de desventaja. Pueden tener el miedo o la fantasía de que yo quiera reescribir a mi antojo lo que sucede. Yo creo haber sido siempre muy obediente en los rodajes donde estuve porque lo que más me seduce del cine es la posibilidad de actuar en algo que yo no he concebido para mí mismo. En el teatro yo sólo actúo en obras escritas por mí. Son muy excepcionales los casos (como en Cuando llueve) que he actuado en obras que no eran mías, como en una obra de Reto Finger llamada Nadar perrito, que dirigió Andrea Garrote. Y en cine mi aventura es no ser yo el autor y poner mi talento o mi falta de talento al servicio de la voluntad de dirección de otros. Soy muy obediente; es decir, que debo desaparecer como autor. De hecho, a veces soy menos cuestionador que otros actores que dicen: “Esto no está bien escrito”. No, no, si alguien lo escribió es por algo y yo lo voy a decir como está escrito. Soy respetuoso a rajatabla de lo que está en el papel porque soy autor. En todo caso, le preguntaré qué espera del actor cuando lo dice, a ver si se puede o no modificar. Pero en ese sentido los actores son muy atropellados. Cuando una frase no les sale creen que es porque está mal escrita. Yo me resisto mucho a esa tendencia porque si no, después el cine se empieza a parecer mucho a la televisión, donde sólo gobierna cierto realismo costumbrista.

-¿Por esto que decís del cine y el teatro es que los personajes teatrales son más cercanos a vos que los cinematográficos?

-Sí, definitivamente. En teatro me escribo aquello que puedo actuar. En cine me desafían, como en este caso, donde tenía que encarnar un gay con un problema interno enorme, que tiene que hacer eclosión pero con una capacidad emocional muy limitada, todas cosas que no se parecen a mí cuando escribo para mí.

-¿Actuar es para vos afrontar la adversidad de un personaje?

-No necesariamente. Es verdad que uno siempre que actúa está explicitando un conflicto. Nunca actuás lo que está en armonía. No te llaman para actuar lo que no pasa. Te llaman parainterpretar algo discordante. Cada personaje es siempre la expresión de un conflicto. Los actores nos volvemos expertos en resolver conflictos ajenos y muy pocas veces los propios. Para mí, actuar es un aprendizaje vital: es cómo me pongo en el punto de vista de alguien que no soy yo, incluso a veces de un enemigo ideológico y, de todas maneras, poder darle carnadura. Es muy importante porque uno siempre aprende algo de la actuación.

-Si bien trabajaste bastante en cine, se te reconoce más como un hombre del teatro. En relación a las elecciones de trabajo, ¿qué lugar ocupa en tus preferencias la televisión, donde también actuaste?

-No, el último lugar. La televisión me parece absolutamente dominada por un entorno poco creativo, mercantil. Hay muchísimo talento, pero es muy difícil hacer televisión. Hoy por hoy, técnicamente es igual que el cine en cuanto al manejo de cámaras, de luces, de procedimientos de filmación, pero sin ensayo, sin planificación, sin tener idea de cuál va a ser el actor que te va a tocar para la escena. Es muy difícil hacer televisión digna. Por eso, yo tengo el mayor de mis respetos para quienes la afrontan como oficio. A mí no me interesa porque, en general, no suele devolverme nada rico. No me gustan los programas que se hacen, que se ven. No entiendo a quién le pertenece el proyecto.

-¿Qué opinión te merece el trato de la gestión macrista al teatro independiente?

-Lo destruyeron, lo negaron, lo ningunearon, lo denigraron. Me parece que es producto de un plan sistemático que dentro del grado de improvisación de los funcionarios del macrismo –que ninguno estuvo a la altura de las circunstancias que les tocaron-, tiene que ver también con una rápida interpretación mercantilista de la voluntad de sus propios votantes. Creo que para una gran cantidad de los habitantes de este país la cultura es entendida como un gasto. Y si el modelo es Estados Unidos y no Alemania o Francia, por ejemplo, está bien que no haya un Ministerio de Cultura. No hay. La cultura les pertenece a las familias ricas que son quienes pueden hacer de Mecenas, como en el Renacimiento, de algo que sólo les va a pertenecer a aquellos que puedan pagarlo y consumirlo. Esa idea de cultura es la que instaló el macrismo por desidia o por falta de presencia. Nunca vi al ministro (Pablo Avelluto) salir a defender su ministerio cuando se convirtió en secretaría. Realmente han aniquilado por completo las posibilidades de producción de un teatro independiente que antes surgía aquí debajo de las piedras, que resistió cualquier crisis y que en este momento empezó a afrontar problemas que antes no tenía: el alza de los gastos de mantenimiento de luz, gas y servicios de las salas, la falta de un plan para paliar. Que sólo sobreviva aquello que pueda autoabastecerse de la venta de entradas implica que toda la identidad del teatro argentino ha sido destruida.

-¿Parte de esa coyuntura es el motivo por el que no estás ahora en teatro?

-En lo personal, sí. Yo fui echado de teatros públicos, pero podría también tratar de juntar fuerzas y volver a hacer obras como he hecho siempre ante cualquier crisis en los espacios independientes. Lo que pasa es que en los últimos años mis obras se han hecho cada vez más sofisticadas, si se quiere, cada vez más complejas y requieren de largos de procesos de ensayos o salas más grandes o elencos más grandes, sobre todo porque han sido obras en muchos casos a pedido o financiadas por teatros públicos de otros países: Alemania, Francia, Italia. Eso me ha llevado a explorar con una libertad que no tengo aquí, y a mover siempre los límites de mi teatro. La terquedad, por ejemplo, fue un caso anómalo porque es una obra escrita para un teatro público de Frankfurt que ocho años después de ser estrenada en Frankfurt encontró un teatro público renovado en la Argentina, como fue el Cervantes en la gestión personal e intransferible de Alejandro Tantanian. Esto fue una absoluta excepción dentro de las normas establecidas por el macrismo como cultura. Esperemos que en la próxima gestión se entienda y se conserve todo el trabajo que Tantanian ha realizado en el teatro. Si por cada obra nueva que escribo, tengo que esperar ocho años para que pueda ser compartida con el público argentino…Estoy en un momento complicado, muy angustioso y siempre al borde de pensar en el exilio. No lo quiero decir porque después me pasa como a Pamela David (risas).