Cualquier mortal que camine desprevenido por el centro de Woking –Inglaterra- se topará con un temible trípode metálico igualito a los que describiera H.G. Wells en La Guerra de los Mundos. Vaya julepe al dar con la gigante y poco amigable estructura en esa localidad del sur de Londres. Ha pasado más de un largo siglo desde que el autor concibiera el célebre y canónico ataque extraterrestre para la ciencia ficción. Así que la escultura, antes que homenaje, sirve de recordatorio sobre el posible fin de nuestra especie. Tal maquinaria discursiva vuelve a las andadas con la flamante producción de la BBC que ayer estrenó Europa Europa. La señal emitirá sus episodios restantes los domingos a las 22 y desde hoy se encuentra dispuesta íntegramente en Flow.
Si la estatua mencionada en el primer párrafo trae a nuestros días lo confeccionado en el pasado, la gran novedad de esta enésima adaptación opera en el sentido inverso. Situar al espectador moderno, y por primera vez, bajo el contexto en que la obra fuera publicada. En los primeros minutos, el astrónomo Ogilvy (Robert Carlyle) advierte unas “erupciones volcánicas” en Marte. Comparte el descubrimiento con una parejita de enamorados que visitan su observatorio. George (Rafe Spall) y Amy (Eleanor Tomlinson) conviven bajo el mismo techo y para el horror de los vecinos, el hombre aún no se ha divorciado de su primera esposa. Dos parias y librepensadores, tal como se definen, que no encajan con las costumbres de su época. El científico de corte darwiniano es el único que recibe a los nuevos vecinos, junto a ellos encontrará un misterioso objeto caído en los bosques del condado de Surrey al que confunden con un meteorito. Ignoran que ha comenzado la invasión marciana.
La entrega está repleta de ironías más allá de lo que muestra en la superficie. La crítica al colonialismo, la pedantería humana y el maltrato a pares y otras especies, forman parte de este combo. Como la invasión sucede en medio de la guerra entre Rusia y Japón, desde el gobierno no dudan en culpar a los rusos por el ataque a un barco británico. “El territorio anglosajón es para la raza anglosajona. La mejor raza, la más humana y honorable que posee el mundo. Y cualquier afrenta será derrotada. Somos un Imperio que jamás ha visto el ocaso”, lanza un flemático Ministro de Guerra. Uno de los puntos más sugestivos de esta propuesta es su sarcasmo al poder aunque exento de humor. Manipuladores, incompetentes, el ataque externo escapa a la comprensión de los gobernantes y cada apuesta militar conlleva a un desastre mayor. Toda la vanidad del Commonwealth va a ser una golosina para los marcianos.
La estrategia narrativa diseñada por el guionista Peter Harness (Doctor Who, McMafia) es clara: contar un drama familiar en medio de la embestida alienígena. En ese sentido, el personaje de Fred (Rupert Graves), hermano del protagonista, sirve de pivot en la propuesta. Es indiscutible que el culebrón rinde menos que los ataques de los trípodes, la misteriosa vegetación roja, el humo químico y los rayos en la tierra devastada. Ver a los personajes tratando de sobrevivir en un escenario que mezcla a Charles Dickens con Steven Spielberg genera un doble extrañamiento.
Lo dicho, esta reversión de la novela buscar dar con el zeitgeist que vivió Wells (el traspaso de mando entre la era victoriana y la del reinado de Eduardo VII). Ese período en que la teoría de las especies servía para avalar el genocidio en las colonias, y el progreso tecnológico convivía con la represión sexual. A su vez incluye reflexiones actuales. Que Inglaterra esté completamente aislada por la falla en telégrafos opera como un comentario sobre el Brexit. Lo mismo para ese futuro siniestro por el uso de armas químicas. ¿Mensaje sobre el cambio climático? En otras palabras, La Guerra de los Mundos convierte al sueño inglés en una pesadilla roja.