Los bolivianos acaban de derrocar de manera golpista al mejor gobierno de su historia. Los mensajes de Carlos Mesa donde felicita “al pueblo” por haber derrotado “a la dictadura” serán en poco tiempo un testimonio de la enorme barbaridad que cometió la derecha de ese país en connivencia con Estados Unidos, las Fuerzas Armadas y las Fuerzas de Seguridad.
Hay situaciones que parecen calcadas de otros procesos similares en la historia de la región. Los golpes contra Perón en Argentina, Salvador Allende en Chile y contra Chávez en Venezuela. Una copia de la etapa inicial con una gran campaña nacional e internacional de desprestigio a través de los medios. Una segunda etapa de agitación de las capas medias. Y finalmente la intervención de los militares y policías.
En el caso de Venezuela, la movilización popular en defensa del proceso iniciado por Chávez permitió que se recompusieran los sectores militares que respaldaban el proceso popular y que cortaran el golpe de cuajo. Salvador Allende dio la vida en el golpe de Pinochet. En el caso de Perón volvió a repetirse una vieja encrucijada: armar el pueblo para resistir el golpe o retirarse para evitar un baño de sangre. El pueblo en armas, sin disciplina ni entrenamiento ni organización militar puede ser fácilmente masacrado por una fuerza profesional mejor armada.
Hay un supuesto mundo “democrático” que festeja la caída de Evo a manos de turbas violentas que expresaron un racismo extremista contra coyas y aymarás. Es un mundo “democrático” que necesita ser defendido por las turbas fascistas del Comité Cívico que lidera Luis Fernando Camacho.
No hace falta tener la bola de cristal para predecir la curva decadente que comenzará a transitar Bolivia con la caída de Evo Morales. Es la misma que recorrió la Argentina a partir del ’55. Y que hubiera recorrido Venezuela. El litio y los hidrocarburos dejarán de revertir utilidades hacia los sectores populares y esa riqueza se irá del país o quedará concentrada en pocas manos. Es la Bolivia del pasado. A la que esquilmaron la plata, a la que saquearon el estaño, la Bolivia petrolera con grandes bolsones de miseria. La que Evo Morales había sepultado.
Evo Morales fue votado por el 47 por ciento de los bolivianos y ahora, sobre la base del terror creado con los ataques e incendios de domicilios de dirigentes populares, se lo quiere presentar como un dictador que perdió las elecciones. En vez de defender a esa mayoría popular que lo votó, las Fuerzas Armadas le pidieron la renuncia como reclamaba el candidato Carlos Mesa, que sacó más de diez puntos menos.
Para las Fuerzas Armadas, la paz se logra defendiendo los derechos de la minoría, cuando tendría que haber actuado en defensa de la decisión soberana de la mayoría. Es la historia del golpismo. Las mayorías no necesitan que los militares hablen en su nombre.
Los militares, los grupos dominantes de la economía, la derecha, no aprendieron de la historia. Los gobiernos que realizan transformaciones populares y democráticas como el de Evo Morales no desaparecen con un golpe.
Podrán silenciar a los medios disidentes, podrán reprimir las protestas y perseguir a los dirigentes, encarcelar y asesinar luchadores, pero la semilla germinará en el pueblo. No pueden parar el viento, no pueden parar el sol. Los millones de campesinos que encontraron dignidad en sus vidas, los millones de bolivianos que conocieron un país solidario con Evo Morales tienen memoria. Ese recuerdo lo hará más grande con el tiempo. Lo convertirá en un gigante, en símbolo y bandera de nuevas luchas populares. Un golpe no pacifica ni liquida la historia.