En Bolivia, la derecha blanca nunca aceptó que un indígena ganara las elecciones. Igual que la minoría blanca nunca aceptó que Mandela quisiera la igualdad en Sudáfrica. La derecha blanca y la derecha sudafricana siempre tuvieron el apoyo de Gran Bretaña y de los Estados Unidos.
Los gobiernos de Evo Morales han mejorado el PIB de Bolivia como nunca en su historia. Ha mejorado la vida de millones de bolivianos. Ha devuelto la dignidad a los nadies, permitiendo que coman tres veces al día, que aprendan a leer y a escribir, que puedan tener una vivienda decente, una nevera y una lavadora, viajar e ir a la universidad. Cosas que la minoría blanca siempre tuvo y a la que molesta que los cholos hagan lo mismo que ellos hacen.
Las últimas elecciones venían cargadas de ruido. Los medios de comunicación, propiedad de la oligarquía boliviana, nunca han dejado de atacar a Evo Morales. Con motivo del referéndum sobre la reelección, los medios inventaron que Morales tenía un hijo ilegítimo y le atacaron de manera durísima. Fue determinante en el resultado. Al día siguiente de que perdiera por la mínima el referéndum, los medios reconocieron que el hijo no era del Presidente. Pero el bulo ha regresado cada elección. Además de los ataques, en unos medios que actúan como un oligopolio, tachando día sí y día también a Evo Morales como dictador, corrupto, analfabeto o enemigo de la patria. Siempre con el apoyo, claro, de gente como Vargas Llosa.
En el sistema boliviano, para ganar en primera vuelta se necesita tener más del 50% de los votos o sacarle diez puntos al siguiente. De lo contrario, toca ir a segunda vuelta. Errores de los que tendrá que rendir cuentas el responsable, llevaron a Evo Morales a aceptar una auditoría de la OEA, una organización a día de hoy controlada por los Estados Unidos de, recordemos, Donald Trump. La auditoría zanjó, sin muchas pruebas y con la presión de Estados Unidos, que hubo irregularidades y Morales aceptó el resultado ordenando que se repitieran las elecciones. Pero la derecha ya estaba en la trama golpista. De hecho, llevaban meses en la trama golpista.
Grupos mercenarios empezaron a llegar a La Paz a sembrar desorden y penetrar en estaciones de policía y cuarteles. Primero amotinamientos de policías. Después, la cúpula del ejército pidiendo a Evo Morales la renuncia. Cosa que hizo, junto al Vicepresidente García Linera, para evitar un baño de sangre. Pero el golpe ha continuado. Con ataques incluso a embajadas, lo que quiebra el derecho internacional. El cabecilla del golpe, el fundamentalista religioso Luis Fernando Camacho, entró con violencia en el palacio de gobierno diciendo que se acababa la Pacha Mama y regresaba la Biblia. Por supuesto, con su inquisición.
Pero el pueblo de Bolivia tiene en la memoria las luchas. Resulta difícil imaginar que no iban a responder. De hecho, las marchas para recuperar su gobierno han empezado. ¿Va a disparar el ejército a su propio pueblo? ¿Van a permitir los generales que las multinacionales roben el litio y el gas boliviano? ¿Van a apoyar un golpe para intentar dejar aislada en el Cono Sur a la Argentinad de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner?
La comunidad internacional no va a permitir que el golpe triunfe ni que la violencia se imponga en Bolivia. México ha sido contundente, igual que la Argentina del ganador Alberto Fernández. Macri, al contrario, se alinea con la OEA igual que el fascista de Bolsonaro. El gobierno de Pedro Sánchez ha condenado el golpe de Estado. Pero aún falta más contundencia en la respuesta a los que quieren regar de sangre Bolivia. Sectores de la policía ya han matado a gente, incluido un niño, en El Alto, queriendo reprimir las protestas populares.
Ningún demócrata puede guardar silencio. O regresará la noche de las dictaduras al continente latinoamericano. Y la amenaza de la extrema derecha, que alcanza desde Estados Unidos a Asia pasando por Europa y golpeando en África terminará por devorarnos a todos.
De Público, especial para Página/12