Tras las elecciones del pasado abril, el PSOE y Unidas Podemos sumaban 165 escaños, a once de la mayoría absoluta, y tenían garantizado el apoyo a un eventual acuerdo de gobierno por parte de grupos parlamentarios nacionalistas vascos y catalanes y de otras formaciones menores. Sin embargo, el pacto, después de varias semanas de negociaciones, no fue posible. Pedro Sánchez salió derrotado de las dos sesiones parlamentarias en las que se debatió su investidura como presidente del Gobierno y los españoles fueron convocados a las urnas por cuarta vez en cuatro años.
Después de las elecciones del domingo, los socialistas y Unidas Podemos suman 155 diputados y están lejos de tener garantizados los respaldos que les hacen falta. El conflicto político catalán se ha agravado y acaban de salir de una campaña electoral en la que la posibilidad de un acuerdo pareció remota. Sánchez llegó a decir que no dormiría tranquilo si tuviese a Pablo Iglesias sentado en el Consejo de Ministros. Sin embargo, 48 horas después de concluido el escrutinio, los dos líderes han anunciado por sorpresa un acuerdo de gobierno. No se sabe si Sánchez ha encontrado remedio para su insomnio, pero el secretario general de Podemos será su vicepresidente.
¿Por qué se ha alcanzado este acuerdo inesperado y aparentemente negociado en tiempo récord? Los protagonistas no han dado explicaciones. Presentaron el pacto en una comparecencia sin preguntas en la que se limitaron a anunciar un programa de gobierno de marcado acento progresista.
Las cifras que arrojaron las elecciones del domingo son peores que las de abril. La estrategia de Sánchez, que apostaba por presentarse como víctima de la intransigencia de Podemos, aglutinar todo el voto de la izquierda y tener las manos libres para pactar con Ciudadanos resultó un completo fracaso. Ni los votantes desencantados se volcaron con el PSOE -todo apunta a que se quedaron en casa- y la formación liberal se desplomó y perdió 47 de sus 57 diputados.
Los números son peores que hace seis meses, pero no se trata de matemáticas, sino de política. El retroceso que ambas formaciones sufrieron en los comicios, castigadas por dos millones de electores que habían votado en abril pero que decidieron abstenerse al ser convocados por la falta de acuerdo de la izquierda, y el más que preocupante ascenso de la extrema derecha, donde también se detecta un fuerte voto de castigo, supusieron un aviso imposible de ignorar. Volver a poner a prueba el hartazgo ciudadano era más que arriesgado.
El candidato socialista, ya sin aliados posibles a su derecha, no tuvo más remedio. Sus únicas alternativas eran pactar con Iglesias o ir a una nueva convocatoria electoral que hubiese resultado suicida. Ha optado por la supervivencia.
Ahora, para que la investidura salga adelante, tendrá que buscar el respaldo de Más País (la formación de Iñigo Errejón), el Partido Nacionalista Vasco, y de formaciones regionalistas de Cantabria, Galicia y Teruel. Aún así, dependerá de que los catalanes de Esquerra Republicana y los vascos de Bildu (ambos independentistas de izquierda) al menos se abstengan. Es más que difícil, pero Sánchez es un sobreviviente