El golpe de Estado en Bolivia generó el primer choque diplomático entre el gobierno que asumirá el mes que viene en Argentina y la administración de Donald Trump. "Estados Unidos retrocedió décadas. Volvió a los peores épocas de los años '70, avalando intervenciones militares contra gobiernos populares, elegidos democráticamente", afirmó ayer Alberto Fernández, en referencia al comunicado el Departamento de Estado que festejó lo ocurrido en Bolivia. En el entorno de Fernández hablaban de un enojo genuino del presidente electo por el comunicado que lo sorprendió -para mal- pero descreían que el chispazo pudiera generar un conflicto en una relación bilateral que recién se está armando y que pinta crucial para su futura gestión. Por un lado, porque Argentina tiene derecho al pataleo por lo sucedido en el país vecino. Por el otro, porque el país asoma hoy como un oasis de estabilidad en medio de una región en convulsión.
Alberto Fernández le agregó enjundia al rechazo que ya había manifestado sobre el documento emitido por el gobierno de Estados Unidos, de tono celebratorio. Allí se consideraba el derrocamiento de Evo Morales "un momento significativo para la democracia en el Hemisferio Occidental" y aplaudía al pueblo y a los militares bolivianos. Justamente, uno de los puntos que más molestó a Fernández fue que hablara de militares victoriosos. "No es verdad que se haya garantizado la democracia, más bien se la impidió", dijo en diálogo con Radio 10.
También incluyó en sus críticas a la OEA, el organismo regional que encabeza el uruguayo Luis Almagro, que tiene su sede en Washington y que suele actuar de acuerdo a los deseos de la Casa Blanca. "Es una vergüenza la actitud de la OEA", afirmó Fernández, quien aseguró que la auditoría que hizo el organismo sobre el escrutinio en Bolivia que habló de irregularidades "está muy manipulado en sus resultados".
Entre una cosa y otra -pero especialmente la acusación al gobierno de Estados Unidos de retroceder a la época "dorada" de los golpes de Estado en América Latina- podría generar ruido en una relación bilateral incipiente que, contra la mayoría de los pronósticos, había comenzado con el pie derecho. Primero, con el llamado de Trump a Fernández, algo poco común en los usos diplomáticos: un presidente de Estados Unidos no suele comunicarse con un presidente electo. Más todavía en el tono amistoso que tuvo la comunicación que inccluyó la promesa de Trump de continuar apoyando al país en sus gestiones ante el FMI, música para los oídos del electo.
Las buenas sensaciones se prolongaron en el último día de su visita a México, cuando compartió un almuerzo con Mauricio Claver, el asesor de Trump para América Latina. Aunque obviamente no se pusieron de acuerdo en algunos puntos, como la evaluación de cuál es la mejor solución para Venezuela, Claver aceptó que Argentina puede elaborar su propia hoja de ruta regional en una línea progresista como la que propone Fernández. El presidente electo siempre aclara que es un posicionamiento que apunta a políticas en común para combatir la desigualdad y que no está "en contra de nadie". Las buenas migas continuaron en el encuentro que el presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, y el ex embajador Jorge Argüello mantuvieron el viernes pasado con el embajador Edward Prado y diez diputados republicanos de visita en el país.
Todo este bordado que se venía hilando de manera cuidadosa de repente quedó en peligro ante las posiciones tan dispares a propósito de los sucesos en Bolivia. "Lo que puedo decir es que no hay ningún cambio de estrategia. Sintió que era algo que no se podía callar y lo dijo", comentaba un allegado a Fernández que ayer pudo conversar unos minutos del tema con el presidente electo. Lo que coincidían quienes lo asesoran en política exterior era que en el armado de un vínculo bilateral también sirve hacerse respetar, algo que Mauricio Macri no utilizó en su relación con Trump. Si bien su amigo de las épocas de juergas empresariales le facilitó los trámites en el Fondo, en cuanto al comercio bilateral la cosa fue de mal en peor. Estados Unidos cada vez compra menos productos argentinos, especialmente los que tienen algo de valor agregado.
"A veces hay que decir lo que otro no quiere escuchar, eso también sirve", aseguraban. Y argumentaban que en este caso Argentina tiene motivos de queja porque Bolivia ue históricamente un país donde tuvo influencia, por historia, cercanía y por la gran comunidad boliviana que vive en el país. Además, porque en este caso se actuó con mucha irresponsabilidad, dato que veían demostrado en la caricaturesca autoproclamación de Jeanine Añez. Otra cosa que preocupa a Fernández que nadie sabe responder: ¿de las futuras elecciones podrán participar Evo Morales o el MAS, o será con proscriptos? "Tenemos derechos a ponernos duros con la democracia", decían. Otro punto por el que consideraban correcta la salida de Fernández era la necesidad de curarse en salud ante el rodeo de gobiernos derecha que, todo indica, marcarán el primer tramo de su gestión. "Estuvo muy bien en mostrarse activo en esta situación. Quedarse quieto ante un golpe militar sería mucho más peligroso", concluían.