La luz que recorta la cara, que la deja en un primer plano, instala una soledad irremediable. Medea es una adolescente de campo y habla con una candidez que parece dejarla desprotegida frente a los males del mundo. Desde ese modo ingenuo de acercarse a los hechos esta Medea de La Limpia será tomada por la violencia como si se tratara de una peste incurable. Al primer contacto con Jasón será lastimada de un modo irreparable y allí va a desandarse la noción de lo trágico en este drama realista.

La dramaturgia de Jorge Acebo y Juan Carlos Rivera no se propone encontrar equivalencias con el texto de Eurípides, solo toma de esa Medea mítica el acto fatal de matar a lxs hijxs pero se desentiende de la trama de seducción, del deseo que ella sentía por Jasón y del dolor inexplicable que experimentó cuando él la dejó por la hija de Creonte.

Esta Medea jamás conocerá el amor ni el placer. La violencia que aparece en Lo mejor de mi está por llegar como una totalidad que no da descanso, como una escena explícita, como una sucesión de hechos que no tienen atenuantes. Al estar la obra estructurada como un monólogo las situaciones de ultraje son contadas pero jamás vistas. La luz hace de Medea una figura perdida en esa rusticidad que proporcionan las paredes de ladrillo de la sala teatral. Solo tenemos el testimonio de la protagonista que se transforma, en la actuación de Florencia Galiñanes en una mujer entristecida y furiosa. Ella deberá crear ese mundo que se escapa en el desamparo de la escena sólo custodiada por un personaje invisible, a cargo de Nicolás Condito, que va a seguirla con una cámara para ver ese rostro separado del cuerpo, por momentos disociado, atravesado por la voz interna que aparece en una grabación en off.

La narrativa que construye el diseño de luces de Paula Fraga, junto a los audiovisuales de Nicolás Tete, logran abrir el espacio y ayudan a trabajar en detalle la cara, el cuerpo de Galiñanes para hacer de su actuación sensible y potente una pieza que se celebra por partes. El teatro asume la fragmentación del cine para contar el descalabro del personaje, el modo en que esta mujer está rota por dentro.

Hay algo lorquiano en Lo mejor de mi está por llegar, especialmente en las tonalidades que le otorga Galiñanes a esa Medea maltratada y despojada.

En la pantalla se convierte en un ser espectral, como si el alma la hubiera abandonado y hablara por si sola. En la escena reconstruye la conversación que jamás podría tener con los demás personajes a los que nombra. En la soledad asume la confianza en su pensamiento .

Acebo como director coloca a su criatura en un entorno rural que no le brinda escapatoria. Allí está el destino. Esta Medea no dispone de los poderes mágicos que poseía la prima de Circe. La acción que en el texto clásico era una estrategia calculada, un drama de estado, aquí es puro impulso. Como inspirada en Romina Tejerina, el crimen es el resultado de una situación de agobio. Medea libera con la muerte a sus hijxs de la fatalidad que ella misma sufrió.

El asesinato ocurre frente a los ojos de Jasón como una ofrenda, para obligarlo a presenciar la violencia que él mismo engendró.

Si Jasón, en la tragedia de Eurípides, ideaba sus conquistas amorosas bajo la sombra calculada del poder, en Lo mejor de mi está por llegar es un médico de campo que usa su autoridad para solazarse en el maltrato. La complejidad de los personajes griegos está sumergida en la dramaturgia de Acebo y Rivera en roles claramente marcados que solo se deshacen en el acto final, donde Medea se muestra como la reproductora infatigable de esa violencia que sufrió. El lenguaje que Jasón dejó en ella y del cual nunca pudo emanciparse.

 

Lo mejor de mi está por llegar se presenta los domingos a las 17 en El Arenal Teatro (Juan Ramírez de Velazco 444, CABA).