La cantina ahora es un saloon. La franquicia Star Wars inauguró con su flamante serie The Mandalorian una excitante y auspiciosa veta western. La nueva apuesta es el ariete de ocho episodios con el que la plataforma de streaming Disney+ debutó oficialmente en los Estados Unidos, aunque no tendrá pantalla en la Argentina hasta el año próximo. Y dejó ver en su primera entrega (el segundo capítulo estrenará este viernes, 15 de noviembre) una versión de la galaxia Star Wars áspera y polvorienta, que remite y apunta a las viejas películas de vaqueros hasta desde la música. En las aventuras del cazarrecompensas mandaloriano ya no se escuchan las clásicas sinfonías galácticas de John Williams sino tambores con ritmos casi amerindios y melodías como silbadas en el viento del Gran Cañón del Colorado.

El tono de la serie de Dave Filoni y Jon Favreau evidencia el programa de expansión de géneros narrativos con el que Disney ha decidido pilotear sus nuevas producciones de la saga espacial, ahora que su línea matriz, la de la familia Skywalker, promete terminarse en el Episodio IX, que llegará a los cines en diciembre. Así como el spin-off Rogue One…(2016) fue una película de guerra y la (no tan justamente) vilipendiada Han Solo…(2018) fue una película de atraco, The Mandalorian abrió la era de las series de Star Wars anidando en el western.

Los ancestrales códigos del género de vaqueros aportaron, precisamente, las mejores escenas del primer episodio de The Mandalorian. Como el tiroteo contra incontables forajidos durante una incursión bajo el sol en un campamento enemigo. Como las cabalgatas por un desierto rojo montando extrañas criaturas bien propias del ecosistema-Star Wars, los blurrgs, bestias ovoides con aspecto de piraña y vocación de corcel que irán directo a fabuloso bestiario de la saga junto a los tauntauns y tantos otros mejores amigos del hombre galáctico. O como la atrapante secuencia inicial, una pelea de borrachos en el saloon de un planeta desolado, donde el héroe forastero irrumpe para zanjar una disputa que marca el tono oscuro, no tan ATP, de la serie: el mandaloriano llega justo cuando los maleantes intentaban extirparle glándulas a un parroquiano alienígena y dará por cerrada la cuestión cuando uno de los bravucones termine faenado en dos mitades.

El protagonista (el actor chileno Pedro Pascal, cuya cara aún no se vio en la serie) es un pistolero enigmático y solitario del que no se sabe ni su nombre: en una gresca le llaman “Mando”, pero podría ser una abreviatura o un despectivo leve por “mandaloriano”. Sí se conoce que pilla prófugos de prontuario sucio y que deja escapar varias veces sus chispazos de buen corazón. En un western clásico, sería candidatazo a futuro sheriff del pueblo. En esta versión galáctica del género, el plan es descubrir poco a poco, entre misión y misión, algo del misterioso origen de los usuarios del estos trajes con armadura y casco con cara de letra T que en el siglo pasado se convirtieran en iconos de la saga gracias a otro cazarrecompensas, Boba Fett. Hasta ahora, lo que se sabía de los mandalorianos no provenía de las películas sino de los dibujos animados y del revalorizado “universo expandido” de Star Wars, corpus inabarcable y pre digital de comics y novelas ajenas al gran público. The Mandalorian parece compilar algo de esa información y acaso explore la historia trágica del pueblo de Mandalore, uno de los tantos planetas de población humana del universo diseñado por George Lucas.

Atención: lo que sigue es el único párrafo con spoilers de peso sobre el episodio debut de The Mandalorian (quien quiera evitarlos, podrá continuar leyendo desde el próximo punto y aparte). El gran anzuelo que la serie lanza a la historia central de la saga aparece en la escena final de la primera entrega, cuando el héroe descubre que el prófugo que debe pescar con o sin vida es un bebé… un bebé de la misma raza orejuda que el maestro Yoda. Esta misteriosa especie extraterrestre es de metabolismo lento, sintaxis heterodoxa y existencia longeva: cuando el mandaloriano es informado de que el bebito tiene “apenas” 50 años de edad, los fans quedan sacando cuentas. ¿Será hijo del gran maestro Jedi? ¿Aprenderá a balbucear “mamá”, “papá”, “ajó” y “papa” a puro hipérbaton, como Yoda? Lo cierto es que, en esta historia de lejano oeste galáctico, de pueblos sin ley, de Estado ausente (¿dónde está la Nueva República?, ¿acá hace falta una Primera Orden?) y de remanentes castrenses del finado Imperio Galáctico devenidos en gángsters, nada parecía necesitar demasiado del nudo narrativo histórico de la saga. Hasta que apareció ese orejón verde en esa cunita flotante y sugirió que todos los caminos conducen a la Fuerza.

De nuevo al modo sin spoilers, los dados western de The Mandalorian ya ruedan. La experiencia abre puertas tentadoras para una serie oscura y divertida que ya tiene una segunda temporada confirmada, y que marcará el camino a otras series de Lucasfilm anunciadas para los próximos años, sobre los personajes de Obi-Wan Kenobi (con Ewan McGregor) y Cassian Andor (con el mexicano Diego Luna). Los guiños sobre clásicos de las películas, como seres –los jawa–, objetos –la carbonita– o costumbres –los robots que aportan escenas de humor– dejan la panza llena y, a la vez, la sensación de pedir más. Y está clarísimo que Disney tiene la cocina llena de platillos Star Wars ya en cocción.