En un mundo gobernado por la tiranía de los dispositivos y la atención dispersa, la idea de concebir a la música como una especie de cortina de fondo capaz de adaptarse a la vida cotidiana de las personas y permear sus fibras sensibles casi por ósmosis, podría ser entendida como una claudicación o, directamente, una afrenta. Sin embargo, justo en esa zona franca de la cultura donde se multiplican los discursos apocalípticos y los pronósticos agoreros, el bueno de Joseph Mount no encuentra otra cosa que una estimulante oportunidad creativa. “Ahora toda la música es básicamente ambient, o al menos podría serlo. Y eso nos da a los músicos mucha libertad”, explica el líder de Metronomy en la revista Dazed, a la hora de describir la naturaleza de su sexto disco de estudio, Metronomy Forever. El título podría sonar presuntuoso, incluso grandilocuente si no estuviera inyectado de autoironía. Y ese es precisamente uno de los rasgos que definen a la banda inglesa, que se anota entre las que mayor proyección global alcanzaron en lo que va del nuevo milenio.
Cuando Mount abre la boca lo hace menos para provocar que para expresar su propia mirada sobre las circunstancias que rodean a su oficio. En ese sentido se pueden entender también sus declaraciones en otra entrevista, en la que proyecta la escucha del disco al plano de una virtual FM que alterna temas de diversas clases y estilos para sintonizar con una multiplicidad de posibles estados de ánimo. “La radio nunca para. Y realmente no importa cuán profunda sea la música que pasa: es la situación personal del que la escucha la que le da una perspectiva emocional”, dijo. El programa en cuestión despliega en 55 minutos una lista de ¡17! temas, que desafían al oyente a encontrar un sentido personal en esa obra conceptual de indietrónica contemporánea, construida sobre la base de canciones con alma de hit, piezas experimentales, fragmentos sueltos y separadores extraños. Son las maquetas que este audiófilo construye como un científico loco en la soledad de su laboratorio, las mismas que una vez que ven la luz alcanzan su verdadera resonancia.
Después de todo, así se empezó a escribir esta historia hace veinte años en el condado de Devon, en el suroeste de Inglaterra. Más precisamente en Totnes, una pequeña localidad de diez mil habitantes entre los que se cuenta la familia Mount. La inquietud por el rock y el pop había llevado a su vástago Joseph a sumarse como baterista en las bandas del colegio, que invariablemente se disolvían a poco de echarse a andar. Hasta que su padre le cedió una computadora usada y él encontró en ese viejo trasto un instrumento que le permitía pasar horas y horas jugando. Música y tecnología intersectaron vectores en su cuarto adolescente. Y cuando el entretenimiento se puso más serio, pensó que Metronomy no sólo era un nombre cool, sino que también sintonizaba con sus bandas de cabecera, como los manchesterianos Autechre y los alemanes Funkstörung. El nombre, claro, también linkea con el aparato que se usa para setear y mantener el ritmo de las composiciones. La versión mundana del “metrónomo de dios” al que le cantaba Cerati en “He visto a Lucy”.
El álbum debut, Pip Pane (Pay The £5000 You Owe ), llegó a las bateas en 2006. Como por entonces Metronomy era poco más que un DJ con una laptop, Mount convocó a su primo Oscar Cash y a un viejo compañero del colegio para salir a tocar en vivo. El tema que inaugura su discografía, “You Could Easily Have Me” , suena más a rock de garaje que a cualquier otra cosa que Metronomy haya registrado más tarde. De carácter eminentemente instrumental, el trabajo no permitía adivinar el futuro cercano del proyecto excepto en “Trick or Treatz” , en el que asomaba el embrión de un electropop con programaciones refinadas y vocecitas en falsete. Mientras la banda se fogueaba en vivo, Mount se dedicó a remixar temas ajenos con relativo éxito y, sobre todo, se hizo de momentos para recluirse a componer, producir y grabar nuevo material. Con variantes, el esquema se mantuvo inalterable hasta el día de hoy: Metronomy funciona como un proyecto solista en el estudio y, cada vez que sube al escenario, se convierte en una banda con todas las letras.
Después de ganar cierta notoriedad con Nights Out , empezó el ruido de fondo. “Había gente que decía ‘cualquiera puede hacer música con esos tecladitos de mierda’. Y creo que quise probar que podía hacer otro tipo de disco, y entonces hice The English Riviera ”, le contó Mount a Noisey. Fue una jugada magistral, una colección refrescante de indietrónica que alcanzó sus picos con “The Look” y “The Bay”. No sólo sedujo al gran público, sino que también se ganó la admiración de colegas como Julian Casablancas de The Strokes, Josh Homme de Queens of the Stone Age y Brian Burton de Danger Mouse. El resto de la historia es conocido. “Creo que los artistas tienen dos grandes momentos en sus carreras: un disco especial de juventud y otro en el que lo vuelven a hacer. Los Red Hot Chili Peppers tienen Blood Sugar Sex Magik y después Californication. Green Day lo hizo con Dookie y luego con American Idiot. Yo pensaba que este álbum iba a ser nuestro segundo gran acto, pero ahora siento que quizás lo logremos con el próximo”, bromea Mount en una nota de The Fader.
Como sea, en Metronomy Forever se despacha con algunas de sus mejores canciones en mucho tiempo. Entre piezas instrumentales que se abren a paisajes poco explorados como “Wedding”, “Lying Low” e “Insecure”, encuentran su lugar la oscuridad magnética de “Whitesand Bay” y “Walking In The Dark”, el electropop pegadizo de “Insecurity” y “Wedding Bells”, la inocencia corrosiva de “Salted Caramel Ice Cream”, el músculo funkysoulero de terminaciones nerviosas digitales de “The Light” y “Sex Emoji”. Con el groove y las melodías como anzuelos, el disco despliega un catálogo de debilidades humanas que, una y otra vez, vuelve sobre el mismo tema, que “Insecurity” condensa justo a la altura del puente: “¿Qué es el amor?/ ¿Qué es el dolor?/ ¿Qué está diciendo ella?”. En un trabajo que dialoga sin disimularlo con su discografía previa, Mount hasta se anima a repasar sus comienzos, guitarra acústica en mano, en “Upset My Gilfriend”: “Solía tocar la batería en una banda de rock and roll/ pero me echaron/ Porque yo lo sentía/ y entonces me aceleraba”.
Luego de formar parte de la edición 2018 del Lollapalooza, Metronomy vuelve a Argentina para presentar Metronomy Forever el domingo 15 de diciembre en el Teatro Vorterix.