Una niña con los ojos cerrados, aguantando la risa. Un paisaje del Delta y sus corrientes de agua oscura. Un perro mordiendo un palo con más alegría que ferocidad. Dos chicos que se miran (uno lleva un cigarrillo en la boca). Un gato blanco y negro bebiendo las gotas que caen de una ducha. El plano contrapicado de una ciudad anaranjada con un cielo de tormenta por arriba. Una bicicleta caída sobre un charco. Las fotografías que sacó Andi Nachon se suceden mientras un grupo de poetas comparte en voz alta versos que eligió de cada uno de sus nueve libros. Ella observa, sentada entre la gente, que esta noche es mucha. Aun así, es fácil distinguirla. Alta, espigada, usa el pelo corto, ensortijado, violeta. Alguna vez alguien dijo que cuando era más joven y entraba cada día en un hospital para visitar a un amigo, las enfermeras la confundían con un varón por cierta androginia que todavía conserva. El día que escuchó esa anécdota, soltó una risa transparente y gozosa. Quizás porque quien la contó es ese mismo amigo, que está ahora entre las cientos de personas que llegaron a la Casa de la Lectura, en Villa Crespo, un viernes de lluvia torrencial pocas semanas atrás. Es que aquí hay fiesta: es la presentación de En la música vamos, la obra reunida de Nachon.
Se trata de una de las poetas más sólidas y sorprendentes desde comienzos de los noventa para acá, cuando publicó Siam, su primer libro, con apenas diecinueve años. Ya desde entonces es dueña de una voz que parece guiar un misterio que tiembla acá a la vuelta. No allá lejos. Acá. Así construye una subjetividad poética que, en el mismo gesto, condensa dos intereses. Esto es, indagar de qué está hecho el propio latido y cómo volver a nombrar el mundo circundante, tan vertiginoso y efímero como agua que va: “música sea eso que desborde/ te saque de vos y lleve/ algo hacia afuera algo más/ nos une y es”, escribe.
En esa búsqueda hay espacio para sus amigos (su familia elegida), para muchos perros (Ivi, Vladimir o Flixi, por ejemplo), para las bandas de sonido de sus días (desde The Smiths hasta Gorillaz pasando por las orquestaciones heteróclitas de The Divine Comedy). Y en los poemas más recientes Andi se detiene en su hija de once años (“sonríe Mora y somos tiempo, sólo tiempo y bailamos”, escribe). El reflejo le devuelve la imagen de su niña, la propia y también la de una madre que estuvo y no (“por esa madre kyrie, aquello que /resta de ella/ todavía en vos”). También hay otros universos, aleatorios pero no menos importantes: el chico del delivery que entrega una pizza a destiempo, la mujer que avanza contra el vendaval con una bolsa plástica en la cabeza, la tortuga que aparece en el Riachuelo sin saber que su vida allí es casi un error del sistema. Todo ese afuera capta una emoción, un temblor interno que a lo largo de los poemas ubica al lector en una zona extrañada de lo real, inquietante. Es lo que dirá Diana Bellessi, con quien Andi se formó: “Esta poeta me hace temblar. Por lo que escribe y por lo que es, la amo desde los catorce años, cuando venía al taller con su violín a cuestas, escribiendo unos versos extraños por oscuros y otras por su inmensa claridad lírica que no siempre vi”.
Hace un rato hablábamos de los versos donde decís “música sea eso que desborde y te saque de vos”. Es algo que se podría pensar de este libro: que cada poema se fue derramando sobre el siguiente para construir una melodía personal.
–Sí, así se fue armando este libro. Hace un tiempo, Pablo Gabo Moreno, editor Caleta Olivia, me propuso reeditar W.A.R.S.A.W.A, que originalmente había publicado Bajo La Luna en 1996. Entonces hablé con los editores de allí, Miguel Balaguer y Valentina Rebasa, que me dijeron que no había ningún problema. Pero que ya era momento de avanzar en una obra reunida porque varios libros, incluido W.A.R.S.A.W.A, estaban descatalogados. A la vez, yo venía trabajando un nuevo libro y me pareció que podía incluirlo aquí. Lo de escribir y publicar no es programático, de todos modos. Quiero decir, los tiempos de un poema no necesariamente son los tiempos de un libro. Por ejemplo, cerré Volumen I, que se publicó en 2010, estando embarazada de Mora. Y en esa época ya tenía textos que finalmente no se integraron a ese libro sino a este, el inédito que completa la obra reunida, que se publica casi diez años después. Al igual que otros que aparecieron cuando escribí La III Guerra Mundial, en 2013, y tampoco quedaron ahí sino acá.
¿Cómo decidís entonces cuáles son los poemas que forman cada libro?
–Lo pienso como un territorio, que tiene sus propias características, sus propios accidentes. La poesía es un trabajo de atención. De paciencia, también. Mejor dicho: de atención paciente. Así es como cada poema termina perteneciendo a una zona que luego deviene libro. A la vez, trabajo cierta narratividad, a veces algunas situaciones anecdóticas van construyendo un espacio en común. Pero no me interesan ni los sentidos cerrados ni las imágenes que van en una sola dirección.
¿Eso que decís también se aplica al modo en que vas cortando los versos? Lo pregunto porque otra característica de tu obra es esa: que los versos no se cortan ahí donde sería previsible. Como si la respiración del poema fuera también una exploración sensible, eso que Denise Levertov llama el proceso de “pensar-sentir / sentir-pensar”.
–Creo que esa búsqueda une todos los libros. Y es que en cada uno hay un trabajo para lograr ritmos más urgentes, más calmos, más fluidos. Sé que suena abstracto pero se trata de algo muy concreto para la poesía: cómo lograr que la respiración del poema tenga que ver con generar sentidos. Tampoco es que me lo planteo así. Es una necesidad vital que no sé por dónde aparece. Sigo una intuición. No digo “voy a escribir poemas de versos largos sobre tal cosa”. Es que simplemente quiero quedarme ahí, averiguar qué pasa, cómo el sentido en ese verso rebalsa y toca al que sigue.
La respiración del mundo
Andi nació en 1970 y hasta los dieciocho tocó el violín. Poco después publicó Siam, donde emerge con versos precoces como “yo/ era adentro/ ese cuerpo/ la débil fui yo/ mi pequeña mi/ betty blue/ condenada al afuera”. O sea, que en el vínculo entre ella y su entorno, la música (la que aparece en el pentagrama, la que se construye en esa extraña alianza entre palabra y silencio) fue siempre una inquietud. Y una suerte de ser mitológico que la llevaría en su lomo dorado donde quisiera llegar. Tampoco es casual que Andi ame el arte oriental, desde los haikus y los poetas de la dinastía Tang hasta el animé que es una referencia constante en sus textos, pasando por la escritura de autores como Kabawata, Tanizaki o Banana Yoshimoto.
Llegó al taller de Bellessi, justamente por recomendación de su profesor de violín, Alejandro Elijovich, cuando era una adolescente, a mediados de los ochenta. Apenas terminó el secundario en el Lenguas Vivas, se fue de la casa materna, donde quedaron los dos hermanos mayores. Vivió un tiempo en Bariloche, volvió, sirvió cerveza en algunos lugares de Buenos Aires (por ejemplo, las fiestas Brandon), estudió Letras algunos años, abandonó, se fue a un terciario para convertirse en profesora de literatura y finalmente, comenzó a enseñar en secundarios y universidades.
Entre tanto, en el medio, por arriba, por abajo, la poesía donde sea que fuera. A tal punto que tras su segundo libro, W.A.R.S.A.W.A, llegaron cinco libros publicados con poquísimos años de diferencia: Taiga (2000), Goa (2003), Plaza Real (2004), 36 movimientos hasta (2005) y Volumen I (2010). Estos nombres remiten a geografías conocidas e inventadas (remotas, en cualquier caso) transformadas en territorio conquistado a fuerza de sustraerlas de su contexto de origen e incorporarlas a una cartografía personal. En esos suelos, Nachon dio vida a su propia fauna autóctona, a una flora caprichosa, escapada de diversos ecosistemas. Si la poesía es un género desplazado, olvidado, lateral, ¿por qué no jugar a ser creadores de una mitología propia, precaria, antojadiza?
En el poema “Andi panda”, incluido en Goa (nombre que evoca una isla en la costa occidental de India, escenario de míticas fiestas trance), se lee: “No planeaste amanecer frente a Rosa/ Luxemburgo Platz ni tampoco/ el lloriqueo ante el estanque/ sudamericano. Quiero precisiones:/ el pacú gigante, los bagres o esos pangasius que sí/ habían sido planeados (…) Anhelás así/ nombres científicos y certezas/ si hay dioses/ quisiera conocer a aquél/ que imaginó los peces marinos”. Y durante esta conversación ella reflexiona: “Escribo desde eso que está siempre en movimiento: los lugares permiten cierta contención de esto. Y escribo desde eso que amo y del mundo que armo contra viento y marea”. Después agrega: “Ahí me parece que se hacen presentes estas constelaciones afectivas y amorosas. Sí, una cartografía personal donde esos nombres se generan para sí sentidos nuevos en el poema”.
Tras esos libros que mencionamos llegó La III Guerra Mundial, de 2013, donde por primera vez dejás de lado a tu familia elegida y te metés con un viaje interminable por la Patagonia que hiciste con tu familia biológica.
– La III Guerra Mundial tuvo su origen en un poema largo y se refiere a una vorágine. Yo soy la menor de tres hermanos. Mi mamá quedó embarazada de mí cuando estaba separada de mi padre, que aparece en mi vida de manera intermitente: nunca desayuné con él ni tengo recuerdos previos a mis seis años, creo que estuvo pero no tengo recuerdos con él. Mis dos hermanos eran adolescentes cuando nací, tenían 15 y 13 años. Era difícil llegar a un lugar donde una madre perdió su situación social en la separación y dos varones se tenían que hacer cargo de esa hermana más chica. En el medio, la dictadura. Desaparecen compañeros de mis hermanos, mi vieja enloquece y nos sube a un auto y nos lleva de viaje. No sé si fue así, cuándo, cómo pero sí tengo el recuerdo de irnos a la Patagonia en un viaje super largo. Y me pasa que le pregunto a mi hermano del medio y no se acuerda de nada. El libro es la reconstrucción imposible de eso que no se recuerda pero una sabe que ocurrió.
Uno de los poemas dice: “Promedian los setenta y se retrasa/ un año tu entrada a la primaria. Muchos esperan/ el mundial mientras algunos/ en urgencia alistan estrategias// encubrimientos y huidas. Como todo/ horror cuando se instala parece/ jamás comenzó y nunca podrá terminar (…)// Alucinada/ la familia se entrega toda/ en velocidad al viaje, cuerpo/ hermanado a este desierto y capaz// de esfumarse hecho polvo aunque perdure/ mineral e indestructible su estructura”.
Actualmente, Andi lleva adelante la productora Hain cine, junto a Gerardo Papu Curotto y Santiago Podestá. Fue guionista, por ejemplo, de Esteros, una película que cuenta la historia de amor entre dos chicos, Gerónimo y Matías, que crecen en Paso de los Libres, en la frontera correntina entre Argentina y Brasil. Por ese trabajo recibió el premio Raymundo Gleyzer. Además es profesora adjunta del Taller de Poesía I, de la Licenciatura en Artes de la Escritura de la Universidad de las Artes, en la cátedra que coordina Alicia Genovese.
Cofradía de poetas
Nachon tiene un diálogo poderoso con las poetas que la preceden, como es el caso de Alicia. A la vez, su interés por la poesía la llevó desde muy chica a escuchar lecturas de las que participaban Mirta Rosenberg, Irene Gruss y María del Carmen Colombo como parte de las poetas que tras el regreso de la democracia, comenzaron a construir una zona de enunciación que desafía los lugares comunes del espacio doméstico, la maternidad, el sexo e incluso, las normativas del amor romántico. Alentada por estas mismas poetas, Andi fue encontrándose con compañeras de ruta a las que reunió en la antología 1961-1980 Poetas argentinas, que publicó del Dock en 2007. Allí están, en lista azarosa, Gabby De Cicco, Paula Jiménez España, Julia Magistratti, Claudia Masin, Beatriz Vignoli y Laura Wittner, entre otras.
Si antes la cotidianidad era esa cofradía de amigos venidos de aquí y allá, ahora, en la poesía de Andi hay espacio (sobre todo) para Mora, su hija de once años. En la música vamos –el libro que cierra la obra reunida– está en su totalidad dedicado a esa nena: “Uñas violetas, minúsculas: sacudís diez dedos/ en alegría desnuda/ la nena que hay en mí no puede/ más allá del único deseo: buena fortuna// para el baño japonés que propicia nuestro encuentro. Minúsculas/ tus uñas violetas poco saben/ más allá de esto/ agua tibia, espuma y vos/ decís burbuja. Me río y te llamo manatí”. Ella dice que su maternidad la tomó por asalto porque nunca pensó que fuera a suceder. Pero cuando sucedió “fue como un enamoramiento loco, un amor fou”.
¿De qué manera dialogan tu poesía y tu maternidad?
– En un poema aparece el verso “todo lo demás, coser y cantar”. Creo que ser mamá de Mora es la aventura más intensa que me sucedió. Hay un estado de presencia que te lleva casi a mirar como si todo fuera por vez primera, acompañás esa vivencia que van teniendo las infancias, ¿no?. Y aparece algo tan verdadero y real en ese vínculo, algo que te excede. Eso me reconectó en otro lado con la nena que fui. Me llevó a revivir mi historia de otra forma. Creo que todo esto le abrió un espacio distinto a mi escritura, los poemas fueron una forma de dar cuenta de eso que no tiene palabras definidas, de esta experiencia inconmensurable y tan intensa que es ser mamá.
Este libro también alude a John Berger y Ursula K Le Guin.
– Los amo y se fueron con un año de diferencia. Son escrituras políticas que me acompañan desde siempre. Cada nueva cosa que publicaban, yo la leía. Ursula escribe desde el lugar de la mujer, la diversidad, el anarquismo. Berger lo hace desde una postura marxista pero en ambos casos, se trata de escrituras de conciliación con el mundo. Es decir, sus textos te dan la posibilidad de verte en la alteridad, en eso que no es solo una. Ahí aparece lo político, darle lugar a lo que no es igual a vos.
También hay una evocación de Juana Bignozzi y de Macky Corbalán, otra de tus compañeras de ruta, que falleció en 2014 con apenas 51 años.
–Con Juana fuimos muy unidas durante más de veinte años y en sus últimos tiempos nos distanciamos. En el poema se esboza una anécdota que es cierta. Yo le envié un mail para contarle de mi embarazo sin haberla visto durante un año y ella me respondió “Soñé que me hablabas”. En cuanto a Macky, bueno, seguramente si ella hubiera vivido, hubiera estado en la presentación de la obra reunida. Es otra de las poetas que aparecen en la antología de la que hablamos antes y también intercambiábamos mails y yo siempre estuve muy atenta a su escritura. Como sabés, ella vivía en Neuquén y sin embargo se vino de sorpresa para la presentación de Volumen I. También en el libro hay un poema para Jorgelina De Simone, una de las fundadoras de Casa Brandon. Esas muertes marcaron algo en mí. Macky y Jor tenían más o menos mi edad.
Esta noche, la de la presentación, lleva una camisa oscura, abrochada hasta el último botón, estampada con nubes y grullas. Contrasta con unos borceguíes cubiertos de glitter brillantísimo y uñas azul metalizadas que ella mostrará cuando se escape por un instante a fumar a la puerta. En este conjunto singular, nada sobra, nada falta. Tiene en las manos unos juguetes diminutos, que acariciará antes de hablar, antes de agradecer como pueda ese amor tan torrencial como la lluvia que se derrama ahora en la Casa de la Lectura, de Villa Crespo. “¿Hablás de mis amuletos?”, preguntará más tarde. Y contará: “Desde chica cuando tenía que tocar en público me llevo algún objetito que amo. Hace ya mucho que son figuritas de Miyazaki pero van cambiando. Cada tanto los regalo y llegan otros”.
¿Por qué se escribe poesía?
–¿Por qué no? Creo que cada poeta tendrá su respuesta. Hoy yo diría: para mí es una forma de estar, de conectar. También es una manera de construir un espacio donde todo el movimiento puede ir y detenerse para volver a suceder. Es lo más parecido a que algo propio resuene con el afuera, con la gracia y el dolor que signan al afuera. Hay algo de lo íntimo volcado en urgencia sobre lo otro, cierta pérdida de mí misma en lo demás que me permite descubrirme en el mundo y verlo de otra forma: eso encuentro cuando escribo. Y también, la felicidad de escribir, que no es poca. Como la dicha de leer.
¿Qué cosas se mantienen y cuáles se han modificado a lo largo de tu obra?
–Antes hablábamos de la búsqueda de una respiración propia a través del ritmo, y de cómo esa forma instala otros sentidos en tensión, que se suman a eso que está sucediendo en el poema. Después, creo que hay algunas cuestiones que, por estar siempre presentes, construyen cierta mirada: una atención en eso que escapa o queda, algo que sorprende. Como la presencia de esa segunda persona que aparece en varios poemas, el “vos”como interpelación, intimidad o presencia fantasmática según el caso. Creo que ahora me permito algunas cosas distintas, que cuando empecé a escribir. Y también intento seguir siéndole leal a esa chica que fui y me trajo hasta acá de puro punki cabezona.