“La senadora provida y profamilia, Jeannine Áñez, asumió este martes la presidencia de Bolivia”, anuncia el sitio Evangélico Digital. Dos días antes, la foto del empresario Luis Fernando Camacho rezando sobre una biblia en el Palacio Quemado, dejaba en claro el protagonismo de los conservadurismos religiosos en esta nueva etapa de avanzada de las derechas en el mundo entero.
El neoliberalismo está cambiando. Ya no basta con gobernar para las empresas ni con flexibilizar el empleo; tampoco con borrar las regulaciones para facilitar el flujo de capitales o habilitar el uso indiscriminado y abusivo de los bienes naturales. No basta con formar subjetividades consumistas que aseguren la demanda en el mercado. Los modelos de ajuste y precarización de la vida que se promueven en la región empiezan a recurrir a un nuevo pilar: el orden conservador y familiarista ¿Por qué el neoliberalismo necesita aliarse con el fanatismo religioso para sostener su dominación?
Diagnóstico feminista
Desde los feminismos se habla de que atravesamos una crisis de reproducción social. El neoliberalismo tal cual lo conocemos parece llegar a su fin. Un indicador entre varios muestra la magnitud de las transformaciones en curso. Según proyecciones de Naciones Unidas, en 2017 había 76,3 millones de personas mayores en América Latina, que representan el 12 por ciento de la población regional. En 2030 serán 121 millones, el 17 por ciento. ¿Quién se hará cargo de los cuidados que demanden?
Las élites tienen clara su respuesta: más explotación bajo nuevas formas, la reforma laboral, previsional y tributaria. Una ofensiva financiera, con los programas del Fondo Monetario Internacional y el endeudamiento de los hogares, una ofensiva militar, con fuerzas dispuestas a reprimir hasta la muerte a quienes propongan otra salida y una ofensiva religiosa, que recomponga la familia como unidad privilegiada para proveer todo lo que los estados recortan.
Si en Chile los varones expertos que fijaron la tarifa del metro se sorprendían por los efectos de su medida, las feministas que denunciamos a diario la precarización no tuvimos ninguna dificultad para entender que ésa fue apenas la gota que rebalsó el vaso lleno de un hastío generalizado.
En Bolivia, tras años de crecimiento y una fuerte mejora de la distribución del ingreso posible gracias a la nacionalización de hidrocarburos, el gobierno de Evo Morales se proponía avanzar con un sistema de salud público. No llama la atención que Camacho, hoy líder de la oposición, sea un empresario multimillonario con intereses no sólo en el gas sino también en el sector servicios. Es titular de una empresa llamada “Nacional Seguros Vida y Salud” que provee seguros de vida y sistema de salud privado.
La providencia
Hace tiempo que el modelo de varón proveedor y mujer ama de casa está en decadencia. Lo confirman el ingreso masivo de mujeres al mercado de trabajo remunerado, a espacios de representación pública y a la constitución de hogares por fuera del formato prototípico heterosexual. Ni el varón provee tanto, ni la mujer ama la casa.
En Bolivia ni siquiera es un modelo que haya sido extendido alguna vez. Lo expresan bien clarito en las calles “las mujeres de pollera” y las militantes feministas antipatriarcales cuyas formas de organización y de vida no responden a los formatos occidentales del hogar americano.
En toda Latinoamérica la figura de poder patriarcal, del señor feudal que gobierna puertas adentro, que brinda protección, seguridad y alimento a cambio de trabajo no remunerado se está desarmando. Para la gran mayoría de la población, el salario masculino hace tiempo que dejó de ser suficiente para mantener un hogar. Al mismo tiempo, el neoliberalismo avanzó en la privatización de ámbitos de la vida doméstica que obligaron a obtener mayores ingresos para cubrir lo básico. Pero el trabajo remunerado no trajo ninguna utopía: el porcentaje de mujeres pobres en el continente es un dieciocho por ciento más alto que el de los varones. Y una de cada cinco se dedica al trabajo doméstico, uno de los sectores más precarizados y de ingresos más bajos.
A la luz de estas trasformaciones, la relación entre los proyectos económicos de las derechas y los conservadurismos religiosos se ve cada vez más clara. La campaña #ConMisHijosNoTeMetas, que agrupa a fundamentalistas de distintos países contra la Educación Sexual Integral, fue elocuente: “misión cumplida” se leyó en sus redes después de que Jeannine Añez se autoproclamara presidenta de Bolivia. Este año Añez fue expositora en el Congreso Iberoamericano por la Vida y la Familia.
La convulsión política y el golpe de estado con protagonismo de los Estados Unidos nos hacen pensar en los años setenta. La imagen de la senadora levantando una biblia inmensa con una tapa en la que se leía “los cuatro evangelios” nos devuelve al medioevo.
La disputa con el odio religioso no se limita al contenido de los manuales de Educación Sexual Integral. Lo que está en juego es un proyecto de planificación social, que se opone a toda educación por fuera de los valores familiares católicos. Que rechaza las formas comunitarias de los pueblos originarios. Que vigila con la fuerza de las armas cualquier vida no ordenada por los diez mandamientos. Y que adora líderes violentos y racistas, como Bolsonaro y sus hijos, también impulsores de las campañas contra la ideología de género.
Otras vidas posibles
En la Constitución de Bolivia los servicios públicos son considerados derechos, al trabajo doméstico no remunerado se lo reconoce como parte de la riqueza que se produce en el país y se promueve el respeto y la autonomía de todos los pueblos que conviven en el territorio.
Son conquistas que las derechas ponen en peligro. En su camino hacia el golpe mintieron, robaron y mataron. No sólo pisotearon la Constitución, también escupieron sobre los preceptos de la propia religión que dicen profesar. El verdadero estandarte de quienes defienden un orden conservador y autoritario es la concentración de la riqueza en pocas manos y el control sobre las vidas ajenas.
“La Whipala se defiende” decía una mujer en El Alto, con la furia contagiosa de quien conoce su historia. “Al presidente lo persiguieron como a Cristo, pero está vivo, no lo mataron como a Tupac Katari”.