Después de haber tomado clases de fotografía con el escritor punk-sadomasoquista Glauco Mattoso, dejé la ciudad de San Pablo para vivir el carnaval de São Vicente, la playa más gay del estado. 

Entre el olor de las cervezas, las caipiriñas y el meo de los borrachines, los garotos se paseaban con sus novias de la mano con los vestidos de ellas puestos así nomás. “Todo el año son machistas acá, me gusta verlo así a João; yo misma le pinté los labios”, dice Darleth, la novia de uno grandote, musculoso, de apariencia bien machote y barba, que baila borracho levantándose el vestido blanco casi transparente, y le pide picos a los chicos más lindos del parador de Cris. Más tarde, cuando lo encuentro haciendo pis detrás de una palmera, más allá está el mástil con la bandera del arco iris, le preguntó si es bisexual. Me dice que no, “en Brasil tudo mundo tiene una aventura, y eso no significa ser nada”. Me da la mano y se aleja de la arena moviendo las caderas, eructando y zigzagueando; su novia lo espera con una caipiriña en la mano.

Después de la medianoche, la playa se llena de garotos que se paran frente al mar para masturbarse. Uno que se parece a Ronaldinho me dice que la policía no baja a la praia porque liberan todas las zonas, en Carnaval, para que se produzcan los encuentros sexuales menos, o los más, esperados del año; y que no es peligroso. Un moreno, en cuero y con las bermudas a medio bajar, está rodeado por dos locos que se esmeran por satisfacerlo hasta el final. Al lado se forma otro grupo, y más allá otro; la playa es una orgía. Cuando me acerco, el moreno me dice que es hetero y que, al menos una vez al año, los garotos liberan las fantasías que acumularon durante el año. Satisfecho corre hasta la orilla para lavarse y vuelve al Café Lounge de Praia, donde la música del puesto –allá llamado kiosco– se mezcla con el parador de al lado. Mientras un garotiño, que aparenta o es menor de edad, masturba a un maduro por debajo de la mesa, me dice “aquí todo es mistura, mistura”, la gente baila y canta con los brazos levantados: “yo soy normal, yo soy normal”, como si fuese el fin del mundo.