El 20 de diciembre a las 12 hs y 25 minutos, yo era aún una persona pacífica. A las 12 y media, un extraño llamado de Walsh decidió que dejaría de serlo muy pronto.
Walsh llegó excitadísimo. Lo primero que dijo fue: “Encontré al perro mordido por un hombre”. La segunda frase fue para mí: “Puedes empezar a buscarme un refugio en Buenos Aires”. Esperamos en silencio a que Walsh sacara unos papeles de su inseparable cartapacio y anunciara en tono de triunfo: “¡Esto es dinamita!”
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Al regresar a mi casa esa noche, levaba orgullosamente una misión. No dejaba de extrañarme la insólita confianza que había depositado en mí el escéptico Walsh. Confieso que hubiera preferido que me tragara la tierra antes de fracasar en mi gestión y darle la oportunidad al terrible ironista para que se burlara de mí hasta el fin de los tiempos.
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El jueves 28 de febrero me encontré con Walsh para informarle del éxito de mi gestión. Mi amigo me felicitó con todo entusiasmo.
Había decidido quedarse esa noche en Buenos Aires, en un hotel, y me pidió que me hiciera cargo de todo el material y lo pusiera a salvo. En efecto, era probable que con el pretexto del Plan Subversivo se le buscara camorra, y no quería perder el material reunido con tanto trabajo. Acepté el gran sobre amarillo, que pasó su primera noche en mi casa, debajo de mi cama.
Mi padre me recibió preocupadísimo: había venido la Policía a casa.
Me recosté contra la pared, tratando de conservar mi sangre fría, y pregunté:
--¿Federal o provincial?
--¡Qué sé yo! Vino un agente y me dio una citación del comisario, aquí, en la 33.
Fingí tranquilidad:
--¡Ah! Entonces no es nada: cuéntame bien qué te preguntó.
Había sido un interrogatorio completo, sobre todos los miembros de la familia y sus respectivas actividades. No resaltaba de ello algo vinculado directamente conmigo. Cuando Papá preguntó a qué se debía aquello, el comisario, muy amable, le explicó que era nuevo en el puesto y que quería ir conociendo todos los vecinos del barrio. Traté de convencer a Papá de que tal ve fuera verdad, aunque tomé mis precauciones. Me deshice de todo el material y me cuidé mucho de que me siguieran.
Me llamó la atención la poca importancia que le día al suceso. Realmente, me había convertido en otra persona, más reflexiva, menos fantasiosa. Mi tranquilidad se transmitió a mi padre, que ya me veía detenida, deportada o fusilada.
(…) El viernes primero de marzo informé triunfalmente a Walsh de mi nueva notoriedad. Y creo que él se sintió u poco desilusionado. ¡Caramba! ¡El se rompía todo escribiendo las notas, se arriesgaba como el que más, y al final detenían a Wilfredo Rossi o la policía iba a casa de Enriqueta Muñiz!
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La casa de Garibotti es una casa mejor construida, con muchas flores en el jardín. Mientras esperamos que nos abran, Walsh me dice:
--¡Y luego quieren que dejen de ser peronistas…! ¡Si Perón les dio una casita con flores, y estos vienen a sacarlos de ella para llevarlos a un baldío y matarlos como a perros, por la espalda!
Y Walsh es anti-peronista. ¡Pero la evidencia es tan triste y abrumadora! ¡Qué saben los pobres de planes económicos!
El viernes 9 de abril, Walsh está de nuevo en Buenos Aires. Está de pésimo humor, con un espantoso dolor de muelas. Me trae más capítulos de su libro: “Fusilados al amanecer”. No desmerecen al resto, al contrario. Parece que el libro va desarrollándose en un portentoso crescendo. Walsh mezcla su más fino humor, sus sarcasmos más sangrientos, con un lirismo conmovedor. Por momentos, las vidas de esas gentes humildes se me aparecen como una epopeya. No tengo palabras para decirle mi real, mi sincero entusiasmo por la obra. Pero él me cree enseguida. Por otra parte, tiene el convencimiento de que ha trabajado bien. Yo siento confusamente que el arte que hay en ese libro, aparte del material histórico, el humano y el político, sobrepasa nuestra investigación, sobrepasa los alcances partidarios y aun sobrepasa a los mismos personajes. Walsh, en todo caso, se ha sobrepasado a sí mismo. Es lo mejor que ha escrito hasta ahora, desde el punto de vista técnico y literario.
Yo, por mi parte me siento de repente pequeña. “El caso Livraga” se me ha adelantado definitivamente. Sólo ha quedado en él un nombre: Walsh. Me resto el honor de seguirlo, de cerca.
Y cuando le pregunto a Walsh, medio en serio y medio en broma: “¿de veras piensas dedicarme el libro?”, me siento llena de satisfacción al oírle decir, con tono terminante: “antes lo quemo, que no dedicártelo”.
Y pienso, feliz, que nunca sentiré envidia al ver que un autor ha dedicado un libro a una persona. Ya puede Borges haber dedicado su “Poema cíclico” a Silvina Bullrich: yo tengo ahora una hermosa obra, dedicada a mí.
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Walsh le propone a Noé Jitrik una idea extraordinaria para que el libro no sea secuestrado: consiste en hacer una campaña previa feroz, mandándoselo a todos los líderes de la oposición, a todas las revistas, a todos los diarios, a los ministros, los generales y las autoridades de la República. Al mismo tiempo, la obra se enviará a los principales órganos periodísticos de América, a las universidades, etc., y será respaldado por varios semanarios de oposición. Jitrik propone a su vez un sistema alternativo de distribución que me parece excelente. ¿Quién se atreverá a parar la circulación del libro? Entraremos por la puerta grande, sin miedo ni tapujos. Me siento mejor. Walsh terminará el libro, tal vez llegue a verlo editado. Respiro. Tomamos los tres juntos un té en un bar reo de Alem.
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No me agrada que el seudo capitalista del libro sea Marcelo Sánchez Sorondo. Pareciera que los únicos decididos en este bendito país son los nacionalistas. De cualquier modo, esto se va definiendo.
Walsh está más o menos vigilado se dice que tiene la captura recomendada. Por las dudas, va armado con una ridícula pistolita calibre 6.35.
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El lunes primero de julio sale la sexta nota en Mayoría, muy bien. No hay grandes novedades, sino que están molestando en La Plata a la familia de Walsh. Además, éste ha tenido que cambiar de refugio, a raíz de un lío con sus vecinos.
Ahora está en Pontevedra.
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Se me ha dicho que Operación Masacre llama a la sangre. Personalmente, menosprecio a quienes hablan del valor de la sangre después de haberla derramado.
Se me ha dicho que Walsh le hacía el juego a los peronistas: sé que no es verdad, sé que quien interprete este vibrante relato como propaganda peronista sólo trata de engañarse a sí mismo. ¿O es que el crimen sólo es crimen cuando lo cometen peronistas?